Capitulo 3
Cassel Ivonne apenas había apagado el motor de su auto cuando la puerta de la casa se abrió de par en par. Su madre, con una sonrisa radiante y los brazos abiertos, salió corriendo a recibirla. —Ivonne, mi querida hija,— exclamó su madre, envolviéndola en un fuerte abrazo. —¡Qué alegría verte!— Ivonne sintió el calor y la familiaridad del abrazo de su madre, y por un momento, todas sus preocupaciones parecieron desvanecerse. —Hola, mamá,— respondió, tratando de mantener su voz firme. —¿Qué te trae por aquí a tan pocas semanas de tu boda?— preguntó su madre, separándose un poco para mirarla a los ojos. —Pensé que estarías ocupada con los preparativos.— Ivonne forzó una sonrisa y respondió con naturalidad, —Decidí darme un respiro antes de la boda. Necesitaba un poco de aire fresco y tranquilidad.— Su madre asintió, comprensiva. —Entiendo, querida. Los preparativos pueden ser agotadores. Ven, entremos. Te prepararé algo de comer.— Mientras caminaban hacia la casa, Ivonne no podía evitar sentir una punzada de culpa por ocultar la verdadera razón de su visita. Laurent, su prometido, le había sido infiel, y ella necesitaba tiempo para pensar y decidir qué hacer. Pero no quería preocupar a su madre, al menos no todavía. Dentro de la casa, el aroma madera, pan recién horneado y a lavanda la envolvió, brindándole una sensación de consuelo. Se sentaron en la cocina, y su madre comenzó a preparar una taza de té. —Cuéntame, ¿cómo van los preparativos?— Preguntó su madre, mientras colocaba la tetera en la estufa. Ivonne tomó un profundo respiro. —Van bien, mamá. Todo está casi listo. Solo necesitaba un poco de tiempo para mí misma, últimamente e estado muy nerviosa— Su madre sonrió y le acarició la mano. — Eso es normal hija, sin embargo siempre serás bienvenida aquí, Ivonne. Esta es tu casa, y siempre lo será.— Ivonne asintió, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. Sabía que eventualmente tendría que enfrentar la verdad, pero por ahora, se permitió disfrutar de la calidez y el amor de su hogar. La madre de Ivonne se llamaba Juliette una mujer de unos 55 años cabello rojo igual que su hija y ojos verdes, había sido ama de casa toda la vida, después de que los hijos crecieron se dedicó a las labores de la iglesia y a su hogar que cuidada cuidadosamente para mantener ese aire antiguo a de la casa, ya que había pertenecido a la familia Dubois desde hace unos 200 años, el olor a madera impregnaba el aire, evocando recuerdos de tiempos pasados. Las paredes de piedra y los muebles de madera oscura parecían susurrar historias de generaciones anteriores, aunque la casa ya había recibido remodelaciones, sencillamente no dejaba de perder su escencia. —Mamá, ¿dónde están papá y Alexandre?— preguntó Ivonne, mientras dejaba su bolso en una silla cercana. Juliette sonrió y respondió, —Salieron temprano esta mañana a París para vender hortalizas en el mercado. Volverán al anochecer.— Ivonne asintintio con una sonrisa —Esta bien, tal vez nos encontramos en el camino— —No lo creo hija, tu nunca has sido de madrugar mucho.— la madre de Ivonne soltó una gran risa después de ese comentario. Ivonne coloco sus manos en su rostro y sintió — Tines razón mamá — —Hija porque monte das un baño antes de comer, estoy segura de que debes estar agotada. Yo voy a subir tus cosas— Ivonne vio a su madre con cariño, había olvidado ese amor materno, y no se había dado cuenta de que lo extrañaba, en su relación con Laurent siempre era ella la que lo atendía y ella estaba en segundo plano. —Si, es verdad mami estoy muy cansada, me voy a bañar, muchas gracias por ser tan linda— —El matrimonio te a vuelto sensible hija— sonrió la madre. Aún así Ivonne tomo su bolso de mano y subió al segundo piso de la casa