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Capítulo Uno: Centro de Experimentación

25 de mayo del año 2025

Agatha

Le debo un favor a mi hermano y es por eso que me veo en la necesidad de correr en su ayuda. Él fue quien me financio la carrera de medicina con mención en bioquímica, de cierta manera debo ser agradecida por todo lo que me ha brindado.

Anoche me ha llamado de urgencia para ayudarlo en su laboratorio ubicado en Lörrach. No me ha quedado más remedio que tomar un avión desde mi ciudad natal de Berlín.

Nuestra relación de hermandad no es muy estrecha, ya que soy la hija bastarda y la que arruino el matrimonio perfecto de sus padres, solo compartimos parentesco por parte de nuestro padre Nicolás Müller.

Kevin Müller, mi medio hermano, es un reconocido médico, su fama se debe a que ha encontrado varias curas para un montón de enfermedades, aunque en el fondo sé que eso se debe gracias a mí, porque he sido yo la que he realizado los análisis y los informes. Luego se los enviaba, para las pruebas clínicas dando resultados favorables.

La verdad no es que me importe, con tal de ayudar a la gente, la fuente es lo de menos.

Después de cinco horas, el avión aterriza en el aeropuerto Basel, avisándome que ya llegué. Me bajo y voy por mi maleta a la sala de equipaje, justo cuando mi teléfono celular comienza a sonar.

Veo que es mi hermano y no dudo en contestarle.

—Agatha se supone que deberías haber llegado hace treinta minutos —me regaña.

—Lo sé, el avión se retrasó ¿Dónde estás?

—Salida norte, calle B, apúrate que no tengo todo el día.

Me corta.

Suspiro cansada y tomo mi maleta para casi trotar por los pasillos del aeropuerto.

A lo lejos lo diviso y al llegar a penas me saluda, haciéndome una seña para que lo siga. Llegamos a un vehículo rojo de último modelo. Abro la puerta y me siento en los cómodos asientos de cuero negro, mientras él se sube para manejar.

—Necesito que firmes esto —dice sin ningún interés, pasándome una carpeta amarilla.

Enciende el motor y emprende la marcha.

—¿Qué es? —pregunto algo escéptica.

Es mi medio hermano, pero también conozco el nivel de ambición que tiene.

—Un acuerdo de confidencialidad, todo lo que veas, escuches y hagas, nadie más puede saberlo, solo es precaución del laboratorio, hermanita —menciona con un tono burlón que no me gusta nada.

Abro la carpeta y solo veo una hoja, me imagino que es la última, porque es donde debo firmar.

—¿Y las demás hojas? si voy a firmar un acuerdo, mínimo debería leerlo ¿no crees? —espeto algo molesta, porque sus juegos nunca tienen límites.

Kevin resopla fastidiado arrugando su entrecejo.

—Confía en mí, jamás sería capaz de perjudicarte.

Tomo un mechón de mi cabello y lo pongo detrás de mi oreja, no le creo nada, si él pudiera me dejaría en la calle.

Nicolás, nuestro padre falleció hace cinco años, pero en su testamento dejo en claro que Kevin administraba los bienes con una única cláusula: debía de mantenerme y proveerme de todo hasta que cumpliera los treinta años de edad, para eso faltan cuatro años.

Me debato entre mandarlo a la m****a o no. Me decido por lo segundo. Sostengo el lápiz que venía en la carpeta y estampo mi firma, sin ver las consecuencias de todo esto.

—Listo, espero que no sea nada malo —susurro más para mí.

El viaje es largo, en la carretera solo veo bosque y aún nos queda alrededor de dos horas y media para llegar.

Cuando llegamos me sorprendo de que sea un lugar abandonado em medio de los árboles rodeado por cerca eléctrica perimetral. Hay cuatro guardias en la entrada, mi hermano presenta su credencial, para que le abran el portón.

Este sitio tiene cero pinta de laboratorio, más parece una fábrica en la cual hacen materiales de construcción.

—No sabía que habías cambiado de rubro —comento con el fin de indagar más.

—Digamos que esto me deja muchas más ganancias, para mantener a todos los parásitos que me rodean.

Viro los ojos, cada oportunidad que tiene me lo echa en cara.

Nos estacionamos y bajamos.

