La travesía de regreso tras haber encontrado el Corazón de la Fuente no fue más sencilla que la batalla que libraron en el templo. El bosque que los había envuelto en una oscuridad antinatural parecía ahora más hostil. Las ramas susurraban secretos olvidados por el tiempo, y el viento frío parecía acariciar sus miedos más profundos. Aurora caminaba al lado de Damien, su mano entrelazada con la de él, buscando en su tacto la seguridad que el mundo exterior le negaba.El silencio se apoderó del grupo. Freya iba al frente, su arco colgado a la espalda pero sus sentidos alerta, como si en cualquier momento una amenaza pudiera saltar de entre los árboles retorcidos. Kael cerraba la marcha, su espada desenvainada, los ojos oscuros escrutando cada sombra.Vincent caminaba un poco apartado del grupo. A pesar de haber demostrado su lealtad en la batalla contra el Guardián, la desconfianza aún pesaba sobre él como una condena invisible. Damien no le dirigía la palabra, su mirada dura dejaba cla
La noche caía como un manto pesado sobre el nuevo refugio del grupo. Las llamas de la pequeña fogata parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra rugosa. El ambiente estaba cargado de una tensión invisible, un eco de las decisiones difíciles que habían tomado para llegar hasta allí. Aurora se encontraba sentada, con la mirada perdida en el fuego, sus pensamientos un torbellino de dudas y miedos. El peso de la responsabilidad se sentía más fuerte que nunca, no solo por su propio destino, sino por la vida que crecía dentro de ella. Damien la observaba desde la distancia. Su figura, imponente incluso en la penumbra, parecía tallada en piedra. Pero sus ojos, rojos y brillantes, traicionaban la tormenta interna que lo consumía. Desde la última batalla, algo había cambiado entre ellos. No era solo el cansancio físico o las heridas que marcaban sus cuerpos; era el miedo, el amor y la desesperación, entrelazados en un nudo imposible de deshacer. Aurora se levantó de
El amanecer trajo consigo un silencio inusual, un eco vacío que contrastaba con el caos de la batalla reciente. Las ruinas del refugio se erguían como testigos mudos del enfrentamiento que casi les había costado la vida. La brisa de la mañana arrastraba el olor metálico de la sangre mezclado con el humo de las antorchas apagadas. Pero entre los escombros, un nuevo desafío se gestaba, uno que pondría a prueba no solo su fuerza física, sino la solidez de sus lazos.Aurora se despertó sobresaltada, su cuerpo adolorido, pero su mente alerta. Sentía el vacío a su lado en el lecho improvisado: Damien no estaba. Su corazón se aceleró mientras se ponía de pie, siguiendo el rastro invisible que sabía instintivamente que la llevaría hacia él. Lo encontró de pie, en el borde del acantilado que dominaba el valle, su silueta recortada contra el cielo grisáceo. Su figura parecía más solitaria que nunca, cargada con un peso que no podía compartir.—¿No puedes dormir? —preguntó Aurora suavemente, ace
El amanecer se alzó sobre el horizonte teñido de tonos anaranjados y carmesí, como si el cielo reflejara la sangre derramada en las últimas batallas. El aire estaba cargado de un silencio incómodo, uno que no era el resultado de la paz, sino del peso de las decisiones recientes. Aurora observaba el paisaje desde lo alto de una colina, el viento frío acariciando su rostro. Sus pensamientos eran un torbellino de imágenes: la traición de Vincent, el portal sellado, y la oscuridad que aún parecía acecharlos desde las sombras.Damien se acercó a ella en silencio, su presencia imponente y reconfortante al mismo tiempo. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad apagada, como brasas que arden en la oscuridad. No necesitaban palabras para entenderse; ambos sabían que lo que habían enfrentado era solo el comienzo de algo más grande.—¿No puedes dormir? —preguntó Damien, rompiendo el silencio.Aurora negó con la cabeza, sus dedos jugando con un colgante que había encontrado entre los escombros
