“¡Date prisa!”
Jim rió por lo bajo al ver la foto de la tablet de Silvia en una cama, mostrando en pantalla lo que él acababa de subir al Hey, Jay!
Alzó la vista y encontró la mirada ceñuda de Sean al otro lado del pasillo del ómnibus, donde se sentara con Jo. Jim le guiñó un ojo y volvió a su cuenta de Twitter, mientras atravesaban la noche de Río rumbo al hotel.
Sean gruñó para sus adentros, porque ya sabía quién era la única persona del mundo que hacía sonreír así a su hermano. Le lanzó un puñetazo que lo alcanzó en el brazo.
—Que te den —rezongó Jim frotándose el brazo.
—¿Noticias de Argentina? —preguntó Sean con su acento más casual.
Tom lo oyó y se giró en su asiento. —Entradas agotadas
Contra toda expectativa, los obstáculos disminuían a medida que Silvia y Claudia alcanzaban escritorios más importantes y avanzaban por el elegante edificio en el centro de la ciudad. Pero primero tenían que entrar.La recepción de Vector era como un nido de ametralladora de la Segunda Guerra, operado por una chica muy bonita y agradable. Fiel a su entrenamiento, primero intentó mandar a Silvia de paseo, diciéndole que debía llamar o escribir a la persona que quería ver. Luego se dedicó a atender una docena de llamadas.Cuando Silvia tuvo oportunidad de hacerle entender que ese primer paso ya había sido dado por el manager de ruta de No Return, y que era él quien la enviaba a buscar los pases en persona, la chica tuvo la amabilidad de hacer una llamada, y luego otra, y otra. Silvia y Claudia esperaban a pocos pasos, reuniendo toda su paciencia mientras la chica esperaba en línea
“Tenemos los pases ¡Tres horas para obtenerlos”Jim le mostró a Tim el DM de Silvia.—¿Tres horas? ¡Mierda!—Deberías haberles escrito como te dije.—¡Lo hice!—Entonces es una suerte que ella no sea como yo, y tuviera paciencia para esperar, ¿no crees?Deborah vio la mirada llena de reproches que le dirigía Jim y prefirió ignorarla, pero tomó nota de cuánto parecía importarle esta mujer que iría a verlo a Buenos Aires.Silvia también le había enviado el enlace a un álbum de fotos en Facebook, pero Jim lo dejó para más tarde.El tiempo muerto antes de salir a tocar se le hizo más corto esa noche, siguiéndola en sus fotos de Buenos Aires. Reconoció a la hermana menor de Silvia, la otra pareja del clip de Vector y un par de caras más que
Como cualquier otro momento muy esperado y cuidadosamente planeado, el jueves no estaba de acuerdo. Silvia no podía creer la multitud de pequeñas cosas que se complicaban, en una proyección geométrica que parecía decidida a empujar el absurdo al plano surrealista ante sus ojos incrédulos, quitándole todo control, hasta que sólo pudo rezar para no morir en el intento. Los padres de Claudia vivían a cuarenta minutos en auto del hotel de Jim. La otra forma de llegar era tomar el tren y el autobús, lo cual llevaba casi dos horas con buena suerte. De modo que el Comodoro se había comprometido a llevarlas al centro de la ciudad esa tarde. Contando con problemas de tránsito y otros imprevistos que pudieran surgir, decidieron que saldrían a las cuatro para llegar al hotel a las cinco. Hasta que sonó el teléfono del Comodoro. Un compañero de trabajo acababa de dar parte de enfermo y necesitaban que el Comodoro lo cubriera. En un vuelo que debía despegar a las
Los músicos hacían tiempo antes de la conferencia de prensa cuando oyeron el primer trueno. Todos se volvieron hacia la ventana sorprendidos. —¿Qué? —exclamó Tom—. ¡Pero hace cinco minutos estaba soleado! Jim se acercó a la ventana para ocultar su sonrisa. ¿Una tormenta repentina cuando estaban por volver a encontrarse? Meneó la cabeza levemente. Silvia estaba en camino. —Es como un huracán —murmuró para sus adentros. Pronto Deborah y su asistente Ron vinieron por ellos para llevarlos al salón donde la prensa los aguardaba. Deborah le hizo señas a Jim para que dejara adelantarse a los demás. —Todavía no llegó nadie con pase verde, Jim —le dijo en voz baja. Él sacó su teléfono y buscó algo antes de tendérselo. —Aquí tienes una foto de ella. Ve a esperarla al lobby, Deb. Llévate mi teléfono, por si me escribe o me llama mientras estoy ocupado. Y tráemela tan pronto llegue. —No te preocupes. Deborah se tragó su con
