En el deslumbrante desfile de moda, Blair y la condesa Charlotte se encontraron y sus miradas se cruzaron en un instante cargado de emociones encontradas. La condesa la veía como una joven ambiciosa, una cazafortunas que buscaba aprovecharse de su sobrino, el duque. Blair, por su parte, la veía como la mujer que la había alejado del amor de su vida, Oliver. Sin embargo, en sus ojos no había odio. Blair reconocía que la condesa era una figura importante en la vida de Oliver, lo había criado y amado profundamente, aunque a veces se hubiera equivocado por ese amor.La condesa apartó la vista de Blair, nerviosa. En ese preciso instante, llegó Beatrice, la aristócrata que había cuidado de Blair desde que Oliver la llevó con ella. Beatrice, quien había sido mentora y guía en el mundo de la moda, fue la responsable de abrirle las puertas a Blair, permitiéndole convertirse en la reconocida diseñadora que es hoy en día.—Beatrice, la condesa me miró con tanta altivez que parecía que no era dig
Habitación de Elizabeth en la clínica de lujo. Annelise, la madre de Elizabeth, está sentada junto a la cama de su hija, que está dormida. De la nada, aparece furioso el príncipe Arthur.—¡Annelise, sal de aquí! —grita el príncipe con voz dura.—Arthur, por favor, no hagas esto. Elizabeth está enferma —suplicó su mujer.—¡He dicho que te vayas!Annelise se levantó, se acercó a la puerta y salió de la habitación con lágrimas en los ojos. Arthur se acercó a la cama de Elizabeth y la despertó de golpe.—¿Padre? ¿Qué sucede? —preguntó Elizabeth, desorientada.—No te hagas la inocente, Elizabeth. Sé todo sobre tu romance con ese lacayo, Jacob —le respondió con desprecio.—Padre, no es lo que parece.—¡No me mientas! ¿Cómo pudiste humillarme de esta manera? ¡Tú, mi propia hija, a la que he dado todo!—Padre, yo te amo.—¿Amor? ¡No sabes lo que es el amor! ¡Solo te importa tu propio placer!Arthur agarró a Elizabeth por los hombros y la sacudió con fuerza.—¡Padre, me estás haciendo daño! —e
Oliver trazó con los dedos la silueta de Blair en el aire, la imagen de la mujer que lo consumía por dentro. Su cabello rojizo, como llamas danzantes, encendía un fuego en sus venas, una pasión que no conocía límites. Sus ojos verdes, dos luceros que lo hipnotizaban; su piel blanca, lienzo de deseo; y su cuerpo de diosa, la creación más perfecta. Blair era su perdición y su salvación, la llama que lo consumía y, a la vez, lo mantenía vivo.Y entonces ella apareció, como un sueño hecho realidad. Sus ojos se encontraron, dos almas que se reconocían en la inmensidad del universo. Se amaron con la ferocidad de un volcán en erupción y con la delicadeza de la brisa acariciando la piel. Sus cuerpos se entrelazaron en una danza de pasión, sus gemidos se fundieron en una melodía de amor. Se entregaron el uno al otro sin reservas ni miedos, solo el deseo puro y salvaje los guiaba.Sus besos fueron fuego, caricias que quemaban la piel y el alma. Se exploraron sin pudor, descubriendo cada rincón
Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la
Minutos más tarde, Blair llegó a la pensión donde vivía, abrumada por el intenso frío nocturno. Al entrar, corrió hacia su habitación y cerró la puerta tras de sí con un suspiro de alivio. Sin embargo, el silencio que la rodeaba la envolvió y, de repente, su mente se llenó de recuerdos del pasado. Recordó cómo, hacía más de un año, Julia la había echado de casa como si fuera un perro, una experiencia que la había dejado marcada y llena de dolor. Las lágrimas brotaron de sus ojos al rememorar aquel momento desgarrador, y la sensación de traición y desamparo que había sentido en ese instante la cubrió completamente.Pero, a pesar de la tristeza que la invadía, una sonrisa comenzó a asomarse en su rostro. Reflexionó sobre su vida actual y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había logrado reconstruir su vida. Contaba con un trabajo que le permitía mantenerse y un techo donde refugiarse. Esa pequeña victoria, aunque frágil, era un testimonio de su resiliencia y determinación
Desde lo alto de un imponente y majestuoso edificio en Londres, un aristócrata y multimillonario caballero contemplaba el paisaje urbano. Era Oliver Campbell, un duque de renombre y un magnate de los negocios, conocido por su elegancia y atractivo físico. Recordaba vívidamente que, hacía algunos días, había sufrido un terrible accidente que estuvo a punto de costarle la vida. Sin embargo, gracias a una joven que se le apareció en medio de su fragilidad, logró salir adelante. Esta le había ofrecido palabras de aliento y lo había acompañado al hospital, un gesto de amabilidad y generosidad poco común en la actualidad. Oliver se preguntaba cómo habría sido su destino si no hubiera sido por la bondad de aquella muchacha, cuya austera pero sincera compasión le había devuelto la esperanza en un momento tan crítico.Rápidamente, un joven rubio, asistente de Oliver, lo sacó de sus profundos pensamientos.—Señor, es hora de partir —anunció con firmeza.Oliver lo miró, con un destello de preocu
Blair se encontraba atrapada en un laberinto de desesperación; cada lágrima que caía era un eco de su sufrimiento, un grito mudo que resonaba en la oscuridad de su alma. La cruel traición de su madrastra la había sumido en un abismo del que parecía no haber salida: un destino sellado por manos ajenas que la trataban como un objeto, una mercancía despojada de su humanidad. En su mente, la imagen de aquellos desconocidos se entrelazaba con la angustia de su realidad, y la presión en su interior se convertía en un torrente imparable. ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel? La impotencia la consumía, pero en lo más profundo de su ser, una chispa de resistencia comenzaba a arder. Sollozando, Blair juraba que no se rendiría; su espíritu, aunque herido, aún anhelaba la libertad. Su lucha por la vida apenas comenzaba y, aunque el camino se presentaba oscuro, su determinación brillaría como un faro en la tormenta.Llegó a un lugar desconocido, un espacio que, aunque no tenía un aspecto
Palacio de Cambridge.Oliver Campbell se apartó del bullicio del palacio real en busca de un rincón tranquilo donde pudiera abrir la carta que había recibido de George Harrison. La invitación, con su elegante diseño, le recordaba la gravedad de la situación que se avecinaba. Mientras deslizaba su dedo por el borde del papel, su mente se llenó de pensamientos oscuros sobre la subasta que tendría lugar esa noche. La trata de personas era un tema que lo inquietaba profundamente y la idea de que su amigo, un agente del FBI, estuviera involucrado en una investigación tan peligrosa lo tenía en vilo.Con el corazón acelerado, Oliver sacó su teléfono y marcó el número de George. La línea sonó varias veces antes de que su amigo contestara.—Oliver, ¿todo bien? —preguntó George con voz grave y serena, contrastando con la tensión que sentía el duque.—No, no está bien —respondió Oliver, con su tono cargado de preocupación. —He estado pensando en la subasta de esta noche. Siento dudas, no estoy s