El agua me golpea la cara. Me asusto, jadeando. De nuevo, el agua me salpica la cara. La fuerza del agua me echa la cabeza hacia atrás, obligándome a tomar un aire al que ya no tengo acceso. Alguien me agarra del pelo y me tira hacia delante. Es el mismo hombre de antes. Me mira fijamente a los ojos. —Empieza a hablar. Abro los labios, pero no tengo nada que decir. ¿Lo que diga hará que me maten? Estaba bien con eso, con la muerte. Acepté mi destino... hasta que vi esa rosa. Ahora tengo que salir de aquí con vida, si no es por mi bien, al menos por el suyo. Me observa. —Si no empiezas a hablar, hay una forma de hacerte hablar—, dice. —Dime dónde tiene Raphael las carpetas del negocio secundario de Peter o si no—, pronuncia con tanta fogosidad antes de hacerle una señal al hombre de la puerta. El corazón me late con fuerza cuando oigo el grito. La arrastran hacia delante y la dejan caer de rodillas delante de mí. Su camiseta blanca está manchada de rojo. La manga izquierda pende d
RAPHAELCuando veo a Sara, siento como si se me fuera el aire. Está tendida en el suelo, desangrándose. Parpadeo ante la única lágrima que se me escapa. No puedo ser débil por ella.Corro a su lado y le levanto la cara. —Dios mío, Sara.Parpadea una y dos veces antes de mirarme a la cara. No sé si me reconoce. —Te sacaré de aquí, pero primero tenemos que hacer algo con esa herida—, le digo.Sara me mira y de repente se agita contra mi brazo. —Suéltame.La agarro y la sacudo. —Sara, soy yo.Sigue sacudiéndose y mueve los brazos delante de la cara. Me araña el brazo mientras intento sujetarla. —Sara, por favor—, le digo. —Cállate, nos van a oír.Sus brazos se quedan inmóviles en mi mano y me mira. Empieza a llorar mientras aprieto su cuerpo contra mi mente. Le paso la mano por el pelo. —Te tengo, Sara.—Por favor—, dice. —Raphael, por favor, salva a Daniella.En ese momento se abre la puerta y Daniella se acerca cojeando. —Deprisa—, susurra.Sara me mira y luego mira a Daniella - confus
El sonido hace que mi cabeza martillee. Haz que pare. Que pare.No puedo descifrar qué es ese sonido, pero sólo se hace más fuerte. Empiezo a abrir los ojos, pero la luz es cegadora. Cierro los ojos a la fuerza y aprieto la mano hasta cerrarla en un puño.Vuelvo a intentarlo y abro los ojos lentamente. Respira, me digo. La luz es nítida y cegadora, pero no tan intensa como hace unos segundos. Sin embargo, siento que el mareo me consume, pero me resisto.No sé dónde estoy. Parpadeando, intento encontrar mi terreno, intento encontrar el sentido de dónde puedo estar. Mi visión es borrosa, y poco a poco vuelvo en mí.Lo último que recuerdo. —Rydar—, murmuro en voz baja y me empujo hacia arriba: flashes de la cara de Daniella gritando en mi dirección y luego viendo cómo me sacan el cuchillo.Unas manos me sujetan. —Estás bien—, me dicen.Me revuelvo contra la voz. Trato de liberarme, pero el agarre es fuerte.—Soy yo, Sara.La voz es familiar. Me resulta familiar. Mis manos y mis brazos ya
Quiero que me den el alta. Los hospitales y yo no nos llevamos bien. Tengo pesadillas, claro que no se lo digo a nadie. No conocen esa parte de mí. Es la parte oculta, la que ni siquiera Raphael conoce. Respiro hondo y vuelvo a agarrarme al borde de la cama. Después de mi discusión de ayer con Daniella, me desmayé. Me desperté esta mañana, de nuevo con la noticia de que había perdido un día. Daniella sostiene mi mano entre las suyas mientras se sienta al lado de la cama. A ella le han dado el alta hoy, a mí no. —Necesito salir de aquí—, le digo tanteando el terreno. No quiero decirle por qué, pero imagino que si se entera será la persona más segura para saberlo. Daniella suspira. —No puedes—, dice. —Sara te han apuñalado. No es una herida leve. Asiento con la cabeza admitiendo lo que ha dicho. Es verdad, incluso yo lo sé, pero aun así no puedo quedarme aquí. —Me sentiré mejor en casa. Daniella asiente. —A su debido tiempo, sí. Pero ahora no. Está siendo dura conmigo. Lo sé, per