El amanecer filtraba su luz pálida a través de los ventanales rotos del refugio temporal. Un silencio tenso llenaba el aire, roto solo por el tenue latido que Aurora sentía, no en sus oídos, sino dentro de su propio cuerpo. Un ritmo firme, constante, que no pertenecía a ella, pero que ahora definía su existencia: el latido de su hijo.Sentada en un rincón, su mano descansaba sobre su vientre, que, aunque apenas comenzaba a mostrar su curva sutil, ya sentía como un universo propio. La guerra, las batallas, incluso la traición de Vincent, se desdibujaban ante ese simple y poderoso recordatorio de la vida que crecía en su interior. Sin embargo, esa vida era un faro y una carga. ¿Cómo podía ser madre en un mundo que parecía decidido a arder?Miedos que no se nombranAurora observaba a Damien, que afilaba su espada al otro lado de la habitación. Su figura fuerte y segura contrastaba con la fragilidad que ella sentía en esos momentos. Aunque sabía que su magia la hacía poderosa, había una v
El amanecer se filtraba a través de los árboles, derramando una luz tenue sobre el campamento improvisado. Damien estaba de pie, apoyado contra un roble desgastado, observando en silencio. Sus ojos rojos seguían cada movimiento en la distancia, pero su atención no estaba en el horizonte. Estaba en ella.Su risa suave resonaba mientras hablaba con Matilde, su mano descansando sobre el vientre que albergaba la vida más importante del mundo para él. Un hijo. Su hijo. La simple idea de eso era un torbellino en su mente: un huracán de emociones que ni siglos de existencia lo habían preparado para enfrentar.No era miedo a la paternidad lo que lo carcomía por dentro. Era el temor más primitivo y abrumador que había conocido: la posibilidad de perderla.El peso del liderazgo y la vulnerabilidadComo líder, Damien había tomado decisiones difíciles, algunas manchadas de sangre y otras grabadas con cicatrices invisibles en su alma. Siempre había puesto la misión por encima de todo, incluso por
El viento nocturno arrastraba el eco de una tormenta lejana mientras la tienda de campaña de Damien y Aurora permanecía sumida en un silencio inquietante. Las sombras danzaban en las paredes, proyectadas por la tenue luz de una lámpara de aceite, y el ambiente estaba cargado de una tensión que parecía más pesada que el aire mismo.Damien se encontraba junto a la entrada, su figura imponente recortada contra la oscuridad del exterior. Su respiración era tranquila, controlada, pero sus pensamientos estaban enredados en un torbellino de emociones. Su instinto de líder lo mantenía alerta, pero su corazón—ese órgano que creía inerte—latía con una preocupación creciente. Aurora. Su Aurora.Ella estaba recostada sobre una manta gruesa, con la mano descansando sobre su vientre ligeramente abultado. La fragilidad aparente de su cuerpo contrastaba con la fuerza que emanaba de su alma. Aurora no era una simple humana; era la chispa que encendía su oscuridad y la luz que amenazaba con consumirlo.
El crepúsculo caía como un manto de sangre sobre el campamento improvisado. Las llamas de la fogata crepitaban, lanzando chispas al cielo oscuro, y el aire olía a humo, sudor y a la tensión latente de un grupo que sabía que cada segundo de calma era solo una pausa antes del próximo asalto del caos.Aurora se encontraba sentada cerca del fuego, sus dedos acariciando distraídamente su vientre. Aunque su embarazo apenas era visible, su cuerpo le recordaba cada día que crecía algo dentro de ella: un vínculo irrompible, una promesa de futuro, pero también un recordatorio del peligro que eso significaba. El hijo que llevaba no era un simple bebé. Era un catalizador de poder, un símbolo de esperanza y de maldición para algunos.Kael llegó desde la oscuridad, sus pasos silenciosos, como si la noche lo aceptara como uno de los suyos. Se detuvo a su lado, su mirada fija en el fuego.—No puedes dormir, ¿verdad? —murmuró sin mirarla.Aurora soltó un suspiro, sin apartar la vista de las llamas.—D