El calor es infernal a pesar de que algunas copas de árboles nos tapan, sin embargo, un escalofrió recorre toda mi espalda. 

En la entrada de esta fábrica hay más guardias vestidos de negro, que llevan pistolas, pero estas no son de balas, sino de dardos tranquilizantes. Me fijo en todo alrededor y hay cámaras de seguridad y vigilancia en todas las esquinas de la propiedad.

—¡Kevin! —Le llamo tomándolo del brazo—. ¿Esto es legal?

—Por supuesto, hermanita. No tiene nada de qué preocuparte.

Mis alarmas se encienden y tengo ganas de salir corriendo de este lugar. Me muerdo los labios y lo sigo.

Al entrar, el lugar es sombrío. Seguimos caminando en línea recta esquivando un montón de materiales hasta que llegamos a una pila de madera que es donde se detiene y corre una de esas tablas y me hace una seña para que pase.

«¡Carajo!»

Esto es como un pasadizo secreto que da a unas escaleras hacia un subterráneo. 

Kevin cierra la madera que hace de puerta ficticia y baja, voy detrás de él, memorizando todo. La temperatura cambia a un estado más agradable, no hace ni frío ni calor. Pero yo sigo teniendo un malestar en el estómago y un mal presentimiento.

Cruzamos un pasillo blanco, en un costado hay una mampara de vidrio que puedo divisar como trabajan unas siete personas con computadores y batas blancas. Y al otro costado puedo ver diferentes implementos de laboratorios con muestras de sangre y otros fluidos que no logro identificar.

Me abrazo a mí misma, esto me da una impresión muy mala.

Seguimos caminando cuando aparece un hombre mayor, canoso, de estatura media alta con una mirada marrón enturbiada.

—Doctor Wilson le presento a Agatha Müller, médico con mención en bioquímica, no quiero alardear, pero diría que en la materia es una prodigio.

Lo miro incrédula «¿De cuando me adula tanto?»

El doctor Wilson solo me observa de pies a cabeza que hace que me remueva inquieta, su mirada me perturba.

—Señorita Müller —se dirige a mí—. ¿Ha firmado usted el acuerdo de confidencialidad?

—Si.

—Bien, entonces ya sabe que si habla tendrá consecuencias fatales para su persona —comenta con ese tono amenazante que me hace desconfiar aún más.

—¿Qué? —me desoriento, porque no tengo ni idea a que consecuencias se refiere.

—Ya lo sabe doctor Wilson —contesta mi hermano por mí.

El doctor asiente poco convencido y nos guía hacia otra puerta, su advertencia ha sido más que clara. 

Cuando atravesamos el umbral hay una escalera que da hacia los pisos de más abajo.

«Esto parece un laberinto»

Bajamos juntos para llegar al siguiente piso, pero un gruñido retumba por toda la estancia, que llego a saltar del susto.

El doctor Wilson y Kevin se ríen a carcajadas.

—¿Eso fue un lobo? —pregunto algo nerviosa.

—Sí, animales que no sirven para nada más que experimentar —contesta mi hermano con esa actitud que me pudre.

Voy a rebatir lo que dijo cuando escucho un aullido.

Pasó saliva.

—Señorita Müller me imagino que puede tratar con lobos, de eso depende que salga viva de aquí —dice el doctor Wilson.

Llegamos al segundo piso subterráneo, a lo lejos veo algunas celdas, puedo distinguir algunas siluetas que parecen personas moverse de un lado a otro, pero su complexión es mucho más grande y musculosa que una persona normal. Y en otras celdas hay derechamente lobos grandes de diferentes pelajes, negros, blancos y cafés.

El doctor nos señala otra puerta, pero yo no camino más y tomo a Kevin del brazo enterrando mis uñas en su piel.

—¡¿En qué m****a me estas involucrando?! —exclamo al borde de colapsar, una idea se me viene a la mente y la suelto: —No me digas que ellos son... son los licántropos que han estado esclavizando por años —balbuceó dándome cuenta de donde estoy.

Había visto en las noticias como desmantelaban estos centros porque hacían prácticas ilegales con estos seres sobrenaturales, a modo de disculpa, el gobierno alemán les había proporcionado dos lugares para que pudieran hacer su vida tranquila, pero aún quedaban centros clandestinos por descubrir. 

