A Silvia le tomó unos cinco minutos superar el alivio de haber escapado de Deborah sin necesidad de ponerse desagradable. Entonces cayó en la cuenta de que la había rescatado la última persona que ella hubiera imaginado. Y ahora estaba sola con Sean, que conducía maldiciendo sin pausa el tránsito céntrico.
No tenía idea por qué la había defendido, ni adónde la llevaba, y su evidente malhumor no invitaba a interrogarlo. Silvia recordaba lo que Jim le contara de él en Bariloche, pero fuera lo que Sean le había dicho de ella, era entre los hermanos, y lo mejor era actuar como si ella jamás se hubiera enterado.
Sean condujo hacia la zona de los estudios sin siquiera mirarla, hasta que se internó en una callecita estrecha y poco transitada para detenerse frente a un barcito escondido. Se apearon los dos y Silvia lo vio abrir la puerta del bar para que ella entrara primero. No tenía más alternativa que hacerlo.
Era un lugar pequeño y mal iluminado. Un par de hombre
—¿Ahora me crees? Jim reía mientras Silvia meneaba la cabeza junto a él en la camioneta, los dos mirando hacia adelante. Se les había unido en el bar cuando ellos terminaban la cerveza, y Sean había pagado y se había marchado sin decir palabra, con un gesto de despedida y una última mirada a Silvia. Ahora ella le refería incrédula su encuentro cercano con su hermano mayor. —Desde el momento que me separé de ti en la oficina de Deborah, fue como si me hubiera tragado un alucinógeno sin darme cuenta —decía Silvia—. De pronto tenía puesto un maldito Versace. ¡Y diamantes! ¡Y cinco minutos después estaba tomando una cerveza con Sean! —La forma en que meneaba la cabeza y gesticulaba hacía reír a Jim a carcajadas—. ¿Y sabes qué es lo más delirante de todo? Que verte llegar fue lo más tranquilizador que pudo pasarme, como volver a la normalidad. ¡Cuando sólo un mes atrás verte llegar a recogerme no podía ser más que un sueño! —Lo c
El sol tocó al mediodía la ventana del dormitorio orientada al sur, despertando a Jim. Se cubrió los ojos con un brazo y tanteó alrededor con la otra mano. La cama estaba revuelta, el cobertor caído, y él yacía desnudo boca arriba. Su mano aterrizó en el hombro de Silvia y resbaló perezosamente por su espalda mientras él notaba su cintura dolorida, los muslos envarados, el agotamiento que parecía entumecer cada uno de sus músculos. La noche anterior había sido una completa locura. Tenían pendiente una conversación sobre la promesa de Silvia de regresar. Jim no quería dejarla para llamadas de larga distancia. Pero tal parecía que ella no quería hablar al respecto, y cada vez que él intentaba sacar el tema, ella se las componía para distraerlo. El problema era que tras esas tres semanas durmiendo juntos, sabía demasiado bien cómo mantenerlo distraído. Hasta que Jim se cansó de tratar de conversar y decidió vengarse de tantas distracciones. Y ahora se sentía com
Jim salió del vestidor subiéndose su viejo traje de baño, gastado y descolorido, sin preocuparse por el rastro de agua que dejaba a su paso. La cama estaba prolijamente tendida, con sábanas limpias, a pesar de que el ama de llaves aún no había llegado. Bajó las escaleras casi disfrutando su malhumor, dispuesto a aprovechar cualquier excusa para alimentarlo.Se detuvo antes de entrar a la cocina. Silvia lo esperaba sentada a la isla, tipeando en su teléfono, el almuerzo para dos servido ante ella. Contempló un momento aquella postal de hogar-dulce-hogar y giró en redondo.Silvia alzó la vista al oír sus pasos que se apresuraban escaleras arriba y suspiró. Sólo podía rezar para que Jim no la mandara al diablo antes que ella tuviera una respuesta para él.Jim subió directamente a la sala de ensayo. Sus ojos fueron y vinieron entre las guitarras y e
Pasaron la tarde arreglando la canción que Jim acababa de componer. Fueron horas incómodas para Tom, Liam y Walt, aunque no era la primera vez que quedaban atrapados en el fuego cruzado del malhumor de uno de los Robinson y la indiferencia burlona del otro. No ocultaron su alivio cuando sonó una alarma en el teléfono de Sean, que dejó de tocar y soltó los palillos.—¿Qué mierda haces? —le espetó Jim—. Estamos en medio de la jodida canción.Sean se levantó sin inmutarse. —Tienes que pasar a recogerme antes de las siete —replicó volviendo a apagarle el amplificador—. Mueve el culo.—Oh, es cierto —intervino Tom guardando su bajo—. Deb los anotó para la gala de beneficencia, ¿verdad?Jim apenas se detuvo a dejar su guitarra en el pie antes de obsequiarles otra salida melodramática, bufando y maldiciend
Sean salió de su edificio a esperar a Jim todavía pensando en lo que Jo le contara antes de irse a su cena con los inversores. Había tenido razón al calificar el accidente de Fay de desgracia afortunada, y coincidía con ella en que el plan de Silvia era sensato y realista. Conociendo a su hermano, tres meses eran más que suficientes para que dejaran atrás la luna de miel y supieran si querían seguir juntos. Sonrió para sí mismo. Iba a ser divertido. Jim llegó pocos minutos después, y Silvia se apresuró a pasarse al asiento posterior. Sean subió al auto a tiempo de escuchar que su hermano mandaba a Deborah al infierno. Jim cortó jurando y resoplando y le tendió su teléfono a Silvia antes de volver a arrancar. Deborah llamo de nuevo en cuestión de segundos y Sean volvió a sonreír al escuchar que Silvia atendía. Excusó a Jim porque estaba conduciendo y respondió un par de preguntas en su tono más inocente. Deborah no volvió a llamar. Esos dos ya habían aprendido a traba
La alfombra roja terminaba en la elegante entrada del edificio. Cuando cruzaron las puertas, Deborah los esperaba en una amplia recepción repleta de reporteros, cuyos empleadores habían pagado un extra para garantizarles más y mejor acceso a las celebridades. Silvia vaciló al ver la nueva horda de cámaras y micrófonos. —Deja que Jim se encargue —le dijo Sean señalando el otro extremo de la recepción. Jim la miró fugazmente y asintió antes de seguir a Deborah, tragándose la risa porque Silvia no sabía qué pesadilla era peor: enfrentar a la prensa o quedarse sola con su hermano. Ella volvió a estremecerse cuando Sean descansó una mano en su espalda para guiarla entre la gente. Sin embargo, apenas habían dado un par de pasos cuando oyeron que alguien tras ellos llamaba: —¿Silvia? Se volvieron sorprendidos y vieron una mujer que se apresuraba a su encuentro. —¿Cecilia? —exclamó Silvia incrédula. La expresión de Sean era un re
—¡Apresúrate o llamaré un taxi! —Ya quisieras, cobarde. —¡Por favor, Jay! Silvia terminó de revisar el dormitorio por enésima vez para cerciorarse de que no se olvidaba nada. —¡Jay! —Ya voy —respondió Jim desde el vestidor. Ella optó por bajar para no asesinarlo, y aprovechó para volver a revisar la sala y la cocina. Jim se dignó a aparecer cuando ella terminaba de acomodar los cojines del sofá. —¿Podemos irnos antes que me dé un infarto? —Cálmate, mujer, vamos bien de tiempo —sonrió Jim recogiendo el bolso de Silvia de camino a la puerta de calle, donde ella aguardaba ceñuda con su mochila de campamento—. ¿Tanta prisa por dejarme? Ella se limitó a seguirlo hacia la camioneta, sin molestarse en explicarle que siempre se ponía nerviosa cuando viajaba. —¿Tienes todo? ¿Boleto, pasaporte? Silvia rió al escucharlo, porque ya estaban a mitad de camino del aeropuerto. —¿Y ahora te acuerdas de pr
Resultaba extraño. Estar con Jim solía significar tener gente alrededor, pero ahora que se abrían paso entre la multitud que atestaba LAX estaban completamente solos. Nunca se había detenido a notar que a los dos les gustaba por igual tener una vida social activa. Tal vez por eso no le había costado adaptarse a sus hábitos durante los diez días que pasara en Los Ángeles. ¿…? Se hubiera abofeteado a sí misma al mejor estilo Club de la Pelea. Sólo les quedaban unos pocos minutos juntos, ¿y ella se entretenía cavilando sobre sus costumbres sociales? Jim la acompañó tan cerca del área de embarque como pudo. —Entonces crees que podrás regresar para el diez de enero. —Sí. Jo planea comenzar el quince, y quiero llegar unos días antes. Permanecieron en silencio un minuto entero. Silvia se preguntó por qué de pronto parecía que no tenían nada para decirse. ¿Por qué evitaban mirarse? ¿Por qué de pronto le urgía entrar a la zona de embarque sola?