La Caída de la Reina

El rostro de Rosario era imborrable, el rostro de Rosario decía todo lo que con palabras podría quedarse corto tras observar a la persona que asesinó o al menos ella así lo pensaba en el pasado. El patriarca después de todo resultaba ser Sebastián Ríos, pero entonces, ¿Dónde se encontraba escondido y porque nunca salió a reclamar su posición? Seguramente eran incógnitas que podrían ser resueltas o no durante esa noche que Rosario había entregado el último suspiro de su deseo y no precisamente a Júpiter.

El patriarca o Sebastián Ríos como fue reconocido en ese momento por Rosario, sonrió a carcajadas ante la mirada atónita y atemorizada de Rosario, por lo que se acercó unos centímetros más y exclamó. —¡Parece ser que tus demonios del pasado han venido a vengarse! No te puedes imaginar ¡Cuánto deseo eliminarte con mis manos! Pero estoy seguro que en la cárcel pagaras todo el daño que has provocado. ¡Maldita perra!

Rosario inmóvil y sin opción a escapar en ese momento fue acorralada por
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