Eros era el Alpha de la manada Moon White que habían sobrevivido, encargándose también de reunir a toda su gente, para darles la libertad que se merecen y proporcionándoles una vida digna.

Kevin me encuella y me golpea a la pared, sacando un arma de fuego que la pone en mi mandíbula.

—¡Mira bastarda! —vocifera con odio—, esto es sencillo o haces lo que te decimos o te matamos, no hay más opción.

—¡Eres una escoria! —escupo con rencor enterrando mis uñas en las palmas.

—Sí, sí, si lo que tú digas ¡Ahora camina! —Me hace una seña con su arma y me apunta en la espalda para que siga al doctor Wilson.

Bajamos al tercer piso del subterráneo, el cual está lleno de celdas y sigo escuchando rugidos, aullidos y gritos que me calan en los huesos. Mis ojos se humedecen, pero intento no derramar lágrimas.

—¿Cuántos licántropos hay? —indago.

—Eso no te importa.

—Si voy a trabajar con ellos, debería saberlo.

—Corrección bastarda —continua Kevin—, solo trabajaras con uno de ellos, pero para tu información hay un total de diecinueve, quizás mañana sean menos, ¿ya sabes? algunos son tan débiles y estúpidos que no resisten absolutamente nada.

Aprieto mis dientes, que me llega a doler la mandíbula, no puedo creer que haya gente como ellos, que dañan y lastiman a seres inocentes. La repulsión se hace presente que solo tengo ganas de estamparle un puño en su nariz perfecta.

Cuando llegamos al último piso del subterráneo, el menos cuatro, Wilson me guía por un pasillo con luz tenue, pasamos por una celda y me fijo en la persona que está sentada en una cama.

Su mirada es de odio puro, no la culpo estaría igual, a pesar de que parece humana sus rasgos son distintos más preciso son sus ojos, el color violeta resalta en la oscuridad y su piel blanca como la leche contrasta con su cabello negro ondulado y largo hasta sus pechos.

—Ya que pasarás por lo menos un mes aquí encerrada, te presento a tu compañera de cuarto código 50 —dice el doctor Wilson con malicia.

Puedo escuchar el pequeño gruñido que da.

Sigo caminando con mis rodillas temblorosas hasta doblar en una esquina. A lo lejos diviso otra celda, a un costado esta un pequeño laboratorio y a continuación de esta hay una habitación.

Cuando estamos frente a esa celda, veo a un hombre tendido en el suelo de boca abajo, su espalda tiene claro signos de haber sido azotado, su piel es tan blanca y clara que la sangre reluce en sus heridas, hematomas en sus brazos y solo puedo ver su oscuro cabello color azabache.

—Lleva siete días inconsciente —enuncia Kevin sin ningún atisbo de preocupación.

Mi corazón se estruja por la maldad e injusticia que cometen estos pedazos de estiércol. El doctor Wilson entra al laboratorio y extrae una carpeta de color azul. Sale del laboratorio y me la tiende.

—Aquí encontraras toda la información de código 25, cuál es su ADN y a que pruebas está siendo sometido, todo lo encontraras en estos papeles... tu misión aquí será encontrar un medicamento que suministre mejoras en su capacidad física y de recuperación, bueno si es que lo salvas primero, porque tal como dice Kevin durante siete días ha recibido golpes, choques eléctricos y torturas de diferente índole, que no le hacen despertar.

Las ganas de arañarle la cara no me faltan, su frialdad me pone los pelos de puntas.

—Con semejante cuidado que le das, no esperes resultados milagrosos —comento con repudio hacia mis compañeros.

—Señorita Müller, no saldrá de aquí, hasta que se lleve a cabo la misión. Por favor no me haga ponerla en una situación más difícil de lo que ya está.

Voy a rebatir cuando Kevin me encañona haciéndome daño en la espalda.

—Mira bastarda, es mejor que empieces ya, porque entre más rápido haces tu trabajo, más rápido puedes irte de acá.

Suspiro y asiento resignada.

Ellos se van y me dejan las llaves de la celda de código 25.

Una hora me cuesta decidir si debo entrar o no, además no soy capaz de leer su ficha, no quiero saber a qué clase de pruebas o torturas ha sido sometido.

Este licántropo sigue inconsciente, pero si despierta, no dudara en matarme... pero tampoco puedo seguir perdiendo tiempo.

