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Despierto cuando los rayos de sol comienzan a golpear mi rostro. Maldigo en voz baja y ruego por la cama en busca de un poco más de oscuridad. Me detengo levemente al sentir mi cuerpo gritar a causa de lo adolorida que me ha dejado Sebastián. No quiero admitirlo pero anoche fue sorprendente.

Nunca había experimentado esa sensación de ser dominada y complacida al mismo tiempo. Hay algo en él que no puedo describir, algo que me jala como un imán y a la vez me aterroriza. Sé que debo de escapar de este lugar, sé que él está loco y en cualquier momento podría perder la cabeza y asesinarme para terminar clavándome en un poste o peor aún... podría venderme a un mafioso igual de psicópata que él.

—Señorita, buenos días...– me susurra Cristina con suavidad

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