se acomodo en su antigua habitación tratando de encontrar un poco de paz en medio del caos emocional que la rodeaba. Las paredes de madera y el techo inclinado le recordaban los días despreocupados de su infancia. Mientras desempacaba su maleta, su teléfono comenzó a sonar. Miró la pantalla y vio el nombre de Laurent. Su corazón dio un vuelco. No estaba preparada para hablar con él, no después de haberlo visto con la otra chica. Pero sabía que no podía evitarlo para siempre. Tomó una respiración profunda y contestó. —Hola, Laurent,— dijo, tratando de mantener su voz tranquila. —Ivonne, ¿cómo estás?— preguntó Laurent, su voz sonaba preocupada. —No he sabido nada de ti en días. ¿Por qué no me has llamado?— Ivonne cerró los ojos por un momento, buscando las palabras adecuadas. Se dió cuenta de que casi siempre era lo mismo, ella era quien lo llamaba para saber cómo estuvo su dia y el la llamaba cuando necesitaba algo de ella, eran cosas de las cuales antes no se había dado cuenta. —Lo siento, he estado muy ocupada,— respondió, tratando de sonar convincente. —Con los preparativos de la boda y todo lo demás, apenas he tenido tiempo para mí misma.— Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. —Entiendo,— dijo Laurent finalmente. —Solo quería asegurarme de que estuvieras bien. Te extraño.— Ivonne sintió una punzada de dolor en el pecho. Quería confrontarlo, preguntarle por qué la había traicionado, pero no podía hacerlo por teléfono. —Yo también te extraño,— mintió, su voz apenas un susurro. —Espero verte pronto,— dijo Laurent. —Cuídate, Ivonne.— —Lo haré,— respondió ella, colgando el teléfono. Se dejó caer en la cama, sintiendo el peso de la situación sobre sus hombros. Sabía que eventualmente tendría que enfrentar a Laurent y la verdad, pero por ahora, solo quería encontrar un poco de consuelo en el hogar de su infancia. Después de colgar la llamada con Laurent, Ivonne se dejó caer en la cama, sintiendo el peso de sus emociones. Cerró los ojos, buscando un momento de paz, pero en lugar de eso, su mente la llevó de vuelta a un encuentro inesperado que había tenido en su camino a Cassel. Había sido en una pequeña tienda de carretera, donde se detuvo para comprar algo de agua y un bocadillo. Mientras recorría los pasillos, se encontró con un hombre que inmediatamente captó su atención. Era un hombre blanco, de cabello negro y ojos azules, con una presencia que irradiaba amabilidad y calidez. Ivonne recordó cómo había tropezado ligeramente con él al girar una esquina. —Lo siento,— había dicho rápidamente, sin mirarlo a los ojos. —No hay problema,— respondió él con una sonrisa, su voz suave y tranquilizadora. —¿Estás bien?— Ivonne asintió, sintiéndose un poco avergonzada por su torpeza. —Sí, gracias.— El hombre la ayudó a recoger los artículos que había dejado caer y le ofreció una sonrisa que hizo que su corazón latiera un poco más rápido. —Es un día hermoso, ¿verdad?— comentó, tratando de iniciar una conversación. Ivonne, aún sintiéndose un poco incómoda, solo asintió de nuevo y murmuró un. —Si— antes de apresurarse a la caja registradora. Luego ese mismo hombre la persiguió hasta afuera y la estaba llamando, ella simplemente lo volvió a ver por última vez y lo ignoro, era un hombre muy atractivo pero ¿ Porque quería hablar con ella? Ahora, acostada en su cama, se sentía un poco avergonzada de cómo lo había tratado. Había sido tan amable, y ella apenas le había dado una oportunidad para hablar. Se preguntó quién era ese hombre y qué estaría haciendo ahora. Había algo en su mirada, en la forma en que la había tratado, que la hacía desear haber sido más abierta y receptiva. Pero en ese momento, su mente estaba demasiado ocupada con los problemas con Laurent. Ivonne suspiró, deseando