Capítulo 13
Habían pasado tres largo años, tres cumpleaños, desde que Isabela comenzó a sufrir. Era invierno.

Yo, con un delicioso caramelo en la mano, miraba por la ventana. Isabela, con un ligero camisón y chanclas, lavaba ropa y zapatos en el frío viento. La imagen me dolía demasiado, me recordaba a aquella vez que ella destrozó mi manta y me obligó a arrodillarme desnuda en la nieve para pedirle perdón.

Había vengado mis heridas, una a una. Sus amigas habían sufrido las consecuencias: algunas habían quebrado, otras habían perdido sus trabajos. Mi odio se había mitigado un poco. Pero Fabio seguía siendo una amenaza latente en mi vida, una bomba de relojería en mi corazón.

Un día, los Souza recibieron una invitación a una fiesta. Armando le dijo a Isabela: —Eres su madre, Luciana no puede estar lejos de ti, así que cuídala.

Isabela y yo intercambiamos una fulminante mirada. Ambas reflejábamos ambición, odio y una determinación implacable. Habíamos llegado a un acuerdo: si me ayudaba, recibiría u
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