Oliver y Blair se encontraban en extremos opuestos de la línea telefónica, separados por los compromisos que él debía cumplir en el palacio como duque, donde lo aguardaba un matrimonio forzado con la princesa Elizabeth. A pesar de la distancia, sus voces se entrelazaban en la conversación, impregnadas de anhelos y promesas. Blair, con un tono melancólico, expresaba su deseo de tenerlo de vuelta, mientras que Oliver intentaba consolarla y le aseguraba que pronto volverían a estar juntos, explorando el mundo y disfrutando de la vida con la que ambos soñaban. La tensión de su situación se hacía palpable, pero el amor que compartían les daba fuerzas para sobrellevar la espera, aunque cada segundo sin el otro se hacía eterno.—Blair, solo necesitamos un poco de paciencia. Pronto estaremos juntos de nuevo, viajando por el mundo y explorando cada rincón del planeta —musitó con voz suave y serena.—Tienes que volver, Oliver. No quiero estar apartada de ti ni un segundo más», suplicó con ansie
Annelise entró en la habitación de su hija, con el rostro enrojecido por la ira.—¡Elizabeth! —exclamó con voz firme—, acabo de ver a Jacob salir de tu habitación como si huyera. Necesito una explicación inmediata.La princesa, sorprendida y nerviosa, intentó articular una respuesta, pero no le salían las palabras y su madre la miraba con desdén, esperando que la verdad saliera a la luz.—Madre, no es lo que piensas. Solo estábamos hablando...Annelise la interrumpió alzando la voz.—¡Basta! No me mientas. Es inaceptable que te comportes así, sobre todo en casa de los demás. Criticas a Oliver por su comportamiento, pero tú eres aún peor.Elizabeth se siente mareada y se aferra al borde de la cama.—No estoy haciendo nada malo...—¿Nada malo? Te estás comportando como una niña caprichosa. Necesito que seas sincera conmigo.Elizabeth intenta levantarse, pero se le aflojan las piernas.—Madre, por favor...—¿Qué te pasa? ¿Por qué no puedes decir simplemente la verdad?De repente, Elizabe
El doctor, con expresión grave, se dirigió a los padres de Elizabeth con una noticia que cambiaría el rumbo de sus vidas.—Lamento informarles de que su hija está embarazada —declaró con firmeza, dejando a los príncipes de Amalienborg en estado de shock absoluto.La sala se llenó de un silencio pesado mientras la incredulidad se apoderaba de ellos. La madre de Elizabeth palideció, incapaz de procesar la magnitud de la revelación, mientras que el padre, furioso y confundido, comenzó a cuestionar cómo había sucedido, sin poder imaginar las implicaciones que tendría para su familia y el futuro de su hija.El doctor, consciente de la gravedad de la situación, se preparó para afrontar las reacciones que se avecinaban, manteniendo la rigidez.—¿Qué? ¡Eso es imposible! ¿Cómo pudo suceder esto? —cuestionó Arthur alterado.—Arthur, esto es... esto es un desastre. ¿Qué vamos a hacer?El príncipe Arthur miraba fijamente al doctor e indicó:—Escuche, por favor. No se lo cuente a los condes de Cam
Arthur colgó el teléfono con un gesto brusco, la rabia burbujeando en su interior. La voz de Annelise resonó en sus oídos, insistente y desafiante, mientras ella se atrevía a cuestionar la paternidad del hijo que Elizabeth llevaba en su vientre.—Ha llegado muy lejos con su embarazo.Ya lo había dicho, y Arthur sintió cómo la ira se apoderaba de él. No podía soportar que su mujer insinuara que su hija podría haber deshonrado a la familia real.Con un movimiento instintivo, alzó la mano para golpearla, pero en lugar de hacerlo, la estrelló contra la pared, dejando una marca de sangre que simbolizaba su frustración y el profundo desgarro que sentía por la situación.—¡Cállate! —gritó, su voz resonando en el tenso ambiente de la clínica. —¡Somos miembros de la realeza! ¡No puedes hablar así de nuestra hija!—Es nuestra hija, pero no podemos tapar el sol con un dedo —espetó Annelise desafiante.—¿Qué te crees, Annelise? ¿Acaso no entiendes la gravedad de la situación? ¡Elizabeth está emba
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación
Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.Oliver lo miró, con un destello de preocu
Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto