Descanso en nuestra cama, metida bajo las mantas viendo la tele. Me aburro, pero no se lo digo a Raphael. Cada pocos minutos, mis ojos se apartan del televisor y se dirigen hacia Raphael, que ha convertido nuestro dormitorio en un despacho improvisado para poder vigilarme.Le había dicho que estaría bien. Seguíamos en la misma casa y siempre podía subir a ver cómo estaba, pero se negó. Decía que necesitaba vigilarme cada segundo, que los minutos y las horas eran demasiado tiempo.Lo veo usar la mesita donde está el salón, con la espalda encorvada para concentrarse en su portátil.—Eso es malo para tu espalda—, le digo y eso llama su atención.—Mi espalda no es asunto tuyo—, dice guiñándome un ojo. —Se supone que debemos centrarnos en ti.—Al fin y al cabo, eres mi marido—, le digo juguetonamente. —Debería estar...—Me trabo la lengua y me congelo. Me dije a mí misma cuando Raphael me traía a casa que me alejaría de este matrimonio porque, de todos modos, se había acabado al final de l
Hojeo la revista y frunzo el ceño. —Quiero salir fuera—, digo en tono frustrado hacia Raphael. Él se gira para mirarme. —Vale—, dice. Lo miro confundida. —¿De acuerdo? Él asiente. —De acuerdo. Hace unos días no le parecía bien. Insistió en que me sentara en la silla de ruedas mientras me llevaba de un lado a otro. No me gustó en ese momento, pero sé que era porque estaba preocupado. Raphael cierra la pantalla del portátil y se acerca a mí. Me agarra de la muñeca y extiende mi brazo alrededor de su espalda mientras me levanta. Sonrío y me lo limpio rápidamente. —Estoy bien, ¿sabes? Él asiente. —Lo sé. —Bueno, puedo andar sola—, le digo. —Nunca dije que no pudieras—, dice antes de suspirar y frotarse la cara. —¿Ya no eres feliz? La pregunta me coge por sorpresa y me paralizo en sus brazos. Me gira para que le mire. —Desde que te traje del hospital, tienes frío—, dice decepcionado. —Sé que te he decepcionado. Sé que no llegué a tiempo—, me dice agarrándome la cara. —Pero crée
Raphael insistió en llevarme, pero yo insistí en ir yo mismo. Tenía una reunión que quería cancelar, lo que me dio la razón perfecta para no dejar que me llevara. Insistí en que asistiera a su reunión, después de todo, no iba a ir andando a casa de mis padres, teníamos chófer. Llevo el equipaje hasta la puerta principal. —Allá voy—, me susurro antes de frotarme las manos. Cuando mamá abre la puerta, me abraza. Intento no hacer una mueca de dolor, pero se me escapa un sutil sonido. —Lo siento—, dice mamá mientras veo cómo se le escapa una lágrima. Me limpio las lágrimas. —Sabes que estoy bien, mamá—, digo empujándome hacia delante para darle un abrazo a papá. —¿Qué haces aquí? — Dice mirándome atentamente antes de fijarse en mi equipaje junto a la puerta. Finjo una sonrisa y doy una palmada. —Me quedo con vosotros una semana. Mamá aplaude emocionada a mi lado. —Eso es maravilloso. Papá sonríe, pero me lanza una mirada interrogante. —¿Tú y Raphael estáis bien? Asiento con la cab
El teléfono suena en mi regazo mientras mamá y papá charlan sobre lo bien que va el negocio familiar en la mesa del comedor. Miro hacia abajo y veo el nombre de Raphael en la pantalla del teléfono. Les devuelvo la mirada y sonrío, pero vuelvo a mirar la pantalla. Cuatro llamadas perdidas. —Voy a firmar otro acuerdo—, dice padre. —La semana que viene viajo fuera de la ciudad para ello. Eso atrae mi atención y desvío la mirada del teléfono hacia mi padre. —¿Qué trato? — le pregunto. Intento no meterme en el negocio a menudo, pero si no fuera por mis decisiones acertadas, probablemente no estaría donde está ahora. Papá sonríe. —Deberías empezar a visitar la oficina pronto—, dice. —¿O es que ahora trabajas para Casio and Co? Sacudo la cabeza. —Claro que no—, digo. —Raphael puede ocuparse de su propia empresa. Empezamos esto juntos, ¿no? Así que definitivamente estoy aquí para quedarme. Eso les provoca una reacción positiva. Sin embargo, no alivia la tensión que siento en la boca del
