Imposible no amarlo.
AzzuraAl salir de la gelateria, un joven desaliñado y desconfiado aparece frente a nosotros. Parece estar escapando; mira en todas direcciones y mantiene la mano dentro del abrigo oscuro. Mis hombres lo acorralan, pero Santo se interpone, cubriéndolo con su pequeño cuerpo.—Es mi primo —dice, y el niño, con cara de bravucón, les hace mala cara a mis hombres—. No lo toquen.—Santito, ¿qué merda haces por estos lados? —le reclama el joven sin dejar de vigilar su entorno. Noto sus pupilas dilatadas—. ¿Estás en problemas con la quintina?El tipo está drogado, pero me reconoce, y eso me gusta. Comparto una mirada cómplice con Itala y chocamos las palmas. Sin embargo, la cabeza de Uzumaki se interpone entre nosotras. Ambas lo miramos.—¿Todavía no creen que esa transmisión llegó hasta Japón? —pregunta, divertido.—Allá fue el primer sitio donde llegó —lo molesto.—¡Tú, ladrón! —grita una mujer a nuestras espaldas.Giro sobre los talones y encuentro a una señora de mediana estatura, con la r
AzzuraEstoy absorta, observando mi reflejo en la vidriera del local de tatuajes. El cristal es tintado; seguramente me miran desde el interior. Rozo con el dedo la calavera que se desintegra en el medio del vidrio. Sobre ella, se lee: Segnati (Márcate).—Le falta originalidad —comento con mordacidad.—Hubiera esperado algo como: Tatuato sulla mia anima (Tatuado en mi alma). —Itala me sigue el ritmo.—Lo importante es el arte —aboga Terzo.Lo empujo para poder ver su cuello.Nunca he visto completo su tatuaje de alas. Con el dedo, trazo el contorno del ala derecha. Su nuez de Adán se mueve al tragar, y mi dedo se queda suspendido.—Lo siento, es que nunca me has mostrado tus alas.De repente, siento la necesidad de justificar mi atrevimiento. Su sonrisa se ensancha.—Azzura, no te voy a comer. —Terzo se inclina y se mofa de mi reacción—. No eres mi tipo —susurra en mi cara.Entrecierro los ojos y decido seguirle el juego. Llevo los dedos a su corbata y la aflojo. Terzo no se aparta; su
BaldassareElla ha gemido.Por mí.Mi lado posesivo se golpea el pecho.Soy un animal territorial.Nada de ella pasa desapercibido ante mis ojos. Puedo ver su cuerpo cediendo al mío, y eso me desquicia. Rompo la distancia y presiono el cañón del arma contra mi pecho. No temo que me dispare. Si lo hace, lo aceptaré.Estar cerca sin tocarla es inconcebible. Mis manos pican por sentirla y obedezco, posándolas en su cintura.—No tienes derecho a tocarme —gruñe, luchando contra nuestra conexión—. Me has hecho daño, ¿no te conformas?Su pregunta me toma con la guardia baja. Odio que sus ojos se humedezcan. No puedo deshacer la muerte de su padre, pero sí enseñarle lo bien que nuestros cuerpos se acoplan.—Mis planes nunca han sido herirte.Coloco mi mano sobre la suya y guio el arma entre mis cejas.—Acaba conmigo. Cobra tu vendetta —la aliento, y ella se muerde el labio inferior—. Es tu oportunidad.—¿Tú detonaste el lanzacohetes?Puedo ver el deseo de que lo niegue. Azzura quiere convencer
AzzuraSu pregunta me obliga a sentarme en la camilla. Balanceo las piernas buscando qué hacer con mis nervios.Este hombre es una eminencia. Su sonrisa es moja-bragas y, al mismo tiempo, desestabiliza a la quintina. Sus labios son un arma letal.Baldassare no despega los ojos de la tableta mientras yo intento encontrar la mejor respuesta a su pregunta.«¿Qué hago?».De todo.—Me haces dudar —respondo llanamente.El Biondo Diavolo alza la mirada y me remuevo en la camilla. No hay nada más precioso que perderse en sus pupilas.—Es al contrario —refuta, seguro.Enarco una ceja ante su convicción.—Te hago ver la realidad entre nosotros.—Eso no borra que seamos de familias enemigas —me aferro a nuestro amor imposible.—Acuéstate, tengo el dibujo.—Muéstralo —pido, nerviosa.—Será una sorpresa.Se pone los guantes de látex y mi cara debe indicarle mi negativa.—Confía en mí.—¿Y si me tatúas…? —Escribo en el aire con el dedo—: Eres mía, Gacela.Baldassare se da toques en la barbilla.—No
BaldassareMiro su reflejo en el espejo a nuestra izquierda y, joder, soy un cretino con suerte. La tengo desnuda, con el top enrollado en su vientre. Merda, el tatuaje queda perfecto entre sus niñas.—Es oscuro, elegante y poderoso. Justo como tú —recito con el corazón henchido.Azzura, asombrada, me encara. Sus ojos, aguados, terminan desbordándose y guío mis manos a su rostro. Froto con mis pulgares debajo de sus ojos y su llanto aumenta. La empujo contra mi cuello, donde se ajusta a la perfección, y masajeo su cuero cabelludo.—Espero que ese llanto sea porque separarte de mí es doloroso —susurro, y su risa me hace cosquillas en la piel.—Tienes talento para enloquecerme… pero también para recordarme que siempre seremos fugaces.Mi polla sigue dentro de ella, sin gorro, solo sus paredes abrazándome, y la sensación es otro maldito nivel. Me pregunto cuánto tardará en llegar el reclamo.—Debe ser agotador.Ella se separa de mi cuerpo y me enfrenta con el ceño fruncido.—¿Agotador?—N
Baldassare—¡Te lo marcaste! —exclama.No es algo común en mí. Mis tatuajes son una manera de expresar mi arte. Emociones. Pero esa marca merecía ser eterna.Azzurra se refiere a que me tatué su mordida arriba de la tetilla. Guido estuvo dispuesto. Aquella madrugada de vigilia con mi hermano en la suite, era mi turno de bañarme. Neri me relevó y, al salir, me encontré a Guido en el pasillo. Llevaba equipo de tatuar. Le pregunté si podía tatuarme. Asintió, serio. Lo demás es historia.—Y muy pronto me tatuaré el del hombro.Miro la mordida en el lado izquierdo, y su mano acaricia la zona.—Biondo Diavolo, comenzaré a cobrar por mis mordidas —bromea, y me sorprendo riendo por segunda vez sin control.—Triplico el pago por ello.La acerco, llevo mi boca a su hueco y succiono su piel, dejando un chupetón.—Te marqué un beso.Me dejo caer y observo cómo su sonrisa pinta su rostro, mostrando los dientes.—¿Gacela, averiguaste si debes tenerme miedo?Saco a colación nuestro primer encuentro.
AzzuraIgnoro la furia desmedida de Baldassare. Puede que esté irremediablemente, perdida por él, pero no dejaré que me controle. No nací para ser gobernada. Siempre he sido dueña de mis pasos.Terzo se remueve, y detengo la mano en su cabello. Me resistí de tocar su cicatriz. Su cuerpo se tensa bajo mi toque.—Terzo, soy yo, tu reina ácida.Retomo el movimiento en su cabello, y lentamente abre los ojos.El gruñido de Baldassare me satisface.—Merda, ¿qué pasó? —cuestiona el primo del Biondo Diavolo.Apenas han pasado cinco minutos a lo mucho.—¡Imbecille! —brama Terzo, incorporándose de golpe—. Te mataré —sentencia, y sus manos palpan su cuerpo.—¿Buscas esto? —pregunta el Biondo Diavolo, enseñándole una de sus armas.Terzo rechina los dientes sin despegar los ojos de su enemigo. Baldassare suelta el arma dentro del bolso y se lo arroja a su primo.—Seducir a la hija de tu enemigo es una bajeza —ataca Terzo.—¿Alguien me puede decir por qué estoy en el suelo? —insiste el primo.El ca
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi