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El ambiente en la casa era tranquilo hasta que Paz recibió una visita inesperada.Al entrar en la sala, su cuerpo se tensó como si un relámpago le recorriera la espalda. En el sillón de cuero, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas, estaba David Leeman.—¿Qué haces aquí? —su voz fue un filo de hielo, cargado de desprecio.El hombre se puso de pie con una sonrisa tensa, como si le pesara en la mandíbula.—Hija…Paz sintió una punzada en el pecho, una mezcla de asco y rabia que le quemó la garganta.—¿Hija? —susurró, con veneno en cada sílaba—. No te atrevas a llamarme así.David dio un paso al frente.—Paz, escúchame. Me hicieron creer lo peor de ti… me engañaron. Pero tienes que entenderlo, soy tu padre.La incredulidad en sus ojos se transformó en una carcajada amarga.—¿Padre? ¿El mismo que me abandonó? ¿El que me dejó en manos de esa mujer como si fuera un desperdicio?Su pecho subía y bajaba con fuerza. Sentía que todo el aire del lugar se volvía espeso.—Paz, por favor…
David despertó con un dolor punzante en la cabeza. Un mareo lo embargó cuando intentó moverse, pero pronto se dio cuenta de la cruda realidad: estaba atado de pies y manos, tumbado sobre el suelo frío de cemento. Su respiración se aceleró. El aire olía a humedad y encierro.Parpadeó varias veces, tratando de aclarar su visión borrosa. Frente a él, de pie, junto a la tenue luz de una bombilla parpadeante, estaban Deborah y Linda.—¿Qué… qué demonios están haciendo? —gruñó David, forcejeando con las ataduras que le lastimaban las muñecas.Deborah cruzó los brazos, una sonrisa cruel curvando sus labios rojos.—No puedo permitir que nos eches a la calle —su voz era fría, calculadora—. Lo siento, papá, pero te guste o no… esta bastarda sigue siendo tu hija.David sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esa mirada... Esa sonrisa… Era la misma que solía ver en el reflejo de su propia ambición.Linda, en cambio, no parecía tan convencida. Su rostro estaba pálido y su cuerpo temblaba de ansie
Bianca sintió un dolor extraño en el pecho, un nudo que la asfixiaba desde adentro, como si todo a su alrededor estuviera desmoronándose.Cerró los ojos por un segundo, intentando calmarse, pero los pensamientos la asaltaban con furia.«¡Es mentira, ni Paz, ni Randall serían capaces de lastimarme así!», pensó, intentando convencerse a sí misma.Pero algo en su interior le decía que las palabras de Deborah, por más venenosas que fueran, tenían algo de verdad.Tomó aire profundamente y se dirigió de nuevo al salón, sus pasos eran firmes, pero su mente estaba perdida, revoloteando entre las dudas y la incertidumbre.Necesitaba hablar con Randall, necesitaba aclarar las cosas.Deborah había dicho demasiadas mentiras, y no permitiría que esa mujer arruinara lo poco que le quedaba de confianza en su relación.Alguien le indicó que Randall se encontraba al final de un pasillo.Bianca no pensó ni un segundo más y caminó decidida hacia allí, sin saber exactamente qué haría cuando lo encontrara.