Me sujeto el costado, el impacto de Raphael me lanza sobre sus hombros. Mi herida aún no se ha curado del todo.—Lo siento—, dice mientras me mira por el retrovisor.—Raphael—, le digo. —En serio, déjame ir.—¿Y adónde piensas ir si lo hago? —, dice como si intentara señalar que no tengo adónde ir. Odio su tono de voz.Golpeo la ventana con las manos esperando que alguien me oiga. —¡Socorro!—No funcionará—, dice Raphael.—Déjame ir—, grito.—No puedo—, dice. —Te necesito, y estoy bastante seguro de que tú me necesitas.—No te necesito. Ni ahora, ni nunca—. Grito de nuevo.Al darme cuenta de que no surte efecto, decido tomar otro camino.—Por favor—, le digo. —Para el coche, me duele.Raphael vuelve a mirar por el retrovisor. Durante un breve segundo mantenemos el contacto visual, pero lo interrumpo.Me agarro el costado, el dolor me recorre el cuerpo y me agarro al asiento de Raphael para estabilizarme. —Por favor.Es como si sufriera un latigazo cervical porque la velocidad a la que
Me dirijo al despacho de Raphael. De pie junto a la puerta, medito si debo molestarle o no. En la última hora he visto entrar y salir a cinco personas. Se negó a ir a trabajar hasta asegurarse de que yo estaba bien. Le dije que estaba bien, pero no me creyó. Quiero hablar con él. Necesito hablar con él. Sobre qué, no tengo ni idea, sólo sé que necesito hacerlo. Veo a alguien irse, y luego a otro. Quizá sea un buen momento para hablar con él. Abro la puerta de un empujón y entro. Raphael tiene la cara gacha mirando unas carpetas. Veo que firma un documento antes de entregárselo a sus empleados. Me dirijo al sofá. Quizá debería esperar a que termine, parece ocupado. Antes de llegar al sofá, uno de sus empleados se aclara la garganta y le indica a Raphael que estoy aquí. Cuando levanta la cabeza del papeleo y me mira, tiene una expresión de dolor. Intento no reaccionar ante su expresión. Me miro a los pies y deseo desaparecer. Tal vez entrar haya sido una mala idea. Podría haber esp
Estoy en el salón de casa de mis padres. Mis manos empiezan a temblar y me las limpio en los vaqueros para calmarme. —¿Por qué me cuentas esto ahora? —. les digo. —Tenías todo el derecho a saberlo—, dice padre dando un paso adelante en un intento de agarrarme la mano. Me alejo un paso de él. —¡No lo hagas! Madre se sienta en el sofá secándose las lágrimas. —Lo siento. Hace tanto tiempo que queríamos decírtelo. Miro a mi madre y luego a mi padre. Están angustiados. Pero eso no arregla nada. Deberían haber sido sinceros conmigo. —Tengo que irme—, digo dándoles la espalda. Creía que tenía un plan. De repente, no tengo nada. —Por favor, Sara—, suena la voz de una madre detrás de mí. No quiero, pero me detengo. Al volverme hacia ella, me doy cuenta de lo manchada y roja que tiene la cara. Sí, ha estado llorando, pero esto es peor. —¿Qué más no me estás contando? Eso es—, dice mi padre. —Te lo juro. Sacudo la cabeza. —Hay más en la historia. Padre se aclara la garganta e intenta
La luz me da en los ojos y me obliga a abrirlos. La cabeza me da vueltas mientras me levanto poco a poco. —Cuidado—, dice Raphael a mi lado. Me giro hacia él. No recuerdo lo que ha pasado, solo que estaba llorando en sus brazos. Odio estar indefensa en sus brazos. —¿Qué ha pasado? — Digo frotándome el cuello. —Te has pasado toda la noche llorando, Sara. Sabes que eso no puede ser bueno. Asiento con la cabeza. —Me siento confusa. —Pues sí—, dice entregándome una pastilla y un vaso de agua. —¿Qué crees que pasa cuando te pasas toda la noche llorando? Es duro Sara, lo entiendo, pero lo hecho, hecho está. No podemos cambiar el pasado, sólo podemos hacer el futuro. —Holliday. —¿Qué? — Pregunta a mi lado. —En realidad no soy un Holliday. Raphael sacude la cabeza. —Eres un Casio. Eso me hace sonreír, pero no dura mucho. Pronto yo tampoco seré un Casio. Mi identidad... no existe. No sé si Raphael está contando los días, pero yo sí. Quedan exactamente cuatro días antes de que deje