La fiesta de esa noche era enorme, y como anfitrión, Vittorio estaba ocupado atendiendo a los invitados. Solo cuando empezó la música y la gente se fue a la pista, encontró algo de tiempo para buscar a Adriana. —Perdón si no te he dedicado el tiempo que mereces. —Vittorio, no tienes que disculparte —respondió Adriana con una sonrisa cortés. —Pues no seas tan formal. Puedes llamarme solo Vitto de ahora en adelante —dijo él. —Es que solo que no estoy acostumbrada, pero lo intentaré —respondió ella, manteniendo su distancia. —¿Quieres bailar un poco? Vittorio miró hacia la pista, cada vez más animada, y le preguntó. —Claro, entonces con tu permiso… Adriana asintió con naturalidad y, sin más, se alejó caminando hacia la pista. Vittorio se quedó con las palabras de invitación atascadas en la garganta, sin entender por qué Adriana iba sola al centro de la pista. Dante le había contado que Adriana pasó la noche anterior en el Grupo Financiero Torres, pero que esa mañana sa
—¿…Una tarjeta de habitación?Élodie sintió un vacío en el estómago. —¿De qué tienes miedo? Héctor respondió con dureza: —Desde el primer día que aceptaste esto, te lo dejé muy en claro: ¡tienes que estar lista para acostarte con José en cualquier momento! ¡Y no solo una vez! ¿Qué pasa? ¿Acaso es un tipo muy feo y no te gusta? —No… No es eso… Élodie tartamudeó, nerviosa. —Es solo que… su novia también está aquí. ¿Cómo podría… querer estar conmigo? —¡Tú solo ocúpate de estar en la habitación, quédate desnuda y espera! Te garantizo que en cuanto José te vea, caerá en la tentación. ¡No tienes que preocuparte por nada más! El número de habitación está en la tarjeta, asegúrate de no equivocarte. Después de dar la orden, Héctor colgó sin esperar respuesta. Élodie se quedó de pie un momento, tratando de calmar su respiración. Finalmente, reuniendo todo su valor, entró a la mansión. Mientras tanto… La música terminó. Adriana sintió un poco de mareo y, casi por instinto,
Los pasos en la puerta eran suaves, pero para Élodie, cada sonido retumbaba en su cabeza como un eco ensordecedor. A pesar de haberlo preparado todo, cuando llegó el momento, el pánico la invadió. Incapaz de enfrentarlo, se escondió bajo las sábanas, temblando del miedo. —¿Dónde anda metida? De repente, la voz de una mujer irrumpió en la habitación. Élodie se quedó inmóvil bajo las sábanas, confundida. No era la voz que esperaba. Finalmente, incapaz de contener su curiosidad, apartó un poco la tela y asomó la cabeza. Junto a la cama, de pie y mirándola con calma, estaba Adriana. —¿Adriana? Élodie se quedó pasmada. —¿Me conoces? Adriana levantó una ceja. Dándose cuenta de su error, Élodie se sentó de inmediato, tratando torpemente de arreglarse el cabello. Sus nervios la delataron sin necesidad de interrogatorio. —Solo fue que bebí un poco de vino y me sentí algo mal… Así que subí a descansar. —Curioso, porque yo no te pregunté por qué estabas aquí. Adriana c
Cuando llegaron al segundo piso de la escalera, José apareció dando saltos. Los tres se quedaron callados un momento, mirándose cara a cara, hasta que Vittorio rompió el silencio: —¿El señor José también busca un lugar alejado de tanto ruido? José ignoró el tono irónico de Vittorio y respondió de golpe: —Escuché que la señorita Adriana no se sentía bien. Vine a verla. —Parece que el señor José la cuida mucho —dijo Vittorio, con un tono serio. Sin inmutarse, José miró fijamente a Adriana, con una expresión difícil de descifrar. —Es mi pareja de baile esta noche. ¿Cómo no voy a preocuparme? Vittorio abrió la boca para decir algo más, pero en ese momento, un sirviente subió corriendo y lo llamó para atender un asunto urgente. Vittorio se despidió rápido y se fue, dejando a José y Adriana solos en la escalera. José subió un escalón, quedando a la misma altura que ella. —¿Cómo fue la cosa? Adriana asintió. —Tal como sospechábamos. Diez minutos antes… Mientras A