Randall conducía en silencio, pero su mente era un torbellino.Sentía la tensión en el aire, el peso del rechazo de Bianca como un muro impenetrable.Apretó el volante con fuerza, robándole miradas furtivas, deseando verla sonreír como antes.Pero ella estaba distante, con la mirada fija en la ventanilla, como si estuviera atrapada en un mundo donde él ya no tenía cabida.Su corazón latía con miedo.«No quiero perderte. No quiero perder lo que pudo ser, Bianca», pensó, sintiendo un vacío helado en el pecho.El puerto se alzó ante ellos con toda su grandeza.Las luces doradas del crucero titilaban en la distancia, reflejándose en el mar.Subieron a bordo sin cruzar más que unas cuantas palabras cortas y secas.Cuando entraron en la suite nupcial, Bianca se adelantó.Observó la habitación con desinterés, mientras Randall cerraba la puerta tras ellos.Por un instante, todo se sintió demasiado sofocante.Entonces, ella rompió el silencio:—Elige. ¿La cama o el sofá? ¿Cuál prefieres?Randal
Paz intentó calmarse, creyó que era una broma, inhaló profundamente y, con una leve sonrisa en los labios, alzó la mirada hacia Terrance.—¿Estás celoso? —su tono era juguetón, pero en su interior, el miedo aún persistía.Terrance la observó fijamente, su mandíbula se tensó.—Por supuesto que estoy celoso… —susurró, su voz cargada de posesión—. Porque tú eres mía.Sin darle oportunidad de responder, la atrapó entre sus brazos, sujetándola con firmeza mientras su boca reclamaba la de ella con un beso hambriento.No fue un roce dulce ni titubeante. Fue un beso de pura pasión, de necesidad, de un hombre que no estaba dispuesto a perderla.Paz jadeó contra sus labios, intentando aferrarse a su autocontrol, pero su cuerpo la traicionó.Se hundió en el beso, perdiéndose en el calor de sus labios, en la firmeza de sus manos que recorrían su espalda con urgencia.Él la devoraba con cada caricia, cada roce, como si necesitara recordarle que le pertenecía.Cuando Terrance separó sus labios, sus
Paz sintió que la desesperación la consumía. Sus manos temblaban al sostener el teléfono, marcando una y otra vez sin obtener respuesta. Algo andaba mal.—Paz, espera, no puedes salir así. —Bianca intentó detenerla, pero al ver su expresión aterrada, supo que sería inútil.—Por favor, quédate con las niñas. No puedo arriesgarlas… pero tengo que ir con Terrance. —Su voz se quebró.Bianca vio en sus ojos una angustia que iba más allá del miedo. Era el terror de perder lo más importante de su vida.—Ten cuidado —susurró Bianca, dándole su bendición silenciosa.Paz corrió hacia el auto. Ordenó a los guardias que la llevaran de inmediato a donde estaba Terrance.Durante el trayecto, su corazón latía con fuerza descontrolada. Intentó llamarlo otra vez. Nada.—¡Responde, m*****a sea!Pero al otro lado de la línea solo había silencio.Mientras tanto…Terrance estaba de pie ante una multitud expectante.La conferencia de prensa estaba llegando a su punto culminante. Randall a su lado.Las cámar
Al llegar a la mansión Eastwood, Terrance no tardó ni un segundo en llevar a Paz hasta la cama.La acunó con suavidad, cuidando cada movimiento como si su vida dependiera de ello.Con manos temblorosas, pero decididas, comenzó a limpiar y curar sus heridas, cada roce de su mano, un recordatorio de lo cerca que estuvo de perderla.El silencio entre ellos era pesado, lleno de palabras no dichas, pero también de una comprensión profunda, como si todo lo que necesitaban saber el uno del otro ya estuviera en sus miradas.Ella, exhausta, también atendió sus propias heridas, aunque en el fondo de sus ojos brillaba la incertidumbre, un reflejo de las cicatrices emocionales que aún no había podido sanar.Randall, por otro lado, había ido a buscar a Bianca.Al llegar a casa, la abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera en sus brazos. Ella, con los ojos llenos de incertidumbre, buscó refugio en su pecho.—¿Por qué quieren hacernos daño? —preguntó Bianca, su voz quebrada por el miedo.R
La llamada fue colgada.Paz miró el teléfono con incredulidad, sintiendo cómo la furia crecía en su interior como un incendio incontrolable.—¿Qué es lo que sucede con este hombre? —exclamó, arrojando el móvil sobre la mesa con frustración.Terrance la observó con calma, conociendo bien ese destello de dolor oculto tras su enojo.—¿Quieres que vayamos a investigar? —preguntó con voz serena, aunque en su interior estaba listo para cualquier cosa.Paz negó con la cabeza, cruzándose de brazos mientras contenía la tormenta que se agitaba dentro de ella.—Él no merece ni un poco de mi atención, Terrance. Ese hombre no dudó en dejarme con monstruos a cambio de salvar a Deborah. Ahora debe quedarse con ella y enfrentar las consecuencias de sus elecciones.Terrance asintió sin insistir. Conocía demasiado bien el peso de las cicatrices en el corazón de Paz. Sin más, tomaron sus cosas y regresaron a casa, dejando atrás el caos que no les pertenecía.Lejos de allí, en la penumbra de una habitació