A las cuatro de la madrugada eran pocos los que aún se tenían en pie, porque la mayoría de ellos estaban agotados, borrachos o una combinación de las dos cosas. La legendaria resistencia al champagne de Deborah se había visto seriamente menoscabada aquella noche, de modo que miró alrededor en busca de Tim para que la ayudara a organizar la retirada del grupo. Y lo halló poco menos que desmayado en un sillón. Por suerte Ron aún estaba en condiciones de arrastrarse por la escalera y pedirle a los guardaespaldas que llamaran a los autos. Mientras tanto, ella se dedicó a hacer reaccionar a todo el mundo.
Su cabeza se aclaró bruscamente al encontrar que Jim había bebido como ella contadas veces lo viera. Recitaba algo a toda voz, mientras Silvia y Liam reían y se divertían arrojándole vasos de plástico vacíos para hacerlo callar.
Deborah despertó a Sean, que se echaba una siesta con la cabeza en el regazo de Jo, y le señaló a su hermano. Sean se frotó la cara, sacudió a W
Lo que los americanos llamaban el personal técnico y junior trabajaron durante horas en el estadio antes de que los músicos y el personal de más jerarquía fueran capaces de levantarse. Arrastraron sus resacas lo mejor que pudieron hasta que hallaron el camino al restaurante del hotel donde los esperaba el almuerzo. Tan pronto se reunieron allí, Deborah contó cabezas una vez más. Sí, el único que faltaba era Jim. Ella aún tenía su teléfono, así que llamó directamente a la habitación. Sean vio su expresión al regresar a la mesa y suspiró. Para variar, él era el único que se atrevía a ir a golpear a la puerta de Jim, sobre todo sabiendo que no estaba solo. —Yo iré por él —le dijo a Deborah, y se volvió hacia Jo—. Pide mi almuerzo, por favor. Regreso enseguida. Fue hasta la suite de Jim y se detuvo antes de llamar, prestando atención. No se escuchaba un solo sonido desde el interior. Su hermano aún dormía. Sean llamó a la puerta y aguardó. Nada. Volvió a
Jo disfrutó el paseo a la zona al oeste de la ciudad, a un vecindario llamado Caseros, filmando y platicando con Silvia.Viviendo a más de mil quinientos kilómetros de Buenos Aires, y lejos de estar interesada en el cine independiente, Silvia no pudo decirle mucho sobre el festival internacional de cine indie que se realizaba todos los años en la ciudad. Pero no tenía inconvenientes en responder sus preguntas sobre el país, las costumbres y la cultura, y sobre sí misma, así que Jo dio rienda suelta a su curiosidad.Claudia las esperaba con la hermana de Silvia y varios amigos. Todos recibieron a Jo como si la conocieran de años, haciéndola sentir bienvenida y cómoda en cuestión de minutos. Silvia la dejó con ellos y se apresuró escaleras arriba para ducharse, con la esperanza de que esa tarde sí tendría agua caliente. Lo primero que vio al entrar a su habitac
Los amigos de Silvia se unieron a las chicas junto a la valla mientras la banda tocaba Sink Your Teeth In, sus corazones rockeros inclinándose por aprobar lo que escuchaban, a pesar de que No Return era mucho más pop que la música que les gustaba. Y desde el escenario, Jim sonrió al ver que las chicas bailaban, Silvia entre ellas Tal como aquella noche en la posada, ella bailaba para él. —Listo. Ahora preciso probarlos uno por uno —dijo Sam desde la mesa de mezcla. Jim le tendió la guitarra a su asistente y saltó del escenario. Alguien le alcanzó una botella de agua fresca y pasó por debajo de la valla para reunirse con Silvia y sus amigos. Estrechó manos y besó mejillas cuando ella lo presentó, con una sonrisa agradable y profesional directamente de su catálogo de entrevistas en vivo. Tan pronto terminaron las presentaciones, se olvidó de ellos para volverse hacia Silvia. —Creo que tus amigas saben mis canciones mejor que tú, mujer —bromeó—. ¿O se te olvidan
—Lamento arruinarles el momento, chicos, pero necesito algo para terminar de arreglar los teclados —dijo Sam. Walt alzó la vista hacia Jim, que ladeó la cabeza mirando a Silvia con una sonrisita traviesa. A ella le hubiera gustado ponerse nerviosa, pero ya estaba hasta el cuello en el juego de Jim, de modo que se limitó a aguardar, sosteniendo su mirada. No comprendió lo que le dijo a Walt y los otros, pero vio su señal cuando volvió a mirarla, señalándose el oído. ¿Que prestara atención? Eso hizo, y sólo precisó un par de segundos para reconocer Save Your Soul y unírsele. Se sintió alegre como unas castañuelas al cantar la segunda voz, haciendo reír a Tom, que se las dejó a ella. Guárdate tu almaYa no la necesitoMis ojos malignos ven mejorCuando no están abiertos. Eras mi corazónMi redenciónNecesitaba amorPero lo busqué en el lugar equivo
Un silencio sobrecogido siguió al final de la canción, en el que todos se quedaron mirando el escenario sin ver que Jim saltaba a ayudar a Silvia a bajar de la valla, le tomaba la mano y se marchaba con ella. De pronto fue como si todos despertaran, recordaran vaciar sus pulmones o volver a llenarlos con un último escalofrío. Sus ojos se encontraron al moverse alrededor, un poco confundidos, un poco interrogantes, mientras se preguntaban qué acababa de suceder realmente, de dónde había salido esa canción desconocida, por qué estaban emocionados. Las miradas buscaron confirmación y todos comprendieron aliviados que a los demás también les había pasado algo, no sabían bien qué, pero algo contundente. Tentaron pasos y movimientos simples, tratando de recordar qué se suponía que hicieran a continuación. Y las dos personas que los empujaran a ese momento de confusión los rescataron cuando la voz de Silvia brotó de las torres de sonido del campo. —¡Debería matarte!
El área detrás del escenario se convirtió en una colmena febril de técnicos, asistentes, personal de seguridad, reporteros, visitantes distinguidos. Los músicos ya se habían retirado al trailer a aguardar el momento de salir a tocar. Jo había rescatado a Silvia y a Claudia de aquel gentío y las había llevado a un rincón tranquilo al costado del escenario, desde donde podrían ver el concierto sin que nadie las molestara. Pero las argentinas se negaron rotundamente a permanecer allí. Sus amigos se habían adueñado de la mejor posición en todo el estadio, contra la valla directamente frente al micrófono de Jim, y ellas se proponían unírseles. Jo argumentó que las cosas podían ponerse muy agitadas tan adelante en el campo, y corrían el riesgo de salir magulladas. —Bien, sí, es un concierto de rock, no una ópera —replicó Silvia muy tranquila. Acabaron haciendo confesar a la americana que no había visto a No Return en vivo con el público desde que dejaran de tocar e
Apenas terminó el último bis, el encargado de seguridad se materializó junto a la valla, e hizo gala de sus mejores modales para pedirle por favor a Jo que la cruzara. Consciente de que Sean debía estar en ascuas sabiéndola allí, ella no se hizo repetir la sugerencia y se apresuró a rodear el escenario hacia el área de catering. Silvia se demoró con su hermana y sus amigos, tomando agua y aprovechando para volver a respirar ahora que la multitud se encaminaba a las salidas. Hasta que Ron se presentó a tocarle el hombro con sonrisa apologética. Entonces abrazó por última vez a su hermana y se despidió de sus amigos. Jim la esperaba a pocos pasos del trailer, un guardaespaldas a un par de metros. Se había cambiado la camiseta empapada en sudor y se había abrigado con su chaqueta militar, la gorra negra oscureciendo su cara para pasar desapercibido por un momento. Pronto volvería a mostrarse abiertamente y disfrutaría siendo el centro absoluto de atención. Pero no antes
Considerando que volvían a tocar al día siguiente, Deborah no permitió que la fiesta se prolongara más que un par de horas, y disimuló su alivio cuando todos votaron por regresar al hotel. En el ómnibus, Jim advirtió que Silvia estaba inusualmente silenciosa. Durante la fiesta había permanecido con Jo y Claudia a un costado, un poco alejadas del alboroto que rodeaba a los músicos y de los ríos de alcohol que solían correr en esas ocasiones. Ahora apoyaba la cabeza en su hombro, quieta y callada. Debía estar agotada. En realidad, Silvia estaba muy ocupada arrepintiéndose de haber declinado todas las bebidas que le ofrecieran después del concierto. Debería haber tomado dos o tres cervezas, o un shot de tequila, o todo eso junto. Tal vez así el miedo dejaría de retorcerle el estómago. Todavía sacudida por tantas emociones desde que abriera los ojos a la sonrisa de Jim, su instinto de supervivencia había acabado por rebelarse y ahora le exigía que hiciera algo. Y