Mi amiga no puede creer que Gabriel cayó en las mentiras de Miranda.
—¡¿En serio?!
—Sí, Cesia, y lo peor es que el muy idiota cayó redondito en su farsa de la mártir. El muy imbécil se la llevó con él para “calmar su tristeza” porque ante sus ojos fui cruel con mi hermana. Ahora soy la bruja del cuento para él. Ja, si supiera la clase de víbora que es ella.
—Vaya que Miranda se las ingenia perfectamente cuando se trata de hombres. —Cruza sus piernas y observa el techo—. Dices la verdad. Tú y yo sabemos cómo es tu hermana, por qué te bajó a…
—No me lo recuerdes. —No quiero recordar mi pasado amargo—. El solo pensarlo me da náuseas. Además, no tiene por qué saberlo.
—Bueno, pero si tu papá te comprometió con él, tiene el derecho, ¿no?
—Claro que no. —Me cruzo de brazos—. Recuerda lo que pasó antes. No estoy dispuesta a pasar por lo mismo —sentencio—. Dejemos el tema a un lado. Últimamente he tenido fuertes migrañas por tantas tensiones.
<Pero ¿su hermano estaba ebrio como para haber hecho eso?—Desafortunadamente, no. Él estaba en sus cinco sentidos.—¿Por qué no lo denunciaron? ¿Porque ella era menor de edad?—Nuestros padres vieron que ella fue la que inició todo. Además, no querían un escándalo y decidieron mantenerlo todo oculto. Es mejor así. —se encoge de hombros.—Pero ¿por qué?—¿Por qué lo hizo? La verdad es que nadie sabe, solo él. Nunca dijo nada. Se marchó sin explicación alguna. Gabriel, Miranda es una arpía, una muy astuta. Siempre supe que tenía un capricho con mi hermano, pero jamás la creí capaz de algo… Bueno, el caso es que, por lo que oí, Miranda tiene los ojos puestos en usted. Esta vez hace todo sin ningún descaro porque no quiere dejar ir su banco de dinero de billones.—¿Tan mala es? —vacilo.—No sea ingenuo. Miranda podrá ser muy dulce y todo con usted, pero Antonio por ingenuo perdió a Mía. No sea que también le pase a usted lo mismo.
—¿Qué haces? —pregunto con amargura al verlo.Gabriel, tomándome por sorpresa, me agarra de la cintura, muy posesivo, y me acerca a él; contempla a Antonio como si tuviera algún problema con él. Aún no le he dicho nada sobre Antonio y su manera de verlo es extraño. Lo escruta de una forma amenazante.—Estás más hermosa que antes, Mía —afirma Antonio.Me observa y se acerca a nosotros.—Gracias —respondo, seca.—Mía, yo…—¿Qué haces aquí?—¿Así me hablas después de cinco años sin verme?—Así te hablo porque nunca debiste volver —espeto con desagrado—. ¿Quién te dijo que podías venir?—Nuestra familia también fue invitada.Mantiene su sonrisa.—No mientas. Sabes de qué hablo, no te hagas el idiota.—Me conoces bien —acepta entre risas—. ¿Podemos hablar a solas?—Gabriel será muy pronto mi esposo y no hay nada que deba ocultarle.—¿Estás segura?—¿Acaso ves que lo digo en ch
—¿Quieres venir a mi departamento? —le susurro a Gabriel.—¿Está bien todo? —inquiere por mi actitud extraña.—¿Quieres o no?—Está bien, pero no es para que te enojes. Mis padres conversaron un buen rato con el invitado que proviene de nuestra corporación en Italia. Cesia me dijo que consiguió una cita con él, así que se marchó para prepararse. En cambio, Edmon solo terminó de almorzar y se fue porque tiene una cita con su novia, Estefanía, la hermana menor de Gabriel. Miranda, sin darnos cuenta, también se retiró de la mesa . Para nosotros es mejor que ella no esté. Gabriel y yo debemos retirarnos.—¿Nos vamos en tu auto o en el mío? —pregunto cuando observo nuestros autos parqueados afuera.—Será mejor irnos en el suyo, señora Hoffman. —Levanta ambas cejas.—Oye —espeto, molesta por cómo me llamó—, aún soy tu prometida, así que déjame usar mi apellido por ahora. —Le parece graciosa mi respuesta—. ¿Qué pasará con tu auto?—