Sean vio que Jo cabeceaba en dirección a la entrada al bar tras él y giró hacia allí. Deborah entró al bar y se acercó a él mirando a su alrededor. —¿Dónde está Jim? —preguntó. —Ocupado, ¿qué ocurre? —¿Ocupado? Pero me pidió que esperara… —¿Llegó? Tráela. Sean y Jo vieron a Deborah regresar a la entrada del bar y hacer pasar a dos mujeres. —¿Cuál es? —susurró Jo excitada. —¿Cuál crees? —replicó Sean. Jo las estudió con mirada crítica, y estaba por decidirse por la más joven y atractiva cuando la otra vio a Sean y le dirigió una sonrisa fugaz. —Oh, Dios —murmuró Jo cuando la mujer se encaminó en derechura hacia ellos, tironeando la manga de su amiga para que la siguiera. —Hola, Sean —saludó la mujer con un cabeceo. —Hola. Antes que pudiera decir nada más, Jo se adelantó tendiéndole la diestra. —Hola, soy… —Jo, aspirante a esposa de Sean —completó Silvia sonriendo, y se encogió de h
—¿Y ahora qué sigue, soldados? —inquirió Tom, intentando traer la situación a carriles más normales. —No lo sé —respondió Liam—. Deb dijo algo de reservas para la cena, pero ya son las ocho. —Aquí cenamos a las nueve —terció Claudia. —¿Qué? —exclamó Walt—. ¡Pero me muero de hambre! Jim y Sean miraron alrededor y vieron a Deborah hablando con un grupo de locales con Tim y Ron. Jim se llevó la mano a los labios. —Yo le aviso —dijo Sean, antes que Jim llamara a Deborah con un silbido y ella le rompiera la nariz. —¿Cómo te sientes para una noche de fiesta? —le preguntó Jim a Silvia. —Siempre lista, como un boy scout —replicó ella—. ¿Cuál es el plan? —No lo sé, pero imagino que incluye cena, tragos y baile. ¿Te anotas? —Jim oyó la risita de Claudia y se volvió hacia ella—. ¿No crees que la anciana de tu amiga lo resista? —¿Acaso no la conoces? Va a ser la última que quede en pie, como siempre —respondió Claudia.
Las reservaciones eran en un exclusivo restaurante vegetariano, y Silvia y los Robinson sólo aceptaron quedarse, en vez de largarse al Mc Donald’s más cercano, cuando Jo les mostró que había algunos platos de carne blanca en el menú. Sus mesas estaban en el segundo piso, que Deborah había solicitado que se mantuviera cerrado sólo para ellos. Ella y Tim llegaron con más de una docena de miembros del equipo técnico cuando ellos acababan de ordenar la cena, y aguardaron que los meseros les montaran una mesa larga para sentarse todos juntos. La mente de Jo pareció convertirse en una cámara imaginaria, que quedó completamente cautivada por los amigos reunidos. Eran lo más interesante de observar en el sentido más inesperado. Luego del revuelo del reencuentro y la extraña actitud posesiva de Jim, ahora no se habían sentado lado a lado sino uno frente al otro, y se comportaban como si se hubieran visto por última vez hacía pocos días, no un año atrás. De ese lado de
Ya que Claudia los había llevado a un buen lugar, y las reseñas online no decían demasiado de la disco a la que estaban por ir, Deborah le preguntó si la conocía. —Nunca fui. Demasiado exclusiva para mi presupuesto —respondió Claudia—. Pero sé que en el tercer piso hacen fiestas privadas súper VIP. —¿Quieres acompañarme de avanzada? —¡Por supuesto! Tim permaneció en el bar, esperando la llamada de Deborah para darles la luz verde para la disco. Deborah no tardó en llamar y él se encargó de pagar las bebidas de todos, dejando que Ron y los guardaespaldas llevaran al grupo a sus autos. Jim apuró su bourbon y se incorporó. Sus labios se curvaron en una sonrisa al ver que Silvia esquivaba a los demás para venir a su encuentro. Ella también sonreía, y antes que él pudiera tomar su mano, enlazó un brazo al suyo. —Así es como pasean las ancianas de mi edad, jovencito —dijo. Jim meneó la cabeza riendo por lo bajo. Todavía no lograba de