—Por favor—, le ruego dando un paso atrás. —No sé por qué haces esto—, me estremezco, dando otro paso atrás. Él sonríe. No está bien. No es como debería ser una sonrisa. Es como si se me parara el corazón. —¡Socorro! — Grito empujándome a su alrededor y corriendo hacia la puerta. Me agarra por el pelo y me tira al suelo. El dolor que me sube por la caja torácica se intensifica. Me agarro el costado derecho y me pongo de pie. Tengo que aprovechar cualquier oportunidad de salir de aquí y salvarme. —No lo hagas—, me advierte cuando me ve mirar de nuevo a la puerta. —O te dolerá mucho más que eso. Nadie escucha mi grito de auxilio. Ni la primera vez ni las siguientes. Es como si este hospital fuera un pueblo fantasma. —Por favor—, digo extendiendo la mano delante de mí para protegerme. —¡Sara! — Una voz dice sacudiéndome. Traqueteo y tiemblo sin control, mis manos empujan a la persona que tengo delante en defensa propia. —Sara—, dice la voz esta vez con más calma mientras me su
—¿Qué hospital? — dice Daniella sentada al lado de mi cama, hojeando una revista. La miro confundida. —¿Perdona? —Cuando tuviste neumonía, ¿en qué hospital te quedaste? —Hospital Rosabay—, le respondo. —¿Acaso importa? Se encoge de hombros y sigue hojeando su revista, pero su expresión cambia a miedo. Se me hace un nudo en la garganta y la miro dos veces. Ya no tiene cara de preocupación ni de miedo, pero en el fondo sé que ha reaccionado ante el Hospital Rosabay. —Daniella—, le digo cuando aparta los ojos de la revista y me mira. —¿Hay algo que debería saber? Niega con la cabeza. —No—, responde antes de dejar la revista y levantarse de la cama. Eso me basta para saber que miente. Está haciendo todo lo posible para evitar mi pregunta y ahora quiere irse. —Daniella—, vuelvo a decirle, obligándola a detenerse en la puerta. Se vuelve para mirarme, pero sus ojos están más en la cama que en mí. —Pensé que serías sincera conmigo. Ella sacude la cabeza. —Soy sincera. —Creo que a
Descanso en nuestra cama, metida bajo las mantas viendo la tele. Me aburro, pero no se lo digo a Raphael. Cada pocos minutos, mis ojos se apartan del televisor y se dirigen hacia Raphael, que ha convertido nuestro dormitorio en un despacho improvisado para poder vigilarme.Le había dicho que estaría bien. Seguíamos en la misma casa y siempre podía subir a ver cómo estaba, pero se negó. Decía que necesitaba vigilarme cada segundo, que los minutos y las horas eran demasiado tiempo.Lo veo usar la mesita donde está el salón, con la espalda encorvada para concentrarse en su portátil.—Eso es malo para tu espalda—, le digo y eso llama su atención.—Mi espalda no es asunto tuyo—, dice guiñándome un ojo. —Se supone que debemos centrarnos en ti.—Al fin y al cabo, eres mi marido—, le digo juguetonamente. —Debería estar...—Me trabo la lengua y me congelo. Me dije a mí misma cuando Raphael me traía a casa que me alejaría de este matrimonio porque, de todos modos, se había acabado al final de l
Hojeo la revista y frunzo el ceño. —Quiero salir fuera—, digo en tono frustrado hacia Raphael. Él se gira para mirarme. —Vale—, dice. Lo miro confundida. —¿De acuerdo? Él asiente. —De acuerdo. Hace unos días no le parecía bien. Insistió en que me sentara en la silla de ruedas mientras me llevaba de un lado a otro. No me gustó en ese momento, pero sé que era porque estaba preocupado. Raphael cierra la pantalla del portátil y se acerca a mí. Me agarra de la muñeca y extiende mi brazo alrededor de su espalda mientras me levanta. Sonrío y me lo limpio rápidamente. —Estoy bien, ¿sabes? Él asiente. —Lo sé. —Bueno, puedo andar sola—, le digo. —Nunca dije que no pudieras—, dice antes de suspirar y frotarse la cara. —¿Ya no eres feliz? La pregunta me coge por sorpresa y me paralizo en sus brazos. Me gira para que le mire. —Desde que te traje del hospital, tienes frío—, dice decepcionado. —Sé que te he decepcionado. Sé que no llegué a tiempo—, me dice agarrándome la cara. —Pero crée