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Mila se levantó de la cama con rapidez, su cuerpo aún adolorido por la resaca, la cabeza latiendo a golpes.Miró a su alrededor, sintiendo la pesadez del ambiente. No podía recordar con claridad lo que había pasado, solo fragmentos borrosos de una noche de ebriedad que no deseaba recordar.Comenzó a vestirse a toda prisa, el sonido de su ropa arrugándose, llenando el aire.Se sentía vulnerable, incómoda, y, sobre todo, perdida.—¡No me mires, cierra los ojos! —ordenó, con una voz que intentaba sonar firme, pero que temblaba por la ansiedad.Aldo obedeció de inmediato, dándole la espalda.Mila podía sentir sus ojos sobre su piel, aunque él ya no la mirara. Algo dentro de ella se estremeció, algo que no alcanzaba a comprender.Cuando terminó de vestirse, lo miró de reojo. Él estaba acostado en la cama, con la sábana, cubriéndole la cintura.Aún no comprendía lo que había pasado entre ellos, pero una parte de su cuerpo le decía que no era lo que pensaba.Sentía como si nada de eso hubiera
Eugenio golpeó la mesa con fuerza, su respiración se desbocó, su corazón latía tan rápido que sentía como si fuera a estallar en su pecho.—¡Imposible! ¡Ella no puede ser la heredera de los Eastwood! —exclamó, con los ojos fijos en el teléfono, el eco de la noticia retumbando en su mente. Pero, por alguna razón, algo en lo más profundo de él le decía que eso era cierto.Tras la puerta, Arleth escuchaba cada palabra, sintiendo cómo la rabia y la frustración comenzaban a consumirla.Con una mano apretaba su vientre, como si pudiera sujetar su vida, como si pudiera evitar que la ira la devorara por completo.«No, no puede ser. Mia... ¿Una rica heredera? Eso no tiene sentido, ¿Por qué quedarse con un hombre debajo de su nivel? Y aunque fuera cierto, ya no tiene cabida en la vida de Eugenio. Ya no...», pensó, con los dientes apretados, sintiendo el peso del odio formándose dentro de ella.Volvió a tocar su vientre, como si el pequeño ser que crecía allí fuera la única razón por la que segui
Mila subió las escaleras con el corazón golpeando con fuerza en su pecho.Había escuchado las palabras de su padre, pero no podía procesarlas aún.«¿Casarme con Aldo?», se repetía en su mente, mientras sus pasos apresurados no lograban calmar el torbellino dentro de ella.¿Era esto lo que realmente quería?—Padre yo… ¡No me casaré con Aldo!Mila subió rápido las escaleras dejándolos desconcertados.Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta con un fuerte golpe, como si quisiera dejar fuera todo el peso de la realidad que la estaba aplastando.Pero antes de que pudiera hundirse en sus pensamientos, una figura familiar apareció frente a ella.—¡Mia! —gritó, sin poder evitar el alivio que sentía al ver a su hermana.Mia corrió a abrazarla, apretándola con fuerza. El contacto con ella era lo único que le daba algo de paz en medio de tanta tormenta.—¿Cuándo volviste? —preguntó Mila, notando la preocupación en los ojos de Mia.Mia la miró con un rastro de angustia en el rostro.Había alg
Arly sanaba las heridas de su prometido Francisco con manos temblorosas, cada movimiento reflejaba la ansiedad.—Francisco, pero… ¿Por qué Aldo te golpeó? —preguntó Arly, con la voz quebrada por la confusión y el miedo.Los recuerdos de la pelea todavía eran frescos, su mente aún no podía procesar lo que había sucedido. Aldo había reaccionado con una furia descontrolada.—¡Ya te dije! —exclamó Francisco, frotándose la mejilla dolorida—. Fue culpa de Mila. Ella está tan celosa, que no puede soportar vernos juntos. Fue ella quien lo incitó a Aldo, lo hizo pegarme.Arly frunció el ceño, sin comprender del todo.—Pensé que ella ahora tenía a Aldo y que, finalmente, iba a dejarnos en paz. Dicen que van a casarse y todo… —su voz se quebró al pronunciar esas últimas palabras, las palabras que siguieron de Francisco le dieron una punzada de inseguridad, le atravesó el corazón.—¡Ellos no van a casarse! —replicó Francisco, visiblemente irritado.Pero Arly, al escuchar esas palabras, no pudo evi
