Los trabajadores de la gasolinera que se encuentran cerca de la playa, observan como el helicóptero Black Hawk aterriza muy cerca de ellos, esparciendo arena por todo el lugar. El primero en descender es Joe, con su fusil de asalto colgando del hombro. Toma una posición táctica observando atentamente el entorno en busca de amenazas, mientras desciende el resto. Lo siguen Jason e Ignacio, que ayuda a bajar a Jessica. Una vez que todos han descendido, comienzan a avanzar. Todo se ve tranquilo. Caminan hasta los trabajadores de la gasolinera que les miran con la boca abierta bajo las mascarillas. Carol se acerca a uno de ellos.
—Llénelo por favor.
—Es que… ¿Se refiere al helicóptero? —pregunta el trabajador asustado.
—Es broma —dice Carol riendo y dándole una palmada en la espalda que casi lanza de bruces al hombre—. ¿Las cámaras de la gasolinera funcionan? &md
En la sala no hay cámaras. Por razones de seguridad, normalmente los consejeros y la presidenta de los Estados Unidos tienen prohibido ingresar a la sala de crisis de la Casa Blanca con sus teléfonos celulares y laptops. Esto se debe a que estos dispositivos podrían ser vulnerables a piratería y ser utilizados para espiar o comprometer la seguridad de la sala de crisis. Sin embargo, existen excepciones en casos específicos en los que se permite el uso de dispositivos electrónicos, siempre y cuando estén debidamente protegidos y autorizados por el personal de seguridad. Esto se hace para permitir la comunicación segura y la toma de decisiones en situaciones de emergencia o crisis.Ron Klaim, Jefe de Gabinete de la Casa Blanca; Alexander Wood, secretario de defensa; Harry Bennet, Secretario de Seguridad Nacional; Antony Garland, director de inteligencia nacional y la presidenta Anna Castillo tienen sus laptops sobre la mesa. Las únicas cámaras por donde podrían estar espiando a los cons
Ignacio presiona el botón “Login”, pero no ocurre nada. El cursor parpadea al final de los asteriscos en el campo “Password”. Enciende un sistema de audio de cinco parlantes con sonido envolvente y acerca un micrófono de mesa.—Tiene buen audio el viejito. Quizás es youtuber —dice Ignacio, intentando levantar el ánimo de Jessica. Ella responde con una falsa sonrisa. El joven espera unos segundos y hace clic nuevamente sobre el botón “Login”. Esta vez la pantalla cambia y aparece un paisaje nocturno, iluminado por un gigantesco planeta similar a Júpiter, que ocupa gran parte del cielo nocturno y refleja luz sobre el ambiente. Un largo puente colgante de madera se extiende frente a él, cruzando un acantilado que tiene cientos de metros de profundidad. Al fondo, el mar se agita con furia. Pequeñas velas cuelgan cada diez metros por los costados del puente, hasta llegar a un gr
Jessica activa el micrófono:—Estamos conscientes de lo que serás capaz de hacer. Y creemos que harás de nuestro mundo un mejor lugar.Jason mira al techo notoriamente nervioso. El Ermitaño comienza a desplazarse alrededor del avatar haciendo un círculo:—¿Puedo confiar en ti y en tus amigos?—Soy una persona de palabra. Te lo juro por Dios —responde Jessica.—Tu Dios no me da confianza, pero tu palabra sí.—¿Entonces tenemos un trato?—Si me fallan, no tendré piedad con ustedes. Les ayudaré a salvar su distopía, para convertirlo en la utopía que siempre debió ser —dice el Ermitaño.—¡Yes! —exclama Ignacio en voz baja, subiendo y bajando el puño. Luego silencia el micrófono—. Eres una genio —le dice a Jessica besándola en la mejilla.
Ignacio está de pie sobre una colina, mirando una ciudad destruida desde una perspectiva en primera persona. Enormes columnas de humo negro se levantan desde las ruinas hacia un cielo de nubes rojizas. El viento sopla con fuerza. La colina parece estar en el centro de la ciudad. Hacia la izquierda se ve un río de aguas negras que se mueven lentamente, adentrándose entre más ruinas. Hacia la derecha…—¿Quién es ella? —pregunta Jessica.Sin responder, Ignacio se acerca lentamente a la mujer que le da la espalda, mirando la destrucción frente a ella. «¡Es la mujer del cuadro!».—¿Hola? —La mujer no responde
El radio de Jason suena nuevamente.—Nos hemos comunicado con su embajada. Nos han confirmado que efectivamente había un equipo Delta operando en esta zona, pero que fueron abatidos por los putos terroristas. O sea, ustedes.Jason comienza a enfadarse:—Esa información no es correcta… Comuníquense con…—Tienen cinco minutos para entregarnos a los rehenes o los sacaremos en bolsas plásticas.—¡Si entran morirán los ancianos! —grita Charly.—Los ancianos no son nuestra prioridad. Si los asesinan, ustedes serán los únicos responsables.—Parece que el plan no está funcionando —dice Carol—. Para ellos los ancianos no son blancos de interés. Les da igual si los matamos.—Los únicos blancos de interés son los chicos —dice Charly. Todos se miran en silencio.Jason ingr
El equipo Delta se encuentra desarmado a unos 20 metros de los tres helicópteros del ejército chileno, que aterrizaron junto al Black Hawk en la playa frente a la gasolinera. Ignacio y Jessica se suben al que está al centro, escoltados por varios comandos que llevan máscaras antigases. Algunos se mantienen apuntando en todo momento a los Delta con sus rifles SIG SG 540. Una vez que todos han subido a sus respectivas naves, comienzan a elevarse. Ambos jóvenes levantan sus manos despidiéndose del equipo. Jason, de brazos cruzados, responde sólo con una sonrisa y asintiendo con su cabeza.—¡Adiós novato! —se despide Carol. Los demás integrantes del equipo observan resignados.La playa va quedando atrás con los Delta sobre la arena. Los helicópteros se adentran en el mar, para luego girar y avanzar paralelos a la costa con dirección norte.—¿Qué nos irán a hacer? —le pregunta Jessica a Ignacio, sentado junto a ella.—Supongo que todo va a depender de si ganamos o perdimos. Si el Ermitaño l
Una hora más tarde, el Eurocopter AS532 Cougar sobrevuela el helipuerto del hospital de Puerto Montt. Ignacio observa un gran número de carpas rectangulares blancas en los estacionamientos y jardines, que antes no estaban ahí. Hombres y mujeres de blanco se mueven, entrando y saliendo del hospital con bultos. El helicóptero finalmente aterriza.—Ya pueden bajar —dice uno de los comandos que abre la puerta. Ignacio desciende primero y ayuda a bajar a Jessica, que aún está con problemas de movilidad, debido a las lesiones que todavía no sanan por completo. Ambos caminan abrazados, alejándose de la aeronave en dirección a la entrada principal del hospital.—No pueden andar aquí sin mascarillas —dice una enfermera que se acerca, entregándoles luego una a cada uno.—Disculpe. Gracias —responde Jessica, colocándose la mascarilla de tela. La mujer se aleja en dirección a una de las carpas.—¡Perdone! ¡Una consulta! —grita Ignacio. La enfermera se detiene y gira.
Quince minutos más tarde, el vehículo se detiene frente a una cabaña de madera, con sus paredes exteriores revestidas por las típicas tejuelas de alerce que conforman la arquitectura tradicional del sur de Chile.—Llegamos —dice Ignacio, apagando el motor.Mira a Jessica. Ella le devuelve la mirada. Se quedan así un momento. «Ella me ha apoyado en todo… Y yo no le he preguntado nada sobre su familia o sobre lo que siente».Ignacio se siente culpable, egoísta.—Pase lo que pase de aquí en adelante, quiero que sepas que te agradezco de todo corazón tu apoyo… Y que te quiero mucho. Te prometo que apenas podamos, vamos a ir a buscar a tus padres. Estamos juntos en esto y seguiremos juntos.Jessica lo mira con ternura. Se a