poder retroceder en el tiempo y ser más amable con el desconocido. Pero sabía que no podía cambiar el pasado. Todo lo que podía hacer era aprender de sus errores y esperar que, algún día, sus caminos se cruzaran de nuevo. Dejó que su mente vagara hacia el pasado, recordando cómo se había enamorado de Laurent. Había sido hace cinco años, en un pequeño café que ambos frecuentaban todas las mañanas. Ivonne ya era maestra en una escuela primaria local, y cada día, antes de ir al trabajo, se detenía en el café para disfrutar de una taza de café y un croissant. Era su pequeño ritual matutino, un momento de tranquilidad antes de enfrentar el bullicio del día. Laurent, por su parte, era un joven abogado recién graduado, en busca de empleo. También había adoptado el hábito de visitar el mismo café, buscando un lugar donde organizar sus pensamientos y planificar su día. Un día, mientras Ivonne estaba absorta en un libro, Laurent se acercó a su mesa con una sonrisa tímida. —Disculpa, ¿puedo sentarme aquí?— preguntó, señalando la silla vacía frente a ella. Ivonne levantó la vista, sorprendida por la interrupción, pero algo en la mirada de Laurent la hizo sonreír. —Claro,— respondió, cerrando su libro. Así comenzó su amistad. Día tras día, se encontraban en el café, compartiendo historias y risas. Laurent le contaba sobre sus sueños de convertirse en un abogado exitoso, mientras Ivonne le hablaba de sus alumnos y de su pasión por la enseñanza. Con el tiempo, su amistad se transformó en algo más profundo. Laurent fue el primero en dar el paso, confesando sus sentimientos una mañana mientras compartían un desayuno. —Ivonne, creo que me estoy enamorando de ti,— dijo, su voz llena de sinceridad. Ivonne sintió su corazón latir con fuerza. —Yo también, Laurent,— respondió, tomando su mano. Desde ese momento, su relación floreció, llena de amor y complicidad. Ahora, recordando esos días felices, Ivonne no podía evitar sentir una mezcla de nostalgia y tristeza. Las cosas habían cambiado tanto desde entonces. Pero a pesar de todo, esos recuerdos siempre tendrían un lugar especial en su corazón. Después de la llamada con Laurent, Ivonne se dejó llevar por el cansancio y se quedó dormida en su cama, envuelta en las suaves mantas que olían a lavanda. El sueño la envolvió rápidamente, brindándole un respiro de sus preocupaciones. Horas más tarde, sintió una mano suave en su hombro y la voz cariñosa de su madre susurrándole al oído. —Ivonne, despierta. Tu padre y Alexandre ya han llegado.— Ivonne abrió los ojos lentamente, parpadeando para adaptarse a la luz tenue de la habitación. —¿Ya están aquí?— preguntó, su voz aún adormilada. —Sí, querida. Están afuera descargando la camioneta,— respondió Juliette con una sonrisa. Ivonne se levantó de la cama de un salto, sintiendo una oleada de alegría. Bajó las escaleras corriendo, sus pies descalzos haciendo eco en la madera antigua, por un momento volvió a ser esa niña que corría a los brazos de su padre cuando llegaba. Al llegar a la puerta principal, la abrió de par en par y salió al patio. Allí estaban su padre y su hermano mayor, Alexandre, bajando cajas de hortalizas de la vieja camioneta. Al verla, ambos levantaron la vista y sonrieron. —¡Papá! ¡Alexandre!— exclamó Ivonne, corriendo hacia ellos. Su padre, un hombre robusto con el cabello canoso y una sonrisa cálida, la recibió con los brazos abiertos. —Ivonne, mi niña,— dijo, abrazándola con fuerza. —Qué alegría verte.