Violetta despierta con una jaqueca intensa acosando cada uno de sus pensamientos, enredada en una bata de dormir y unas sábanas blancas que no son las suyas. El cuarto que vislumbra a su alrededor, con los ojos entrecerrados por la luz del sol, tampoco es su cuarto.—Mi cabeza... —se queja, llevándose una mano a la frente—. ¡Ay!El mínimo roce en su nariz dispara una ola de dolor más fuerte en su cara. Su cerebro adormilado registra una tira envolviendo su tabique nasal.Rueda sobre su espalda y reúne la fuerza para sentarse, observando la habitación a través de sus dedos. Es acogedora, es sencilla y repentinamente familiar. Al lado de la cama hay un vaso de agua y una pastilla. Violetta no lo piensa dos veces para beberse los analgésicos.Cuando sale de su habitación designada en el apartamento de Deb, encuentra a la susodicha tarareando en la cocina con un pijama azul y un cartón de leche en la mano.—¿Te caíste de la cama, Goofy? —exclama su amiga en cuanto la ve venir—. Muévete o m
En sus sueños inquietos, el imperturbable Dante reaparece delante de ella ofreciéndole su mano pintada de sombras, mientras el humo y la sangre se derraman detrás de él como un telón.«Nadie se mete con lo mío, incluyéndola a ella», la profunda voz masculina se desliza en los confines de su psique y se repite, se repite hasta que ella despierta con el pulso disparado, las mejillas encendidas y la entrepierna palpitante.El cuerpo nervioso de Violetta funciona en modo automático esa mañana. No recuerda muy bien cómo se prepara para la universidad, ni cómo mantiene cualquier conversación con Anita. Ella recuerda únicamente ojos de plata y dedos ásperos, atrayéndola a un abismo de oscuridad.Sin embargo, Violetta vuelve en sí misma en el preciso segundo que se acerca al estudio de su padre y oye el sonido de su voz. —Sí, sí... Lo sé, Giancarlo. Me enteré del... altercado la noche pasada en el muelle.Como un ratoncito, Violetta persigue el camino de migajas, inclinándose lo suficientemen
|| De veras lo siento, Violetta || || Háblame, por favor || || Sé que metí la pata hasta el fondo || || Haré lo que me pidas || —¿No vas a contestar tu teléfono, cariño? Va a reventar —cuestiona su padre inquisitivo, cuando cenan ternero asado esa noche solo los dos. Marcus en la cabecera y Violetta a su derecha. El comedor es cálido, pintado de color beige, decorado con candelabros de cristal y tulipanes blancos en jarrones dorados. Debería seguir siendo cálido, como lo había sido desde el primer día que Ivonne Vitale lo decoró a su preferencia, porque Marcus amaba complacerla en todo lo que deseara. Sin embargo, la mesa rectangular de seis lugares se siente vacía. Si se ocupan todas las sillas, no existe alguna diferencia. La ausencia de su madre es irreparable. El celular de Violetta, a un lado de su copa de vino blanco, vuelve a sonar; tres mensajes seguidos. No le gusta apagar el aparato, así que silencia el desesperado acoso de Deborah. —No es importante. Su padre asien
—Sé que te vi —susurra Violetta sin aliento ni ganas de fingir, quemándose bajo la mirada inflexible de este hombre que se niega a salir de su cabeza—. Sé muy bien que estuviste conmigo esa noche, Dante. Él hace un ruido perezoso con la garganta, balanceándose en torno a ella. —Eso es absurdo. —No lo es. —Oh, sí lo es, princesa. Eso debería arder como un cuchillo, no como una caricia. —Dame una buena razón para creer que es absurdo. Su mandíbula cincelada, con el más mínimo rastrojo de barba, se flexiona. —Tal vez te suene lógico que yo no tengo tiempo para perseguir a una niña como tú. La indignación burbujea en sus venas, caliente e irracional. Casi se rinde ante la urgencia de retroceder, esconderse y negarle la satisfacción. Pero sus pies están encadenados, justo aquí, justo ahora. —Pues seguro hiciste tiempo para aparecerte esa noche en el mismo club al que yo asistí. —¿Asumes que yo te estaba siguiendo? —se burla Dante con un filo mordaz. —Entonces admites que estuvis