Pronto comenzó la feria, pero lo que se suponía que sería un evento lleno de innovación y esperanza, se tornó en un campo de batalla emocional para algunas personas.Entre las sombras del bullicio y los anuncios de nuevos proyectos, María y Arleth se encontraban al borde del colapso.—Mia está aquí para recuperar a mi Eugenio, María —dijo Arleth, su voz temblando de rabia—. Si ella decide perdonarlo, ¿qué va a ser de mi bebé? Eugenio no querrá reconocerlo, y entonces, tendré que contar la verdad… que hay un violador en la familia Obregón.María se paralizó, sintió como si el aire se hubiese vuelto denso y la tierra bajo sus pies comenzara a desmoronarse.La idea de que esa horrible revelación pudiera salir a la luz la aterraba.Sería la destrucción de su familia, la mancha imborrable en su apellido.—No digas eso, Arleth —respondió María, su tono ahogado por el miedo—. No lo haré, yo acabaré con esa mujer. No permitiré que nos destruya.Pero en ese preciso momento, una presencia impone
La gente comenzó a murmurar, las voces eran un zumbido inquietante que se extendía por todo el salón.La escena era escandalosa y dramática, una ofensa imperdonable para los Eastwood.El aire se cargó de tensión, y cada mirada se posó en Mia, esperando su reacción.Sin opción, con la vergüenza y la ira consumiéndola, tomó a Eugenio del brazo y lo arrastró fuera del lugar.Sus tacones resonaron en el mármol del pasillo mientras desaparecían de la vista de los invitados.Terrance, rojo de furia, apretó los puños. Antes de que los murmullos se convirtieran en un escándalo mayor, Aldo tomó el micrófono, intentando recomponer la situación.—Damas y caballeros —anunció con voz firme—, la familia Coleman y los Eastwood nos complace anunciar mi compromiso con Mila. Nos casaremos en un mes. No tenemos prisa, pero el amor no puede esperar.Los aplausos resonaron, y la música comenzó a sonar nuevamente.Aunque el ambiente se calmó en apariencia, las habladurías persistieron en las sombras.***En
—¡¿Casarnos en un mes?! —Mila sintió un escalofrío recorrerle la espalda mientras miraba a Aldo con incredulidad.Aldo sonrió con confianza, como si su propuesta fuera la cosa más natural del mundo.—Ya nos conocemos, Mila. ¿Qué más hay que esperar?Las palabras resonaron en su cabeza como un eco hueco. No sabía qué decir. No sabía cómo reaccionar.Terrance, su padre, se acercó y rodeó con un brazo a Aldo, con una sonrisa de satisfacción.—¡Estoy tan feliz por esta noticia! —dijo con orgullo—. Aldo, confío en ti, hijo. Sé que cuidarás de mi Mila, que la alejarás de cualquier patán que intente lastimarla.Mila sintió un nudo en la garganta. Sus ojos buscaron una salida, un escape.—Yo… quiero irme a casa. Me siento cansada.—Yo te llevaré —se apresuró a decir Aldo—. Si tu papá lo permite, claro.Terrance asintió con confianza, como si ya todo estuviera decidido.Y Mila no tuvo más opción.El camino a casa fue silencioso, cargado de una tensión que podía cortarse con un cuchillo.Cuando
En la suite del hotel.Eugenio estaba sumido en una tormenta de pensamientos, su cuerpo tenso, su alma desgarrada.—¡Mía nos engañó! ¡Es una Eastwood, una mujer egoísta! —exclamó María, su voz llena de veneno—. ¡No quiso compartir su riqueza, ni ayudarte en nada!Eugenio sintió cómo la furia lo envolvía.Era como si el mundo entero le estuviera dando la espalda, y la figura de su madre se alzaba como una pared de hielo entre él y el único ser que le había brindado apoyo en su vida.—¡Cállate, mamá! —gritó, la furia estampándose contra las palabras—. Ella me ayudó, estuvo a mi lado, apoyó mis proyectos, siempre estuvo conmigo. No hables mal de Mía, esto es mi culpa por permitir que tú y Leslie le hagan daño. ¡Ella no lo merece!María lo miró con desprecio.—¿Qué? ¡Ella debe darte una compensación por el divorcio! Hermano, sé listo, quítale mucho dinero, ¡lo merece! —dijo LeslieLas palabras de su hermana, tan frías y calculadoras, fueron la gota que colmó el vaso.Eugenio se giró brusca