Al día siguiente, después de despedir a Micky en la escuela, María Elena se dirigió a la casa de sus padres. El suave aroma a café recién hecho y el calor familiar de la cocina la recibieron al entrar. Miguel y Luciana, siempre atentos, la saludaron con cariño y la invitaron a sentarse a la mesa para desayunar.—¡Hija! Qué bueno verte tan temprano —dijo Luciana, llenando su taza con café—. ¿Cómo te ha ido?María Elena esbozó una sonrisa tímida y aceptó el café que su madre le ofrecía. Tomó un sorbo y respiró hondo, como si tratara de reunir fuerzas.—Quería hablar con ustedes… —comenzó, sin apartar la vista de su taza.Miguel, siempre observador, notó la seriedad en su expresión y dejó de leer el periódico para enfocarse en ella.—¿Qué ocurre, mi niña? —preguntó, con una mirada preocupada.María Elena levantó la vista, sintiendo el apoyo de sus padres, y decidió contarles la verdad.—Anthony ya sabe la verdad sobre Micky —dijo en voz baja, y luego, con un suspiro, continuó—. Finalment
María Elena percibió el filo en su tono y respiró hondo, tratando de mantener la calma.—No espero que olvides, Anthony. Quiero que conozcas lo que pasó, lo que significaste todo este tiempo, aunque estuvieras lejos —contestó ella, con serenidad pero sin perder la firmeza.Anthony la miró, sin ocultar el escepticismo en sus ojos.—Me doy cuenta de que tienes una forma peculiar de ver las cosas —replicó, dejando el diario sobre el escritorio con un golpe seco—. Pero ¿quieres sinceridad? La verdad es que cada página de esto me hace preguntarme cómo pudiste hacerlo sola… cómo decidiste vivir todo esto sin siquiera buscarme de verdad.María Elena observó la expresión fría y desdeñosa de Anthony y sintió cómo una oleada de indignación y dolor la invadía.—Perfecto, Anthony —replicó, con voz contenida, aunque el enojo se asomaba en cada palabra—. Cuando hice este diario pensé que algún día te gustaría tenerlo, que sería algo que valorarías… pero veo que estaba equivocada.Con determinación,
La conversación se detuvo de golpe cuando la asistente de María Elena llamó a la puerta, su expresión reflejaba preocupación.—Doctora Duque —dijo la asistente con voz urgente—, tiene una llamada del colegio de Micky. Es importante.María Elena sintió un estremecimiento y tomó el teléfono con manos temblorosas.Anthony, al escuchar que era una llamada sobre su hijo, se acercó rápidamente, captando la tensión en el rostro de María Elena. Mientras ella escuchaba, él intentó descifrar la situación en su mirada, su propio corazón acelerándose al anticipar algo malo.—¿Sí? Soy María Elena Duque. ¿Qué ocurrió?—Señora Duque, lamento tener que llamarla con esta noticia —respondió una voz tensa pero tratando de sonar calmada—. Su hijo, Micky, sufrió una caída mientras jugaba fútbol. Parece que se lastimó la pierna y es posible que se la haya roto, así que lo trasladamos al hospital por precaución.El corazón de María Elena dio un vuelco, y el teléfono casi resbaló de sus manos. Anthony estaba
María Elena sonrió con cariño al recordar.—Es un excelente cocinero, amor. Cocina delicioso. Me atrevería a decir que es uno de los mejores que conozco.Micky asintió satisfecho, aunque el cansancio empezaba a notarse en su rostro. Unos minutos después, el niño se quedó profundamente dormido. María Elena lo arropó con cuidado, se aseguró de que estuviera cómodo y luego se fue a su habitación a cambiarse.Se quitó la formalidad de su atuendo de trabajo y se puso algo más cómodo y relajado: una blusa de tirantes de tela suave y un pantalón suelto, logrando verse casual pero con una sensualidad natural que resaltaba su elegancia incluso en casa.María Elena regresó a la cocina, dejando que el aroma la guiara, y al llegar junto a Anthony, aspiró el aire con una sonrisa.La atmósfera estaba cargada de recuerdos no dichos y emociones que parecían sobrevolar cada rincón del lugar. Anthony revolvía la pasta al pesto, concentrado en no dejar que su mente lo traicionara con el sinfín de memori
La pregunta sorprendió a Anthony, quien lanzó una mirada rápida a María Elena, buscando alguna señal de lo que ella pensaba. Ella le sostuvo la mirada, sin intervenir, dándole la oportunidad de responderle directamente al niño. Anthony tomó una pausa y luego, con una sonrisa, respondió:—¿Te gustaría que me quedara, campeón?Micky asintió con entusiasmo, sus ojos brillando de alegría.—¡Claro! Así podrías contarme un cuento antes de dormir, y podríamos desayunar juntos. —Se giró hacia su madre con una expresión de súplica—. ¿Sí, mamá? ¿Papá puede quedarse?María Elena, sin querer romper la ilusión de Micky, le sonrió suavemente y asintió.—Si él quiere quedarse, por supuesto que puede, cariño.Anthony sintió una calidez inesperada al escuchar las palabras de María Elena. Había llegado preparado para una noche de trabajo en la oficina o de regreso al hotel, pero la idea de quedarse ahí, en el apartamento, junto a su hijo y junto a María Elena, tenía un peso especial que no había antici
—Me duele un poco el pie, mamá —respondió Micky, con un tono adormilado y una pequeña mueca de incomodidad.María Elena le dio el analgésico y lo ayudó a acomodarse en la cama, asegurándose de que estuviera cómodo.—Yo me quedaré contigo, cielo, para que descanses tranquilo —le dijo con ternura.Anthony sonrió y le dio una suave palmadita en la mano de Micky.—Estaré en la otra habitación, por si necesitas algo, campeón —añadió, mirándolo con ternura y luego lanzando una mirada significativa a María Elena. Ambos intercambiaron una última mirada llena de complicidad antes de salir de la habitación, una promesa tácita de que, aunque su reencuentro había sido interrumpido, esa conexión que acababan de compartir seguía latente entre ellos.****A la mañana siguiente, Rachel entró a la oficina de Phillip con la determinación pintada en el rostro, lista para recordarle que no cedería tan fácilmente en la custodia de los niños que Anthony había cuidado como propios. Sin embargo, al abrir la
María Elena entró al apartamento, dejando su abrigo en el perchero mientras miraba alrededor. Sus ojos se posaron en la mesa de la sala, donde estaba el diario. Ahora estaba organizado, aunque aún faltaba encuadernarlo de nuevo. Aun así, ver las páginas ordenadas la llenó de alivio y de una profunda alegría; significaba que Anthony realmente había dedicado tiempo a cuidar esos recuerdos.Con una sonrisa, se dirigió a la habitación de Micky. Al acercarse a la puerta, los escuchó reír y hablar animadamente. Desde el umbral, los observó en silencio: Micky estaba concentrado, con el control en las manos, y Anthony, sentado a su lado, intentaba sin mucho éxito seguirle el ritmo en el videojuego.—¡Papá, te gané otra vez! —exclamó Micky con una risa victoriosa.Anthony soltó una carcajada, dejando el control a un lado y levantando las manos en señal de rendición.—Eres imbatible, campeón. No sé cómo lo haces —respondió él, riendo.María Elena sintió una calidez en el pecho al ver la complic
Cuando llegaron al centro de detención, caminaron juntos por los pasillos hasta la sala de visitas. Las puertas de metal resonaban a su paso, y cada eco parecía recordarle a María Elena la carga de ese encuentro. Anthony, a su lado, le transmitía una calma que ella agradecía silenciosamente.Finalmente, cuando la puerta se abrió, un hombre de rostro cansado y serio los miró desde la mesa. Era Luis Díaz, el hombre que había perdido años de su vida tras la condena que ella había defendido. María Elena sintió un nudo en el estómago, pero Anthony le dio un leve apretón en el hombro.—Vamos —le dijo en voz baja, dándole el impulso que necesitaba para dar el siguiente paso.Luis Díaz los observó con una mezcla de sorpresa y resentimiento. Sus ojos, marcados por el dolor y el tiempo, se clavaron en María Elena con una dureza que la hizo detenerse.—¿Qué hace aquí, doctora? —preguntó él, su tono impregnado de agresividad contenida.María Elena sintió que su garganta se cerraba y el peso de la