Voy al laboratorio y busco gasas, agua destilada y yodo para desinfectar las heridas de su espalda y tomo una aguja y jeringa la cual tiene una solución que sirve para analgésico, antinflamatorio y antipirético.

Lo primero que hago es buscar la vena de sus brazos y me doy cuenta que las tiene demasiado inflamada y morada por tantas intravenosa que le han puesto.

«¡Malditos hijos de putas! La rabia se apodera de mí, al verlo tan indefenso»

Con mucho cuidado introduzco la aguja en su vena y lo inyecto, puedo sentir como su corazón bombea de forma latente. 

Así trascurren las horas, curando su piel de la mejor forma posible. Lo he vendado, pero no soy capaz de subirlo a la cama, es demasiado pesado, tampoco puedo voltearlo por lo lastimado que esta.

Me apoyo en la pared y siento como mis lágrimas calientes caen por mis mejillas. Me abruma la crueldad y lo inhumano que algunas personas pueden llegar a ser. 

Sentada en el suelo pongo su cabeza sobre mis muslos y sin poder evitarlo acaricio su cabello, es tan sedoso y lo lleva corto. El olor que desprende me recuerda a un día de lluvia en un bosque, a tierra mojada.

Su respiración es lenta, pero me tenso cuando siento su cuerpo temblar y escucho un pequeño gruñido, para luego caer en la inconciencia nuevamente.

Los días trascurren, he perdido la cuenta de si es día o noche.

Solo me he enfocado en la recuperación de este hombre lobo, días anteriores solicite algunos guardias para que me ayudaran a subirlo a la cama, para que de esa forma estuviera más cómodo. También le he conectado un electrocardiograma para monitorear los latidos de su corazón y he estudiado todo su sistema, además de la sonda para que se alimente. 

Al ser licántropo debe ser un excelente cazador y depredador, además de territorial. Me enfoco en su peso, estatura y genes que lo componen, llegando a una solución química que puede proporcionarme su recuperación.

Odio hacer esto, pero la única forma de saber si funciona, es probándola.

Me acerco a él y a través del suero le inyecto el medicamento. Cinco minutos y no reacciona, sus signos vitales son normales, pero sigue en un estado de inconciencia. 

Diez minutos y no sucede nada.

Suspiro frustrada acariciando su cabello. Estoy tan sumergida en mis pensamientos que no me doy cuenta cuando su mano se cierne en mi muñeca y de un movimiento tan rápido me lleva a la cama aprisionándome entre esta y su cuerpo.

Jadeo asustada. 

No me aplasta, pero me mantiene inmovilizada.

Sus ojos me detallan y por fin puedo conocer el color de su mirada, el color grisáceo con motitas doradas que destella, es extraño y cautivante que acelera mi corazón. Es como si viera una tormenta eléctrica en pleno invierno, pero más clara, con rayos dorados.

Sus fosas nasales se ensanchan y huele captando algún olor. 

Me gruñe frunciendo su frente y mostrándome sus colmillos grande y blancos, para luego bajar su cabeza hasta mi cuello, me tenso porque sé que al mínimo descuido estaré muerta, sin embargo, quedo aturdida cuando su lengua recorre mi piel mordisqueando suave, ocasionando que tiemble entre sus brazos, puedo sentir como sus colmillos afilados se debaten entre romper o no mi carne.

Me suelta una de mis muñecas y rasga mi blusa, dejándome solo en brasier. Las lágrimas amenazan con salir, pero tampoco quiero asustarlo.

—No me hagas daño, por favor —suplico temblorosa.

Me mira ladeando su cabeza y vuelve a oler captando los aromas que nos rodean.

—¡Mía! —gruñe para bajar hasta al inicio de mi seno izquierdo y enterrar sus colmillos en mi piel.

Chillo enterrando las uñas de mi mano libre en sus costillas. Me duele como los mil demonios, siento como esa zona me arde y palpita. Él lame la herida que me acaba de ocasionar y se frota contra mi piel, aúlla y vuelve a caer en la inconciencia aplastándome.

«¡Joder!»

Trato de apartarlo porque me está dejando sin aire. Cuando lo logro, me fijo en la mordida que me ha realizado, me va a dejar marca.

Hago el último chequeo y me fijo en que sí, el fármaco va a funcionar a largo plazo. 

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