CAPÍTULO 43

Hank hubiese querido recordar su sentida declaración de otro modo, estaba entregándose a Gemini de un modo que no se había entregado a nadie más, ni siquiera a Melinda cuando contrajeron nupcias; pero la realidad fue otra, ella no sonrió con ternura ni lo cobijo bajo su mano con el único gesto de cariño que La Ama daba: la tierna caricia reconfortante de sus dedos deslizándose entre sus cabellos; de hecho, lo observó con malicia pura, con una perversidad que lo hizo estremecer.

―Será duro, Hank ―le advirtió.

―Lo soportaré, Ama.

―Sufrirás, Hank ―insistió ella, la inflexión de su voz tenía un tono oscuro―. Dolerá, será una perpetua humillación.

―Me mantendré firme.

―Tal vez después de eso, incluso durante eso, quieras claudicar ―explicó con frialdad―. Es posible que después de eso, no quieras

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