— Alexandre, con su semblante serio pero ojos llenos de cariño, también se acercó para abrazarla. —Hermana, te hemos extrañado,— dijo, dándole un apretón en el hombro. Alexandre era un hombre de 30 años al igual que su madre y su hermana con el cabello rojo y ojos verdes esmeraldas, tenía un semblante serio pero realmente era muy amable y gentil, tenía el cabello corto, y trabajaba en la granja de la familia pero también era el veterinario del pueblo así que todos lo conocían, así como conocían a los Dubois. En ese momento la madre de Ivonne los interrumpe. —Si ya bajaron todo vengan a comer, ya todo está listo— Así el padre y sus dos hijos entraron a la casa siguiendo a la señora Juliette. La mesa del comedor estaba llena de platos deliciosos, preparados con esmero por Juliette. Ivonne, su padre, su madre y su hermano Alexandre se sentaron alrededor de la mesa, disfrutando de una cena familiar que hacía mucho tiempo no compartían. Las risas y las conversaciones llenaban el aire, creando una atmósfera cálida y acogedora. —¿Recuerdas aquella vez que Alexandre se cayó del árbol de manzanas?— dijo su padre, con una sonrisa traviesa. Alexandre se rió, sacudiendo la cabeza. —¡Cómo olvidarlo! Estuve cojeando durante semanas.— Ivonne sonrió, recordando cómo había intentado ayudar a su hermano a bajar del árbol, solo para terminar ambos cubiertos de barro. —Y mamá nos regañó por ensuciarnos justo antes de la cena,— añadió, riendo. Juliette se unió a las risas. —Sí, pero al final no pude enojarme mucho. Eran tan adorables, cubiertos de barro de pies a cabeza.— La conversación continuó, llena de anécdotas y recuerdos de la infancia de Ivonne y Alexandre. Cada historia traía consigo una oleada de nostalgia y felicidad, recordándoles los lazos que los unían. De repente, el sonido de la puerta principal resonó en la casa. Ivonne se levantó rápidamente. —Yo abro— dijo, dirigiéndose hacia la entrada. Al abrir la puerta, el corazón de Ivonne dió un vuelco dejándola paralizada por un momento, sin saber qué decir. —¿Que haces aquí?—Capitulo 1Engaño en ParísEn el corazón de París, en un encantador apartamento con vistas a la Torre Eiffel, los primeros rayos de luz acariciaban el rostro de Ivonne, una hermosa joven blanca de cabello hasta la cintura rojo narural con algunas ondas, y grandes ojos verdes que parecían reflejar la misma esperanza y pasión de la ciudad que la rodeaba, además su rostro se encontraba adornado con delicadas pecas que le daban una apariencia aún más juvenil. Ivonne era maestra en una escuela primaria cercana, pero se había tomados unos meses de vacaciones ya que su vida estaba a punto de cambiar para siempre: en solo unas semanas, se casaría con el amor de su vida, Laurent. Esa mañana, mientras el sol iluminaba suavemente su apartamento, Ivonne se preparaba para ir a la última prueba de su vestido de novia. Sin embargo, había algo que la inquietaba. Decidió llamar a Laurent, su prometido, para confirmar los planes que tenían para el almuerzo. Marcó su número con una mezcla de emoción y
Capitulo 2 Adiós París Yvonne abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la noche anterior sobre sus párpados. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas de la sala, iluminando suavemente el espacio. Se dio cuenta de que estaba acostada en el mueble de la sala de Camille, su mejor amiga. Los recuerdos de la noche anterior comenzaron a inundar su mente: las lágrimas, las risas amargas y las películas que habían intentado distraerla de su dolor.Se incorporó lentamente, sintiendo el crujido de sus músculos adoloridos. Camille, siempre tan atenta, había dejado una manta sobre ella y un vaso de agua en la mesa de centro. Yvonne sonrió con gratitud, aunque su corazón aún pesaba por los recuerdos que la habían llevado a buscar refugio en casa de su amiga.De pronto Camille apareció, con una taza de café en la mano y una sonrisa cálida en el rostro.—Buenos días, dormilona —dijo Camille, acercándose y sentándose junto a Yvonne —¿Cómo te sientes hoy?— Yvonne suspiró, tomando