Elizabeth y Jacob aprovecharon la oportunidad para escapar del protocolo real. Al descender del avión, Elizabeth le hizo una señal a su prima para pedirle que se dirigiera con el resto del servicio al Palacio de Cambridge. Decidió disfrutar de un momento a solas con Jacob y se adentraron en un paseo por la ciudad. Buscando un lugar apartado de la atención mediática, encontraron un rincón tranquilo donde podrían conversar sin ser molestados por los paparazzi.Elizabeth le acarició suavemente el rostro y musitó con suavidad:—Sabes, Jacob, eres muy guapo. Tienes esos ojos azules que derretirían a cualquiera.—Gracias, princesa. Es muy amable —respondió Jacob, mientras tragaba saliva.—Es una pena que no tengas un título. Solo eres un simple lacayo... Bueno, eso debe de ser un poco frustrante, ¿no? —comenta ella con menosprecio, como de costumbre.Con voz tranquila y manteniendo la distancia, Jacob la mira con seriedad y le responde:—No lo veo así. Cada uno tiene su lugar y yo estoy con
Al llegar a la mansión de Cambridge, la princesa Elizabeth dejó atrás los recuerdos de Jacob y se dejó llevar por la emoción del momento. Con una sonrisa radiante, se acercó a Charlotte, tía de Oliver. Se sentó en un sillón y exclamó:—¡Oh, condesa! No me creo que por fin estemos aquí, de nuevo en el palacio. Es un lugar maravilloso.—Es un lugar mágico, querida. Y aún más emocionante es pensar en la boda entre tú y Oliver, ¿no te parece un sueño hecho realidad?—¡Sí! Desde que lo conocí, he sentido que hay algo especial entre nosotros. Y ahora, con su apoyo, siento que todo es posible.—Por supuesto, querida. Oliver es un buen partido, no solo por su fortuna, sino también por su carácter. Es un hombre excepcional.—Y es tan apuesto... No puedo evitar imaginar cómo será nuestra vida juntos, ¡sería perfecto!—Y con un poco de planificación, podemos hacer que ese sueño se convierta en realidad. ¿Ya has pensado cómo te gustaría que fuera la ceremonia?—Oh, sí, quiero que sea algo grandio
Elizabeth, con voz cargada de rabia y frustración, murmuró para sí misma:—¿Cómo se atreve esa maldita mujerzuela a robarme el protagonismo con Oliver? (Rompió violentamente los recortes de revistas). ¡Yo debería haber sido la estrella de esa gala! ¡Yo soy la verdadera aristócrata aquí, no esa advenediza de Blair Connor!—Todos la adoraban, todos hablaban de ella y de su estúpida colección, ¡mientras yo me pudría en esta maldita mansión de Cambridge! —gritó, arrojando los trozos de papel por la habitación. — ¡No lo soporto, no lo acepto!Inmediatamente, con una sonrisa maliciosa, se dijo a sí misma:—Pero esto no quedará así, oh no... Blair, tu cuento de hadas llegará a su fin. Te haré pagar por cada aplauso y por cada halago que recibiste y que era mío.Luego, paseándose por la habitación y hablando consigo misma, dijo:—Disfruta mientras puedas de tu momento de gloria, Cenicienta, porque tus días están contados. ¿Crees que puedes brillar más que yo? ¿Crees que puedes quitarme lo que
Elizabeth irrumpió en la mansión con los ojos brillantes de indignación y rabia. La opulencia del lugar parecía desvanecerse ante el peso de su desconsuelo. Al encontrarse con la condesa Charlotte, su corazón se desbordó en un torrente de emociones.—¿Qué te sucede, querida? —preguntó Charlotte al percatarse de la angustia en el rostro de la joven.—¡Oliver ha roto nuestro compromiso! —exclamó Elizabeth, furiosa. —Me lo dijo en la cara, como si no importara nada. No soporto esta afrenta.Charlotte, con los nervios de punta, se acercó y la abrazó con ternura, como si su calidez pudiera aplacar la tormenta que rugía en su corazón.—Tranquila, Elizabeth. Tal vez Oliver está confundido. No le hagas caso, ese compromiso es un hecho, quiera él o no —dijo Charlotte, intentando ocultar la tensión del momento con una risa suave. —Vamos, salgamos a tomar el té. Un poco de aire fresco te sentará bien.Elizabeth, herida, pero aún así, notó que las palabras dulces de Charlotte comenzaban a calmar
Elizabeth, consumida por la rabia y la arrogancia que siempre la habían caracterizado, no pudo más y se lanzó contra Blair dándole una bofetada. Con un movimiento rápido y decidido, golpeó a Blair, dejando a todos boquiabiertos. La situación se tornó aún más caótica cuando comenzó a tirar del pelo a su rival, mostrando una actitud que contrastaba drásticamente con la imagen de nobleza que se esperaba de una princesa. En ese momento, la furia de Elizabeth eclipsó cualquier atisbo de decoro, revelando una faceta de su personalidad que pocos habían tenido el privilegio de presenciar.Elizabeth, con voz temblorosa, exclamó:—¡No te atrevas a acercarte a él, Blair! Eres solo una modista de poca monta, una recién llegada que se cree importante porque tuvo un par de aplausos en un desfile.Blair, sorprendida y con la mano en la mejilla, la cuestionó:—¿Qué le pasa, princesa? No tengo intención de robarle a Oliver. Solo quiero ser feliz.—¿Feliz? ¿Y qué sabes tú de la felicidad? —replicó Eliz
Al salir de la casa de moda, con el eco de la discusión con la princesa Elizabeth aún resonando en su mente, Blair se topó con Julia, su madrastra, en el aparcamiento. La mujer que una vez la había vendido como si fuera un objeto ahora parecía un fantasma del pasado, un recuerdo amargo que intentaba borrar con cada paso firme que daba. Blair la miró con desdén; ya no era la niña inocente que había soportado sus abusos. Ahora era una diseñadora emergente, audaz y decidida, con el fuego de la ambición ardiendo en sus venas. En ese instante, la mirada de Julia, llena de desprecio y sorpresa, se cruzó con la de Blair, y se percibía la tensión de un enfrentamiento inevitable. La vida de Blair había cambiado y estaba lista para reclamar su lugar en el mundo, sin importar cuántas sombras del pasado intentaran detenerla.—¡Fuera de mi vista, aléjate de mí, Julia! Eres una maldita miserable —gritó Blair, llena de rabia.No podía soportar la idea de que esa mujer estuviera tan cerca de ella.—¿
Copenhague, Dinamarca, se sumía en un manto gris de melancolía, donde la lluvia caía suavemente, como si el cielo llorara por las almas perdidas. Entonces, una mujer de mirada profunda se acercó a Blair y le tendió una taza de té humeante con las manos temblorosas. Sin embargo, la desesperación en sus ojos eclipsaba cualquier atisbo de amabilidad.—No quiero té, por favor —dijo Blair con voz urgente. —Necesito que me ayudes a escapar de aquí.La mujer la miró con compasión, pero también con una tristeza que parecía arraigada en su ser.—¿Adónde irías, querida? —preguntó, su tono era suave pero firme. —La oscuridad te persigue, da igual cuán lejos corras.—No me importa —replicó Blair, con el corazón latiendo con fuerza. —Solo necesito una oportunidad, ¡ayúdame!La mujer bajó la mirada, revelando que era sirvienta de esa horrible mafia que se ocultaba tras una fachada de elegancia y sofisticación. Blair, con el corazón en un puño, recordaba los murmullos que había escuchado durante su
El fin de semana llegó cargado de lujos e intrigas, con cada rincón del palacio de Cambridge adornado para celebrar el compromiso entre Oliver Campbell y Elizabeth Olsen. Sin embargo, para Oliver, ese evento era una trampa disfrazada de gala, un compromiso marcado por la maldad y la soberbia de las familias. Mientras se perdía en sus pensamientos, la figura de su tía Charlotte apareció en la sala, radiante y llena de entusiasmo.—¡Oliver! —exclamó Charlotte, con una sonrisa deslumbrante. —No me puedo creer que finalmente hayas decidido casarte con Elizabeth. Supone un gran paso para nuestra familia.Oliver la miró con rabia y su voz temblaba de frustración.—¿Gran paso? —gritó, con un tono cortante como un cuchillo. — ¿Acaso no ves que esto es una condena? Ustedes son cómplices de mi desgracia. Me obligan a aceptar un matrimonio sin amor, solo por la conveniencia de nuestras familias. ¡Esto no es un triunfo, es una traición!Charlotte se quedó en silencio, incapaz de responder a la ve