Capítulo 2
Volteó a mirar a Alejandro.

Resultaba que esas dos palabras no eran tan difíciles de pronunciar después de todo.

—No me voy a divorciar de ti, y lo sabes bien —dijo Alejandro con un rostro severo.

—Eres abogado, deberías saber muy bien que, si me hubieran declarado culpable, me habrían sentenciado a prisión...

—Ante las contundentes evidencias, no tenía otra opción...

—No, elegiste creerle a Vanessa en lugar de a mí —Luciana tenía muy claro cuál era el punto.

Él no confiaba en ella.

O quizás, Vanessa era más importante para él, tanto que prefería que fuera ella quien fuera a prisión.

—Vamos a casa —Alejandro comenzó a bajar silencioso las escaleras.

Luciana se ajustó el abrigo y caminó directo hacia el auto. El viento helado le cortaba la cara como cuchillas.

Dentro del auto, el silencio entre ambos era aterrador.

Al llegar a casa, Alejandro ni siquiera se bajó. Apenas Luciana salió del auto, él se fue.

Luciana lo vio partir sin preguntar nada.

"Debe estar preocupado por la detención de Vanessa", pensó.

Al entrar, primero redactó un acuerdo de divorcio y luego empezó cuidadosa a empacar.

La casa donde vivían ahora era una propiedad recién adquirida por Alejandro, un departamento de lujo de 400 metros cuadrados en una zona exclusiva. Como se habían mudado hace relativamente poco, no tenían muchas cosas; algunas seguían en su antigua casa. Todo cabía en una maleta grande.

Dejó la casa impecable, sabiendo que Alejandro era obsesivo con la limpieza. Una vez que sacara sus cosas, apenas quedarían recuerdos diminutos de ella.

Firmó el acuerdo de divorcio y miró con nostalgia el anillo de matrimonio que había llevado durante cuatro años sin quitárselo nunca. Lo acarició por última vez antes de dejarlo sobre el acuerdo en el escritorio de él.

Al salir del condominio, no fue a casa de sus padres; seguramente se preocuparían y la llenarían de preguntas.

Su mejor amiga Daniela vivía con su novio, así que obviamente no podía ir allí. Su única opción era hospedarse de forma temporal en un hotel.

Su celular vibró.

Era Daniela. Sostuvo el celular con el hombro mientras respondía:

—¿Aló?

—¿Cómo te fue? ¿Necesitas que vaya a testificar?

Mientras escribía su currículum, miraba su historial con desánimo; solo su educación valía la pena, experiencia práctica: cero.

Suspiró resignada:

—No hace falta, ya terminó todo.

—¿Alejandro te creyó? —Daniela gruñó—. Esa hipócrita de Vanessa al final no pudo contra tu lugar en su corazón...

—Nos vamos a divorciar.

Hubo en ese momento dos segundos de silencio.

—¿Dónde estás? Voy para allá.

Luciana le dio su ubicación.

Daniela llegó en un dos por tres.

Cuando Luciana abrió la puerta, encontró a Daniela apoyada en el marco, con un vestido rojo bajo un abrigo largo de cachemira negro, radiante, acomodándose su seductor cabello ondulado:

—¿Qué fue lo que ocurrió?

—Pasa y te cuento —dijo haciéndose a un lado.

Daniela entró mirando alrededor:

—¿Te vas a quedar aquí?

—Sí, por ahora, sí —respondió Luciana.

Le sirvió un vaso de agua:

—Es justo lo contrario, no me creyó. Este matrimonio ya no tiene sentido. Se lo propuse, y pronto verá el acuerdo de divorcio que le dejé.

Daniela guardó silencio por un momento, sin saber cómo consolarla.

—En realidad...

—Sé que dirás que es una lástima —Luciana bajó la mirada—. Le di una oportunidad, pero él no la tomó.

Daniela cambió al instante de tema:

—¿Necesitas ayuda con algo?

—Voy a buscar trabajo —sonrió levantando la cabeza—. Me he alejado demasiado de la sociedad, es hora de recuperarme a mí misma.

Era el momento adecuado de retomar su sueño de ser abogada, el que había abandonado hace cuatro años.

Ya nadie merecía que renunciara a sus sueños.

Daniela le dio una palmada en el hombro:

—Esa es una muy buena idea.

—¿Celebramos tu divorcio con una copa? —sugirió Daniela arqueando una ceja.

Ella realmente necesitaba desahogarse y sabía muy bien que Daniela intentaba animarla:

— Perfecto.

—Dame un momento para cambiarme.

Daniela aceptó:

—Ponte algo bonito.

Luciana abrió su maleta, pero no tenía nada elegante. Como se dedicaba a las tareas del hogar y a cuidar con esmero de Alejandro, sus lugares más frecuentes eran el supermercado y el mercado, así que toda su ropa era cómoda y práctica, ideal para cargar bolsas pesadas.

—¿Y si vamos de compras ahora? —miró de reojo a Daniela.

Daniela sonrió con cierta picardía:

—Todavía no han tramitado el divorcio, ¿verdad? Sería un desperdicio no usar sus tarjetas. Todo lo que compres ahora sigue siendo legalmente tuyo.

—Tienes razón —Luciana sonrió.

—Entonces vamos —Daniela la jaló con gracia fuera del hotel.

Todos sabían del juicio y que el asunto había terminado.

Ricardo Palacios y otros amigos organizaron una rápida reunión para animar a Alejandro.

Su rostro reflejaba su mal humor.

Ya se había informado.

La policía había abierto una investigación y las pruebas contra Vanessa eran contundentes.

—Bueno, tal vez Luciana solo estaba aburrida en casa y por eso... —intentó consolarlo Ricardo.

Un ambiente bastante tenso invadía la sala privada.

—Oye, ¿y Vanessa? —preguntó Joaquín Medina tratando de aligerar un poco el ambiente.

Le dio un codazo a Alejandro:

—Alejo, no hay razón alguna para estar tan deprimido, todavía tienes a Vanessa para hacerte compañía...

La mención de "Vanessa" por parte de Joaquín tocó un nervio en Alejandro.

De repente, arrojó furioso su copa contra la pared. El estruendo del cristal rompiéndose y el vino salpicando dejó a todos atónitos.

Un silencio incómodo invadió por completo la sala.

Ricardo, pensando que estaba alterado porque Luciana había sido detenida, intentó consolarlo:

—Alejo, entendemos que estés mal por lo de Luciana. Después de todo, no era tanta cantidad... incluso si la hubieran condenado, no habría sido por mucho tiempo. Además, tienes a Vanessa para acompa...

—¿Ya terminaste? —estalló ene se instante Alejandro, quien ya estaba bastante irritado y sus constantes menciones de Vanessa lo llevaron por completo al límite.

Vanessa lo había engañado, cruzando una línea que no debía.

Y ahora Luciana le pedía el divorcio por todo esto. Estaba enfurecido.

Agarró su abrigo y se levantó para irse.

—Alejo... —Ricardo estaba desconcertado.

Alejandro se detuvo por un momento en la puerta y se giró hacia el grupo:

—A partir de ahora, nadie mencione a Vanessa. Quien lo haga, se las verá conmigo.

Salió dando un portazo.

Los amigos se miraron confundidos.

—¿Y a este qué le pasa? —preguntó Andrés Soto desde un rincón, arqueando una ceja.

Ricardo se encogió de hombros:

—Quién sabe.

Alejandro condujo hasta su casa.

Normalmente, apenas se escuchaba la puerta abrirse, Luciana dejaba todo lo que estuviera haciendo para recibirlo, le preparaba de inmediato las pantuflas, le ayudaba a quitarse el abrigo que tanto le molestaba, cuidando cada detalle.

Pero hoy, al entrar, la casa estaba fría y vacía, sin Luciana esperándolo en la puerta.

Se sentía extraño. Tiró el abrigo por ahí, se agachó para sacar unas pantuflas del zapatero y se las puso.

Entró y se dejó caer exhausto en el sofá, reclinándose con los ojos cerrados:

—Luciana, estoy cansado.

Normalmente, con solo decir que estaba cansado, Luciana aparecía corriendo a su lado para darle un masaje profesional, relajarlo y aliviar al instante su fatiga.

Pero Luciana no apareció, y el departamento estaba inusualmente silencioso.

—¿Luciana?

No hubo respuesta alguna.

Parecía que no estaba. Alejandro se levantó a buscarla.

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