Marcus enfurecería si se entera que se reunirá a solas con Dante. ¿Qué diría si la viera, acicalándose como una gatita frente al espejo, ansiosa por ver al amigo de su padre? El vestido estilo americana en color lavanda es una elección bastante atrevida, por la falda recta a la mitad de sus muslos, por el escote en pico que resalta la curva de sus senos cremosos. Deborah le recomienda que utilice un par de stillettos o unas botas bondage, pero sus tacones plataforma blancos son perfectamente adecuados. —¿Todavía no me perdonas? —pregunta Deb, apoyada en la puerta del baño. Violetta la mira de reojo, aplicando brillo labial caramelo rosa en su boca. —Lo sigo pensando. —Bueno. —Deborah suspira—. De todos modos, te prometo que si tu papá llama para saber de ti, tú estás aquí, sana y salva. —Gracias. —¿Con quién te vas a ver? Es una opción decírselo, aunque también tiene la opción de no decírselo. —Prefiero reservarme los comentarios. Es la quinta vez que Deborah suspira, ¿o ya v
Violetta escapa de Dante de nuevo, del mismo restaurante, de nuevo. «¿Vas a suplicar?» Se coloca el abrigo, apresurada. El ruido del tráfico la rodea. El frío la azota. La oscuridad la persigue. «Sospecho que eres tan dulce cuando te quejas en la cama» Lucha con su bolsa, temblorosa. Solicita un taxi con la aplicación de su teléfono. «Rogando que se entierren en ti hasta que ya no puedas ni caminar» El auto estará allí en quince minutos. El apartamento de Deb no está muy lejos. «¿Es así o me equivoco en mi suposición, querida niña?» Después de eso, Violetta estuvo a punto de besarlo, montarlo y rogarle que le hiciera cosas que ella nunca pensó que le pediría a un hombre. Pero se levantó de la mesa antes de ceder. Dante la había mirado con la mandíbula apretada, listo para ordenarle que se sentara. Violetta huyó antes de que pudiera hablar, porque lo habría obedecido, sabe que lo hubiera hecho. —¡Violetta! Al oírlo, ella no puede evitar congelarse, atrapada por el poder de su
—Mira nada más.—¿Qué tenemos aquí?—Mm, parece que una muñequita perdió el camino a casa.—¿Necesitas que alguien te ayude a encontrarlo?—Tranquila, muñequita, podemos ayudarte.Violetta hurga en su bolso, mirando a los dos borrachos que se tambalean en su dirección.—No se acerquen —sisea ella con los dientes apretados, y la mano apretada dentro del bolso.Ellos se burlan de su advertencia.—¿Y qué nos hará una muñequita como tú? ¿Golpearnos con sus tacones?Sin dudarlo, ni pensarlo, Violetta empuña un spray pimienta y dispara contra el primero que se acerca. El hombre salta hacia atrás con un grito de dolor y sorpresa, cubriéndose los ojos.—¡MALDITA PERRA!El hombre herido se tropieza con su compañero, obligando a este a retroceder.—¿Así quieres jugar? —dice el compañero furioso, preparándose para emboscarla—. Te voy a enseñar modales.—Dale, inténtalo —lo reta ella—. Te quiero ver.Por un segundo victorioso, Violetta piensa que el hombre es intimidado por su amenaza; sin embarg
Violetta cumple su advertencia, con la cabeza en alto. No lo vuelve a buscar, ni a meterse en lo que no le incumbe. Aunque Dante continúa apareciéndose en su casa y reuniéndose con Marcus, Violetta pasa de largo su presencia como si esta hubiera dejado de existir para ella en el momento que la rechazó.Si está en el estudio de su padre, no voltea a verlo, simplemente lo saluda como si estuviera hablándole a la pared.—Cariño, ¿te quedas a cenar conmigo y con Dante? —pregunta Marcus una vez.Esa es la única vez que hace contacto visual con Dante, y se da cuenta de que él no deja de mirarla fijamente.—Me quedaré a dormir en el apartamento de Deb. Mañana será un día largo en la universidad. Disfruten ustedes la comida de Ana. Vi que estaba preparando risotto.—¿En serio no puedes quedarte, Violetta?—Estoy ocupada. Adiós.Siempre se va antes de que pueda cambiar de opinión, sea por la mirada o por la voz de Dante. Apuesta por lo seguro, que es evitar e ignorar el objeto de su deseo.Sie