3

Terminamos cansados de buscar tantas cosas. Me propone ir a cenar o cocinar algo en casa, elijo la segunda opción porque así puedo darme una ducha y pasearme en pijama mientras se prepara la comida.

Vamos al supermercado y compramos lo que necesitaremos para estos días. Desde artículos personales hasta un helado de chocolate y salsa de frambuesa para ver una película.

-Haremos lo siguiente, te das un baño relajante y yo me encargo de la comida.

-¿Y qué hago yo?

-Nada. Eres mi invitada.

-Pero…

-Pero nada. Te has preocupado de muchas cosas y de todo el mundo. Deja que tu amigo te consienta – me lanza un beso mientras vamos camino a la caja a pagar -.

Afuera ya está oscureciendo, la tarde está fresca y la ciudad está conmocionada tratando de llegar a su casa. Llegamos a casa, mientras yo bajo las compras, Juan cierra con llave el portón. Al menos me ha permitido hacer algo.

En cuanto me alcanza en la cocina, me envía al cuarto que será mío, según él, a perpetuidad. Es grande, espacioso. Tiene un televisor y la ropa de cama es de color púrpura con flores negras, me encanta de inmediato.

Las cortinas son de un tono parecido y tengo una alfombra afelpada de color beige. Por supuesto no podía ser todo oscuro, debe haber un equilibrio. Que bien me entiende.

El cuarto tiene su propio baño, lo que agradezco, porque si es mío para siempre, necesitaré darle privacidad a mi anfitrión cuando tenga una relación seria. Busco el pijama que elegí, una camisola de tirantes, con encaje y de satén. Tiene una bata a juego. Busco las demás cosas que necesito y siento más que veo la presencia de Juan en la puerta que dejé abierta, como parte de mi costumbre de vivir sola con mi marido.

-Creo que deberías cerrar la puerta – me dice mientras se acerca a mí -.

-Lo siento, es parte de la costumbre.

-No te preocupes. Me daría lo mismo pasar y verte desnuda, no serías la primera. Pero no creo que sea lo mismo para ti.

-Bueno, en mi vida sólo un hombre me ha visto desnuda – cambio de tema de inmediato, mientras menos piense en él, más rápido pasará todo esto -. Aunque si fuera al revés, te vi una vez.

-¿Cuándo fue? No lo recuerdo.

-En la fiesta de graduación. Estabas un poco tomado. Te quitaste la ropa y te tiraste a la piscina.

-Mmm… cierto, aunque no bebí esa noche. Pero ahora sería diferente. En ese entonces era un muchacho flacucho de 19 años. Si me vieras ahora, me pedirías matrimonio.

-¡Ja! No lo creo. De hecho, mañana llamaré a Miranda. Necesito referencias para un buen abogado.

-¿Me vas a demandar por acoso?

-No. Quiero iniciar el proceso de divorcio lo antes posible.

-Vaya. Veo que tomaste una decisión. Lo hablamos en la cena, ¿te parece?

-De acuerdo. Me voy a la ducha – lo empujo fuera la habitación -. Tú no debes estar aquí, la comida se va a quemar.

Cierro la puerta en medio de sus carcajadas. Me voy al baño, que tiene un espejo enorme, una tina donde quedaré cómoda… pero no ahora. El agua me sienta refrescante, me lavo el cabello creyendo que allí está toda mi tensión. Necesito un cambio de look, quiero verme de treinta, no de cuarenta.

Y pienso que sólo cambiar el estilo de ropa no será suficiente. Ahora nadie me dirá que debo verme como una esposa, que tiene un empleo serio y que no puedo verme como una mujer descuidada, porque la gente te trata como te ve y como ven a tu esposa.

Tantas cosas que hice por ese idiota y al final no sirvieron de nada. No valoró nada de los sacrificios que hice. Para mí vestir colores llamativos, “alegres” como él decía, era la muerte. Tener que llevar trajes y vestidos elegantes todo el tiempo sólo por él era agotador.

Y no sólo eso, la forma de comportarme.

En realidad, desde que me casé con él, envejecí diez años en uno. Pero no más.

Juan ha aceptado mi cambio, dice que no necesito tanta formalidad en la oficina, que vaya como me plazca, excepto a las reuniones con clientes, allí no se me permite usar traje de baño. El resto del tiempo puedo ser yo misma otra vez, al fin.

Mientras me seco el pelo con la toalla, Juan llama a la puerta. Le digo que ya puede pasar.

-Vaya, te ves radiante. Que sexy estás con ese pijama.

-No seas tonto. Era esto o un pijama con conejitos.

-Si quieres te doy el mío.

-¿Y tú que usarás?

-Nada.

-Olvídalo. Si hay un temblor, no quiero verte… No me gustaría pedirte matrimonio, déjame salir del uno primero.

Se acerca, me besa la frente y me abraza. Yo lo abrazo también y ese contacto piel con piel en la espalda me hace sentir bien. Hace tanto tiempo que no sentía ese tipo de contacto. Me siento tan protegida. Esos veinte centímetros de diferencia hacen que quede a la altura de su pecho, puedo oír el latido de su corazón, tan tranquilo y constante. Me besa el pelo y me dice:

-Tengo un secador en mi cuarto, te lo traeré. A la comida le falta unos quince minutos, así que aprovecharé de darme una ducha yo también.

-Gracias – le digo mirándolo a los ojos -. No sé qué sería de mí sin ti.

