CAPITULO TREINTA Y OCHO

—Cariño, es hora.

—Voy.

Tome un gorro de Lana para ocultar mi cabellera tintada y lo coloque sobre mi cabeza al estar bajando las gradas del porche. Mi madre me esperaba sonriente, lista para ir a la plaza por las compras. Häel me advirtió que no le acompañara porque después me arrepentiría. No quise escucharlo así que, aquí estoy, caminando con Elizabeth Miller del brazo hasta la plaza y el súper.

Mi madre llevaba una falda de flores larga y una blusa d

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