La voz de Héctor sonó por el celular, llena de rabia: —¿Recuerdas la última carta que te mostré? —… Aja. Élodie respondió con la voz quebrándosele. —Lo que digas frente a Adriana debe salirte de esa cabezota. Esta es tu última oportunidad. Si vuelves a fracasar, la vida de tu familia será diez veces peor de lo que ya es. Después de la amenaza, Héctor colgó con fuerza. Élodie se quedó agarrando el teléfono, su miedo y angustia ahora mezclados con ira. ¿Acaso su familia no había sufrido suficiente? ¿Diez veces peor? ¿Eso no era lo mismo que condenarlos a la muerte? Estaba harta. Harta de vivir con miedo, de depender de la misericordia de otros para sobrevivir. Si lo único que tenía que hacer era decirle la verdad a Adriana, ¿por qué no iba a hacerlo? Con esta decisión en mente, Élodie salió corriendo de la habitación, descalza, y justo en el descanso de la escalera entre el tercer y segundo piso, chocó de frente con Adriana. —Señorita Adriana, perdón. Su tono llev
—Eres tan inteligente, así que ya deberías saber de quién hablo, ¿O me equivoco? ¡Sí! Esa estudiante de secundaria… eras tú, Adriana López. Élodie contó toda la verdad de un solo golpe, tan fuerte que incluso ella misma quedó con la respiración cortada. —Dices que no crees en las coincidencias, pero, ahora mismo… el corazón que late dentro de ti es el de la exnovia de José. ¿No es esto una coincidencia? ¿Te atreves a decir que no existen? Su voz se volvió un grito de desahogo, como si fuera ella la que buscara venganza. —Tal vez yo no pueda obtener nada de José, pero no te creas que tú sí lo has conseguido. ¡Porque él nunca te ha amado de verdad! ¡Desde el principio hasta el final, su único amor ha sido esa chica muerta! Élodie siguió empujando hacia adelante, con una expresión de loca en su cara. —No, espera… decir que nunca te ha amado sería mentir… Porque en realidad, sí ha amado tu corazón. Ese corazón que ni siquiera es tuyo. Adriana sintió un nudo en la garganta.
Adriana subió al carro, intentando calmarse, pero sus emociones salían a chorros sin que ella pudiera hacer algo.Por instinto, llevó su mano a la parte izquierda de su pecho, sintiendo los latidos irregulares de su corazón. Sonrió.¿Era acaso su mala suerte con los hombres? Pensaba que su primer error fue enamorarse de Carlos, que la traicionó. Luego, por un giro del destino, terminó casándose con José. Al principio, lo miraba con desconfianza, pero con el tiempo, después de todo lo que vivieron juntos, comenzó a admirar su inteligencia, su determinación y su sentido de la justicia. En él vio una bondad oculta, un respeto sincero y admiración profunda. Por eso, poco a poco, bajó la guardia. Se convenció de que lo amaba, de que eran una pareja basada en la confianza y el entendimiento mutuo. Pero jamás imaginó que, con toda su inteligencia, no había podido ver la verdad más simple. Él no la admiraba ni la respetaba. Admiraba y respetaba lo único dentro de ella… Lo único que
—Señor Diego, deja de asustar al presidente con historias de telenovela baratas. —Rafael no aguantó más y se enderezó para decirle un par de palabras. La señora Adriana estaba dolida, sí, pero no tanto como para perder la cabeza y suicidarse. Unos minutos después, Rafael recibió un nuevo mensaje: —Presidente, la señora Adriana ya salió del hospital después de su chequeo. Está de regreso a la ciudad. —llévame a casa. José dio la orden con indiferencia. El carro arrancó de inmediato, dejando a Diego solo bajo la noche, sintiéndose impotente ante la situación. Sin embargo, al llegar al Conjunto Residencial Los Jardines, Adriana seguía sin aparecer. Finalmente, un nuevo mensaje llegó: en lugar de regresar a casa, su carro había cambiado de ruta e iba al Boulevard Titán del Norte. —Ese no es el camino a la casa de la familia López… —murmuró Rafael. José respondió con voz firme: —Averigua dónde están la casa y la oficina de Julia. Tres minutos después, Rafael informó: