—¿Y ahora qué sigue, soldados? —inquirió Tom, intentando traer la situación a carriles más normales.
—No lo sé —respondió Liam—. Deb dijo algo de reservas para la cena, pero ya son las ocho.
—Aquí cenamos a las nueve —terció Claudia.
—¿Qué? —exclamó Walt—. ¡Pero me muero de hambre!
Jim y Sean miraron alrededor y vieron a Deborah hablando con un grupo de locales con Tim y Ron. Jim se llevó la mano a los labios.
—Yo le aviso —dijo Sean, antes que Jim llamara a Deborah con un silbido y ella le rompiera la nariz.
—¿Cómo te sientes para una noche de fiesta? —le preguntó Jim a Silvia.
—Siempre lista, como un boy scout —replicó ella—. ¿Cuál es el plan?
—No lo sé, pero imagino que incluye cena, tragos y baile. ¿Te anotas? —Jim oyó la risita de Claudia y se volvió hacia ella—. ¿No crees que la anciana de tu amiga lo resista?
—¿Acaso no la conoces? Va a ser la última que quede en pie, como siempre —respondió Claudia.
Las reservaciones eran en un exclusivo restaurante vegetariano, y Silvia y los Robinson sólo aceptaron quedarse, en vez de largarse al Mc Donald’s más cercano, cuando Jo les mostró que había algunos platos de carne blanca en el menú. Sus mesas estaban en el segundo piso, que Deborah había solicitado que se mantuviera cerrado sólo para ellos. Ella y Tim llegaron con más de una docena de miembros del equipo técnico cuando ellos acababan de ordenar la cena, y aguardaron que los meseros les montaran una mesa larga para sentarse todos juntos. La mente de Jo pareció convertirse en una cámara imaginaria, que quedó completamente cautivada por los amigos reunidos. Eran lo más interesante de observar en el sentido más inesperado. Luego del revuelo del reencuentro y la extraña actitud posesiva de Jim, ahora no se habían sentado lado a lado sino uno frente al otro, y se comportaban como si se hubieran visto por última vez hacía pocos días, no un año atrás. De ese lado de
Ya que Claudia los había llevado a un buen lugar, y las reseñas online no decían demasiado de la disco a la que estaban por ir, Deborah le preguntó si la conocía. —Nunca fui. Demasiado exclusiva para mi presupuesto —respondió Claudia—. Pero sé que en el tercer piso hacen fiestas privadas súper VIP. —¿Quieres acompañarme de avanzada? —¡Por supuesto! Tim permaneció en el bar, esperando la llamada de Deborah para darles la luz verde para la disco. Deborah no tardó en llamar y él se encargó de pagar las bebidas de todos, dejando que Ron y los guardaespaldas llevaran al grupo a sus autos. Jim apuró su bourbon y se incorporó. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver que Silvia esquivaba a los demás para venir a su encuentro. Ella también sonreía, y antes que él pudiera tomar su mano, enlazó un brazo al suyo. —Así es como pasean las ancianas de mi edad, jovencito —dijo. Jim meneó la cabeza riendo por lo bajo. Todavía no lograba de
Jim observaba a Silvia mientras bailaban Little Respect de Erasure, preguntándose qué diablos se traía entre manos. Era como cuando recién se conocieran. Moría por tocarlo, pero se empeñaba en disimularlo. La diferencia era que en Dakota del Norte eran dos perfectos desconocidos. No podía tratarse de esas chicas histéricas, o de la presidenta del fan club en el hotel. Ella estaba muy por encima de eso. Sabía que eran la broma del momento y nada más. Durante el último año, los dos habían estado siempre saliendo o viéndose con alguien más, y eso jamás había representado un obstáculo entre ellos. ¿Entonces por qué demonios no dejaba de dar vueltas y reclamaba lo que quería? —¡Jim! Alzó una mano para que Deborah supiera que estaría allí en un momento. Su otra mano tironeó de la de Silvia y la atrajo hacia él para rodearle la cintura. —Prepárate, mujer, porque en unos minutos regresaré para quedarme —le dijo a un centímetro de sus labios. Silvia no
Cuando Jim atrajo a Silvia contra su cuerpo, fue como si un campo de energía se activara en torno a ellos. Todo el mundo se apartó instintivamente un par de pasos para seguir bailando, conversando, bebiendo.Como empujado por aquel campo de energía, Sean tomó la mano de Jo y la guió a un sillón junto a la pista. La dejó allí y continuó hacia el bar por champagne. Cuando regresó, la encontró inclinada hacia adelante, los codos en las rodillas y el mentón entre sus manos, perdida en el último episodio de lo que ya se había convertido en su serie favorita.—¡Oh, vamos, amor! —protestó Sean, divertido y molesto al mismo tiempo.Llenó dos copas y le alcanzó una a Jo, echando un vistazo a la pista.—Debería haber traído mi cámara —se lamentó Jo, tanteando para dar con la copa porque sus
A las cuatro de la madrugada eran pocos los que aún se tenían en pie, porque la mayoría de ellos estaban agotados, borrachos o una combinación de las dos cosas. La legendaria resistencia al champagne de Deborah se había visto seriamente menoscabada aquella noche, de modo que miró alrededor en busca de Tim para que la ayudara a organizar la retirada del grupo. Y lo halló poco menos que desmayado en un sillón. Por suerte Ron aún estaba en condiciones de arrastrarse por la escalera y pedirle a los guardaespaldas que llamaran a los autos. Mientras tanto, ella se dedicó a hacer reaccionar a todo el mundo. Su cabeza se aclaró bruscamente al encontrar que Jim había bebido como ella contadas veces lo viera. Recitaba algo a toda voz, mientras Silvia y Liam reían y se divertían arrojándole vasos de plástico vacíos para hacerlo callar. Deborah despertó a Sean, que se echaba una siesta con la cabeza en el regazo de Jo, y le señaló a su hermano. Sean se frotó la cara, sacudió a W
Lo que los americanos llamaban el personal técnico y junior trabajaron durante horas en el estadio antes de que los músicos y el personal de más jerarquía fueran capaces de levantarse. Arrastraron sus resacas lo mejor que pudieron hasta que hallaron el camino al restaurante del hotel donde los esperaba el almuerzo. Tan pronto se reunieron allí, Deborah contó cabezas una vez más. Sí, el único que faltaba era Jim. Ella aún tenía su teléfono, así que llamó directamente a la habitación. Sean vio su expresión al regresar a la mesa y suspiró. Para variar, él era el único que se atrevía a ir a golpear a la puerta de Jim, sobre todo sabiendo que no estaba solo. —Yo iré por él —le dijo a Deborah, y se volvió hacia Jo—. Pide mi almuerzo, por favor. Regreso enseguida. Fue hasta la suite de Jim y se detuvo antes de llamar, prestando atención. No se escuchaba un solo sonido desde el interior. Su hermano aún dormía. Sean llamó a la puerta y aguardó. Nada. Volvió a
Jo disfrutó el paseo a la zona al oeste de la ciudad, a un vecindario llamado Caseros, filmando y platicando con Silvia.Viviendo a más de mil quinientos kilómetros de Buenos Aires, y lejos de estar interesada en el cine independiente, Silvia no pudo decirle mucho sobre el festival internacional de cine indie que se realizaba todos los años en la ciudad. Pero no tenía inconvenientes en responder sus preguntas sobre el país, las costumbres y la cultura, y sobre sí misma, así que Jo dio rienda suelta a su curiosidad.Claudia las esperaba con la hermana de Silvia y varios amigos. Todos recibieron a Jo como si la conocieran de años, haciéndola sentir bienvenida y cómoda en cuestión de minutos. Silvia la dejó con ellos y se apresuró escaleras arriba para ducharse, con la esperanza de que esa tarde sí tendría agua caliente. Lo primero que vio al entrar a su habitac
Los amigos de Silvia se unieron a las chicas junto a la valla mientras la banda tocaba Sink Your Teeth In, sus corazones rockeros inclinándose por aprobar lo que escuchaban, a pesar de que No Return era mucho más pop que la música que les gustaba. Y desde el escenario, Jim sonrió al ver que las chicas bailaban, Silvia entre ellas Tal como aquella noche en la posada, ella bailaba para él. —Listo. Ahora preciso probarlos uno por uno —dijo Sam desde la mesa de mezcla. Jim le tendió la guitarra a su asistente y saltó del escenario. Alguien le alcanzó una botella de agua fresca y pasó por debajo de la valla para reunirse con Silvia y sus amigos. Estrechó manos y besó mejillas cuando ella lo presentó, con una sonrisa agradable y profesional directamente de su catálogo de entrevistas en vivo. Tan pronto terminaron las presentaciones, se olvidó de ellos para volverse hacia Silvia. —Creo que tus amigas saben mis canciones mejor que tú, mujer —bromeó—. ¿O se te olvidan