Más ajustado —le pide Estefanía al modista.Siento que el aire se escapa de mis pulmones. No sé cómo, pero cuando llegué a mi oficina Estefanía ya estaba dentro. Me dejó con la boca abierta, ya que se las arregló para entrar en ella sin que nadie se diera cuenta.—Ya, por favor —suplico e intento respirar.—¡Dios mío, cariño, tienes que adelgazar un poco! Ninguno de los modelos te cierra en el estómago —comenta el diseñador, asustado.—¿Cómo quiere que cierren si son unas tallas menos que la mía? —balbuceo y los observo.—Está bien —suelta Estefanía de mala gana—. Tráigame vestidos de talla 5.—Ay, no. ¿Es en serio, Estef?—Sí. Paolo, tráeme vestidos de la talla 5.—Ay, está bien. Enseguida te los consigo, querida.Él chasquea sus dedos y una de sus empleadas sale en busca de los vestidos.—Estefanía, ¿no crees que es muy pronto para buscar vestidos de novia?—No, querida cuñada. Mientras más pronto, mejor
—¿cómo sigue Miranda?Edmon sale de la habitación donde está ella.—El médico dijo que son heridas superficiales y que en unos tres días ya le dolerán menos —responde con aflicción y tristeza—. Con una crema médica sus cicatrices sanarán. Ya mi padre fue por ella.Es un alivio que solo sean heridas leves, pero está más preocupado por Mía. Ella parece que está en trance. Al reaccionar y ver lo que hizo, ssufrió una crisis nerviosa demasiado fuerte, así que la llevo a mi habitación para que el médico le dé un calmante después de revisar a su hermana. Cuando el médico sale, me pide que lo lleve con Mía, y así lo hago. Entramos y Mía se aferra a mi hermana. No deja de temblar. Verla en ese estado me angustia tanto, pues nunca me imaginé verla así de mal. Edmon entra, besa a su hermana en la frente y le sonríe para luego tomar la mano de mi hermana, sacándola de la estancia.—Le pido que se calme. Si no lo hace, será peor su crisis nerviosa.—¿C-Cómo me
—Todo está listo, señor Hoffman.Mía y yo bajamos del jet, no sin antes cubrir sus ojos para que no vea en dónde estamos. Le pido a todos que no digan nada sobre el lugar que visitaremos. Llegamos al auto y entramos en él. Lo pongo en marcha para llegar a nuestro primer destino.—Gabriel, ya es mucho misterio el tuyo —masculla.Desea saber en dónde estamos.—No comas ansias. Si solo esperas un poco más, verás a dónde te llevo.Acelero más el auto para llegar a tiempo. Tomo mi celular y busco en llamadas recientes hasta encontrar el número que llamaré.—¿Está todo listo? —Afirman—. Bien. En media hora estaremos ahí.—Gabriel, me estás asustando.Trata de quitarse la venda negra, pero se lo impido.—Cálmate, Mía. No seas paranoica, ¿quieres? —me burlo al saber que piensa otras cosas—. Te dije que es una sorpresa. Confía en mí, ¿o es que no lo haces?—No.Su respuesta no es la que esperaba. No tengo ni
—¿Acaso no puedo venir por ti para presentarte ante mi familia? —Me observa de arriba abajo—. Sabes… —se acerca y me toma de la cintura— si no fuera por mi promesa, te quitaría este vestido y te haría mía.Besa mi cuello.—Su cumplido es un deleite para mí, señor Hoffman. —Echo mi espalda hacia atrás—. Es mejor que salgamos.Me aparto de él para cerrar la puerta con seguro.Me ofrece su brazo, el cual acepto con mucho placer.—No pasa nada —susurra al verme nerviosa.Llegamos a las escaleras y empezamos a bajarlas. Me sorprendo. Hay mucha gente reunida aquí. Ahora entiendo por qué es tan amplia esta mansión. Todos se vuelven para vernos mientras bajamos. A lo lejos, logro ver a mis padres, a Edmon y a Raquel.—Hola, Mía. —Estefanía besa mi mejilla.—Hola —saludo, asombrada.Según me dijo Gabriel, ella estaba de viaje en París.—Te ves fantástica. Sabía que te quedaría fenomenal.Me escruta y camina a mi alr
—Señorita Mía, su hermano pide verla.—Dile que pase —le respondo a mi secretaria y dejo de presionar el botón del teléfono.A los pocos segundos, Edmon entra por la puerta. Me sorprende verlo tan feliz. A mi mente viene la posibilidad de que haya vuelto a su noviazgo con Estefanía.—¿A qué se debe tanta felicidad?Se sienta frente a mi escritorio.—Volví con Estefanía.Esboza media sonrisa y entrelaza sus dedos para sostener su nuca.—Lo supuse, dado que después de tu ruptura siempre estabas molesto.—No es cierto.—Oh, sí. Es lo que nuestros padres me comentaron. También me baso en lo que vi durante mis vacaciones.—¿Tan obvio era? —Arquea una ceja.Me río. Él es el único en la familia que no puede disimular sus sentimientos. Tampoco parece tener sentido del humor, al igual que mi futuro esposo.—Esposo… —musito entre risas.Antes ni siquiera pensaba en esa posibilidad.—¿De q