En el elegante palacio de Amalienborg, la princesa Elizabeth se encontraba en su aposento disfrutando de un momento de tranquilidad. La luz suave del atardecer se colaba a través de las cortinas, creando un ambiente acogedor. Su asistente, Gía, estaba a su lado, organizando algunos documentos, mientras veían un programa de cotilleos que se emitía en la televisión. De repente, la pantalla mostró la imagen de Oliver Campbell, duque de Cambridge, presentado como el soltero más guapo y cotizado de la ciudad. Elizabeth, con una chispa de picardía en la mirada, no pudo evitar comentar:—Gía, ¡mira a ese hombre! —exclamó, señalando la pantalla. —Con esa gallardía y virilidad, será mi esposo en un abrir y cerrar de ojos.Gía sonrió un poco sonrojada, pero antes de que pudiera responder, Elizabeth, sintiéndose abrumada por la idea de compartir ese momento, frunció el ceño y dijo:—De hecho, creo que necesito un momento a solas. ¿Podrías salir un momento, Gía?Gía, sorprendida pero comprensiva,
Oliver se acercó a Blair con una chispa traviesa en los ojos.—Nos vamos a Oslo, querida —anunció con una sonrisa pícara.Blair se quedó boquiabierta, sacudiendo la cabeza con incredulidad.—¿Qué? ¡No puedo! He empezado a trabajar con lady Beatrice y tengo clases en la escuela de moda. No puedo simplemente irme.Él la rodeó por la cintura, acercándola a él.—Eso no es un problema —dijo con confianza. —Beatrice es mi cómplice en este amor secreto. Ella se encargará de todo. Y en cuanto a la escuela, no te preocupes. Soy el duque de Cambridge, tengo poder suficiente para que todo se haga a pedir de boca.Blair no pudo evitar sonreír, con un destello de diversión en los ojos.—¡Qué presumido, su alteza! —le respondió, riendo suavemente.Oliver, sintiendo la conexión entre ellos, inclinó la cabeza y la besó con pasión, un beso que prometía aventuras y secretos compartidos. El mundo a su alrededor se esfumó, dejándolos atrapados en su propio universo, donde las preocupaciones y las normas
Oslo, Noruega.Mientras caminaban por las pintorescas calles de Oslo, la luz del atardecer se filtraba a través de los edificios históricos, creando un halo dorado que envolvía a Blair. Oliver, con el corazón latiendo al compás de sus pasos, no podía apartar la mirada de ella. El vestido que Beatrice le había regalado parecía danzar con la brisa, acentuando cada curva de su figura y reflejando la esencia de una princesa de cuento de hadas. Cada rayo de sol que tocaba su piel parecía encender una chispa en su interior, y Oliver se sentía afortunado de ser el testigo de su belleza. Mientras exploraban los rincones emblemáticos de la ciudad, desde el majestuoso Teatro Nacional hasta el vibrante puerto, las risas y susurros compartidos tejían un lazo invisible entre ellos, uniendo sus almas en un momento que parecía suspendido en el tiempo. En ese instante, rodeados de la magia de Oslo, Oliver comprendió que había encontrado no solo a su compañera de viaje, sino también a la dueña de su c
Al llegar al hermoso mirador, Blair sintió la calidez de las manos de Oliver rodear su cintura en público, y se le dibujó una sonrisa pícara en el rostro. En ese lugar mágico, donde el viento susurraba secretos de amor y libertad, su corazón latía con fuerza, lejos de las expectativas de la nobleza que siempre los rodeaba. Ella, una joven común, y él, un duque de sangre azul, parecían personajes de un cuento de hadas que desafiaban las convenciones de su mundo. Su historia había comenzado en una subasta, un momento que, aunque parecía inverosímil, los unió de una manera inesperada; él la rescató de un destino infame y cruel, y en ese instante, ambos supieron que su amor era un refugio, un acto de rebeldía que florecía en la luz del día. En el mirador, rodeados de la belleza del paisaje, se prometieron que, sin importar los obstáculos, su amor siempre encontraría la manera de brillar.—Te prometo un mundo sin obstáculos, donde podamos amarnos en libertad, tener una familia e hijos. Qui