-Con esto estamos a mano – me dice con sinceridad -. Tú hiciste lo mismo por mí cuando murieron mis padres, aunque de una forma diferente. Nunca olvides lo importante que eres para mí, Pequeña.

Me da otro beso en la frente y se va en busca del secador. Cuando vuelve, yo ya estoy con la bata. Me sonríe y me deja otra vez.

Diez minutos después, me lo encuentro en el pasillo. Lleva sólo los pantalones del pijama. Madre mía, en verdad hace mucho que no teníamos tiempo para nosotros. Lo que había sentido a través de la camisa no le hace justicia a lo que veo. Su abdomen tiene musculatura, al igual que sus brazos. No tiene nada que ver con el muchacho flacucho que vi desnudo hace más de diez años, ni al hombre con el que me metía a la piscina hace cuatro.

-Te dije. Apuesto a que ahora te gustaría salir conmigo.

-Pero no creo que sea buena idea. A tu novia no le gustaría.

-Bien puedo dejar a la novia – me guiña un ojo, se ríe y me abraza mientras caminamos a la cocina -. Sabes que estoy bromeando, ¿verdad?

-Si fuera en serio, tendría que irme de aquí.

-Que bueno que no sea así. Ahora siéntate, voy a servirte la cena. El postre es para el sofá.

Una pasta exquisita, con pollo, crema y queso. Está delicioso, no hablo hasta que ya me terminado la mitad del plato.

-Que rico está. ¿Ya le cocinaste a tu novia?

-Un par de cosas.

-Entonces esto va enserio. ¿Cómo se llama?

-Rebeca. Tiene 29 años y es periodista.

-Vaya, una menor. Otra novedad.

-No es para tanto.

-Para ti sí. No querías una mujer con más de un año de diferencia.

-Por la madurez. Ella es bastante madura, con mucha experiencia, ya sabes, por su trabajo.

-Ya veo. Entonces si va seria la cosa.

-Puede ser. Todo depende.

-¿De según como se mire?

-Todo depende – nos reímos de nuestro chiste. Cuando queremos decir que es algo serio, pero queremos restarle seriedad, repetimos las líneas de la canción de Jarabe de Palo -. Necesito que me des tu opinión cuando la conozcas.

-Pero es tu decisión, yo no puedo influir en ella.

-Sí puedes. Tienes todo mi permiso.

-Me refiero a que, si ella de verdad te gusta y es la mujer perfecta para ti, pero por mi forma de ser o por culpa de mis hormonas ella no me agrada, puedo decir algo que no te beneficie.

-Ahí te equivocas. Carlos de audiovisual no te agrada, pero alabas siempre su trabajo porque es bueno en lo que hace.

-Pero hablamos de trabajo. Esto es diferente – le digo mientras termino con mi comida -. Si la elijes como tu esposa, tendría que bancarse mi sonrisa falsa por el resto de su vida.

-Claro que no. Si a ti no te gusta, nunca formará parte de mi vida.

-No creo que eso sea justo para ti. Y tampoco para mí, me das una responsabilidad enorme sobre ti.

-Ya te lo dije, para mí eres importante. Básicamente la única familia que me queda. Si por una mujer que recién conozco voy a perder lo único importante que me queda, mejor me quedo solo.

Se me hace un nudo en el estómago. Nunca supe la importancia que tenía para él hasta ahora. Y no sabía lo importante que era él para mí hasta ahora. Termino de beber el jugo de arándanos que preparó y lo miro fijamente.

-No me digas lo que me vas a decir – me dice antes de que pueda abrir la boca -. Me darás tu opinión con toda confianza. Sé que verás lo que yo veo en ella, una mujer inteligente, audaz, pero con mucho amor para darme.

-Ya te fuiste a la cama con ella… - por alguna razón se me cruza esa idea por la cabeza, me da algo que no puedo reconocer -.

-No. Es muy pronto. Sólo llevo saliendo con ella dos meses.

Se pone de pie, retira los platos y yo me voy por el helado de chocolate, la salsa de frambuesa y dos cucharas. Mientras me acomodo en el sofá, él lava los platos. Luego se me une y busca una película, nos vamos por El Stand de los besos. No hay como una película romántica para una mujer que ha decidido divorciarse. Pero lo que vale es la compañía y el helado.

-Danna – me saca de la película justo cuando el chico salva a la muchacha de hacer el ridículo -. Quiero que sepas que en verdad te quiero.

Su confesión me deja confundida. Pero también le respondo.

-Yo también te quiero, Juan.

Se lo digo con sinceridad y mirándolo a los ojos. Me sonríe tímidamente, hace mucho que no veía esa sonrisa. Me da un beso en el pelo y me rodea con sus brazos. Por fortuna tengo la bata, porque sigue con el torso descubierto. Ese contacto me hace querer algo, pero no sé qué es.

Hace mucho dejé de querer cosas, dejé de sentir. Ahora todo lo que siento y quiero no lo reconozco. El único sentimiento que he podido reconocer las últimas horas es la ira hacia Rodrigo y mi hermana.

Siento que me sonrojo cuando la muchacha de la película cae al suelo con el chico que la había rescatado antes y pasa por una situación incómoda. Tal vez eso es lo que me pasa ahora, siento un poco de vergüenza con la cercanía de mi amigo. Pero es sólo eso, y nunca va a cambiar…

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo