Anthony dio un paso atrás, su mirada se endureció, y el desconcierto en su rostro se transformó rápidamente en furia.—¿Tuviste un hijo? ¿Ese era el secreto que pensabas decirme? —su voz era baja, pero cada palabra caía con fuerza, llena de incredulidad y rabia.María Elena apenas alcanzó a susurrar un “Anthony…” mientras él se daba la vuelta, caminando hacia la salida del edificio sin darle tiempo a explicarse.Sintiendo que se le escapaba el momento, María Elena reaccionó, salió al pasillo y le gritó, con la voz quebrada pero decidida:—¡Es tu hijo, Anthony! —Las palabras resonaron en el pasillo, y su mirada se encontró con la de él, llena de emociones que ya no podía contener—. Tuvimos un niño…Anthony se detuvo en seco, y sus ojos destellaron con una furia que apenas podía contener. Giró hacia ella, sus puños apretados, mientras su respiración se aceleraba.—¿Un hijo? ¿Nuestro hijo? —repitió, su voz cargada de incredulidad—. ¿Y tú decidiste mantenerme al margen de su vida todo est
Cuando Anthony lanzó esas palabras, la pregunta pareció atravesar a María Elena como un puñal. Su rostro palideció aún más, y sus labios temblaron mientras intentaba procesar el dolor que mostraban los ojos de él. Apenas podía sostener su mirada, sintiendo que cada reproche se hundía en ella, cargado de una verdad que ya no podía negar.Un estremecimiento recorrió su cuerpo, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras balbuceaba, tratando de explicarse.—Anthony... yo... —su voz se quebró, apenas logrando pronunciar su nombre, como si el peso de su culpa la aplastara.Pero antes de que pudiera continuar, la voz de Michael irrumpió con un tono serio y práctico, la voz de un niño que sabía tomar responsabilidad:—Mamá, si no apagas la estufa, la casa se va a incendiar. Yo iba a hacerlo, pero como no me dejas acercarme… —Encogió sus hombros, mirando a su madre con un aire de reproche infantil.María Elena sacudió la cabeza, reaccionando de inmediato.—Tienes razón, cariño. —Aprovechó el
Micky asintió con energía, sus ojos brillando con entusiasmo.—Sí, siempre me habla de ti, me cuenta que viajas mucho porque ayudas a gente, como ella. Me dijo que lo haces en otras partes del mundo y por eso te has demorado en venir. —El niño hizo una pausa, mirando hacia el suelo, como si tratara de expresar algo que llevaba guardado en silencio—. Pero a veces… los niños en el colegio dicen que no tengo papá.Anthony sintió una punzada en el pecho, una mezcla de dolor y ternura al escuchar esas palabras. Colocó una mano sobre el pequeño hombro de Micky, observándolo con ojos llenos de empatía.—Micky —dijo con voz suave—, lamento que no haya estado aquí antes. Pero quiero que sepas que eso no cambia lo mucho que significas para mí. No importa lo que otros digan, porque yo soy tu papá, y ahora estoy aquí contigo.Micky lo miró, procesando sus palabras mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.—¿De verdad? ¿Y no te volverás a ir mucho tiempo?Anthony le devolvió la sonris
María Elena parpadeó, regresando al presente, y una ola de emociones la invadió. El peso de su decisión de años atrás, del juicio y de esa separación tan abrupta, era una herida que aún no sanaba.Se secó las lágrimas y, con un nudo en la garganta, se vistió apresuradamente. Cuando salió a la sala, sus ojos se llenaron de una tristeza renovada al ver a Michael junto a Anthony. Su pequeño hijo sostenía un álbum de fotos, pasando las páginas con entusiasmo mientras Anthony observaba cada imagen con una mezcla de nostalgia y sorpresa.—Mira, papá —decía el niño con entusiasmo, señalando una de las fotos—. Aquí fue cuando cumplí cinco años. ¡La fiesta fue grandísima! —comentó con una sonrisa—. La hicimos en la hacienda del abuelo Joaquín en Colombia, y estaban ahí todos mis primos y tíos. —Michael le mostró la fotografía de la fiesta, donde se veían los rostros de los niños, la decoración festiva—. Fue muy divertido, hubo mucha gente y… ¡Un inflable gigante! Saltamos por horas, y hasta hi
María Elena y Anthony intercambiaron miradas, ambos sorprendidos por el comentario del niño. Anthony, con una leve sonrisa y las manos en los bolsillos, observaba a María Elena esperando su reacción, mientras ella intentaba ocultar el leve rubor en sus mejillas.—Bueno, Micky… —dijo ella, acariciándole el cabello—. Hay muchas formas de despedirse, pero esta vez… no es necesario.Anthony dejó escapar una pequeña risa, mirando a Micky con una expresión suave.—Nos veremos esta noche para hablar —añadió, dándole un vistazo más significativo a María Elena.Finalmente, ella asintió, dedicándoles una última sonrisa antes de salir del apartamento, dejando a padre e hijo solos.Anthony y Micky salieron del edificio, disfrutando del aire fresco de la mañana mientras caminaban. Anthony, atento a cada comentario de Micky, notaba cómo el niño se movía con confianza, como si llevara años explorando el mundo con su curiosidad despierta.—¿Entonces juegas de delantero? —preguntó Anthony, genuinament
Micky lo miró, sonriente pero con aire serio.—Gracias, papá, pero soy un niño grande y puedo hacerlo solo.Anthony sonrió ante la determinación de su hijo y, tras una breve pausa, le preguntó:—Y dime, cuando mamá está trabajando, ¿con quién te quedas?—Por lo general, me cuida la niñera —respondió Micky, guardando cuidadosamente sus botines—, pero a veces no viene sin razón. Mamá no la despide porque es de confianza y buena conmigo, pero cuando eso pasa, me cuida la tía Dafne, si no está ocupada, o la abuela Lu.Anthony asintió, impresionado por la madurez en las respuestas de Micky y aliviado de saber que contaba con una red de apoyo familiar sólida. Observándolo, sentía un profundo respeto y admiración tanto por María Elena como por la familia que había construido alrededor de su hijo.Cuando llegaron al campo, Micky saludó a sus amigos y, al notar sus miradas curiosas hacia Anthony, se adelantó con orgullo.—¡Es mi papá! —anunció con una sonrisa amplia y segura.Anthony observó c
Una vez en el apartamento, María Elena guio a Micky hacia el pasillo y le dijo con suavidad:—Amor, ve a bañarte, cepillarte los dientes y ponte el pijama. Te veré en unos minutos.Micky asintió y, con una sonrisa, desapareció hacia su habitación. María Elena quedó de pie en la sala, sin saber muy bien cómo comenzar. Después de un momento de silencio, se dirigió a Anthony, quien había quedado en la puerta, observándola con una expresión seria e impenetrable.—¿Quieres algo de beber? —preguntó finalmente, en un tono suave.Anthony negó con un leve movimiento de cabeza, y su expresión se endureció aún más. Dio un paso adelante, y su mirada fría y cortante dejó claro que no estaba dispuesto a evitar el tema que los había distanciado.—María Elena —empezó, su voz baja y firme—, no te confundas. Si estoy aquí es solo por Micky. Salgo contigo, te sigo el juego y soy amable por él, nada más. Jamás voy a perdonarte que hayas ocultado mi existencia en su vida, que hayas tomado la decisión por
Anthony se encontraba en el hotel, observando el vacío de la habitación, sintiendo cómo el peso de la conversación y las revelaciones del día lo envolvían. Tenía un hijo. Un niño increíblemente brillante y lleno de vida, que llevaba su misma sonrisa y compartía sus mismos gestos. La dicha de haberlo conocido, de haber compartido incluso un día tan sencillo como aquel, chocaba con el resentimiento por los años que había perdido, por los momentos que no pudo vivir. No había respuestas sencillas para lo que sentía.Casi sin darse cuenta, marcó el número de sus padres, Myriam y Gerald. Era hora de contarles la verdad, de compartir la noticia que él mismo apenas estaba asimilando.—¡Hijo! —contestó Myriam, su voz suave y cálida al otro lado de la línea—. Qué sorpresa tan agradable. ¿Cómo estás?Anthony respiró hondo antes de responder.—Tengo algo que decirles. Algo importante —dijo, con un tono serio que sus padres captaron de inmediato.Gerald, al oír el tono de su hijo, también se sumó