El aire viciado de la oficina del agente George se impregnó de la urgencia de John. El asistente del duque de Cambridge irrumpió en la oficina jadeante, con la frente perlada de sudor y la mirada fija en el agente del FBI. Entre sus manos llevaba un sobre grueso cuyo contenido prometía nuevas revelaciones. Las noticias que traía eran escalofriantes y suponían un paso más en la peligrosa escalada hacia el corazón de una red criminal que se extendía por toda Europa.John, visiblemente agitado, le entrega el sobre a George.—Agente George, creo que hemos dado con algo importante.—¿Qué pasa, John? ¿Qué tienes ahí?—Hay nuevas pistas sobre la subasta. Parece que se están organizando un evento de la misma magnitud que el de Londres, pero esta vez en Luxemburgo. Van a mover una cantidad significativa de... Chicas.George frunce el ceño mientras se pasa una mano por el cabello.—Luxemburgo... ¿Otra vez? Esta red es más grande de lo que imaginábamos. Europa parece ser su lugar de diversión.—
En la opulenta mansión de Cambridge, el aire estaba cargado de tensión. Arthur Olsen, el príncipe de Amalienborg, estaba de pie junto a una ventana observando el jardín iluminado por la luna. Su rostro reflejaba ira, y su voz retumbó en la sala como un trueno.—¡Esto no puede seguir así, Jacob! —exclamó Arthur, girándose bruscamente hacia su asistente. —Todo debe volver a la normalidad. Este negocio es demasiado lucrativo y no puedo permitir que nada lo ponga en peligro. Mi título, mi posición, todo depende de ello.Jacob Larsen, un hombre de mirada astuta y voz calmada, dio un paso adelante con una expresión seria.—Su alteza, entiendo su preocupación, pero la policía está más cerca de lo que cree. Cualquier movimiento en falso podría desatar una tormenta que no podríamos controlar.Arthur apretó los puños, su frustración era palpable.—¿Y qué sugieres? ¿Que nos quedemos de brazos cruzados mientras otros se benefician de lo que es nuestro? No puedo permitir que esto se desmorone.—Pe
Más tarde en Londres…Oliver cruzó el umbral de la mansión de Cambridge con el corazón latiendo aún con la calidez de los recuerdos compartidos con Blair en Oslo. Sin embargo, al instante, la atmósfera cambió. Las risas y los murmullos que llenaban el aire eran ajenos, y su sonrisa se desvaneció al ver a los extraños en la sala.—Oliver, querido —dijo su tía Charlotte, acercándose con una expresión de preocupación. —Me alegra que hayas llegado. Quiero presentarte a nuestros invitados.Los príncipes de Amalienborg se encontraban en el centro del salón, con una elegancia que desbordaba. Oliver tragó saliva, sintiendo que el nombre de Elizabeth Olsen resonaba en su mente como un eco persistente. Se acercó, tratando de mantener la compostura.—Es un placer conocerlos —dijo Oliver, extendiendo la mano con cortesía. —Soy Oliver Campbell, sobrino de la condesa Charlotte.La princesa sonrió, con sus ojos brillando de curiosidad.—El placer es nuestro, Oliver. He oído hablar mucho de ti. Tu tí
Elizabeth se acercó rápidamente a Oliver y a la condesa Charlotte y, desde la distancia, percibió cierta tensión entre ellos, como si hubiera un secreto. La condesa, con su característica diplomacia, rompió el silencio con una encantadora sonrisa.—Oliver, querido, ¿por qué no le enseñas el palacio a Elizabeth? Estoy segura de que le encantaría conocer cada rincón y, por supuesto, rendirle los honores que merece —sugirió, con un tono que dejaba entrever su intención de dejarlos a solas.Oliver, sintiendo la desconfianza burbujear en su interior, se obligó a mantener la compostura.—Claro, tía. Será un placer —respondió, aunque su mirada traicionaba una mezcla de sorpresa y preocupación. Luego, dirigiéndose a Elizabeth, añadió con una sonrisa forzada:—¿Estás lista para dar un pequeño paseo por el palacio?Elizabeth, por su parte, asintió maravillada al tener tan cerca a ese atractivo muchacho. Miró a Oliver con una sonrisa radiante y dijo:—¡Oliver! No puedo creer que nuestra boda est