—No hagas que me arrepienta, porque no conozco a este hombre que tengo frente a mí — entonces una lágrima comenzó a salir, a Adrián le cambió el semblante y él se acercó a mí.—Estefanía, sé que es un error tratarte así, por favor perdóname, pero es que me enloqueció el no saber por qué huías de mí, luego me entero de lo de Guillermo y mi mente comenzó a imaginar… —en aquel punto lo interrumpí.—¿Y, tu mente no se le ocurrió imaginar otra cosa? Algo como que quizás mi temor es quedar en estado siendo aún una mujer soltera y que me suceda lo que le está pasando a Juliana ¡Yo no me sé cuidar! Todo esto es nuevo para mí, y… — ahora era él quien me interrumpía.—No te va a pasar lo mismo que a Juliana; yo te amo Estefanía, no te abandonaría y si eso sucediera, debes de saber que te irías conmigo hasta qué hallemos el modo de casarnos, cariño ¿Sabes algo? Aunque el matrimonio es un mandamiento que la sociedad dicta, para mí un matrimonio no es solo aquel que está bendecido por la iglesia. N
—Cómo te atreves a culparme de que puedo causarle mal a Adrián, ¡cuándo lo que hago es amarlo!—Si tanto lo amas, déjalo que se vaya, porque en esta hacienda ya se están mostrando las señales del mal; él estará mucho mejor con Eva que contigo. Tú estás m*****a, el mal te ha escogido.—¿De qué hablas Elizabeth? Me estás dejando muy en claro que detrás de tus palabras disfrazadas, algo nefasto se oculta ¡No me mientas, tú acabas de ver a ese demonio que también he visto yo! Tu mirada lo grita, así que no me lo niegues… Y si yo estoy m*****a, tú también lo estás porque al igual que yo, lo has advertido —la reclamé mientras los demás nos miraban mudos y confundidos por no entender el porqué de la discusión.—¡Cállate y no me tutees! —sacó nuevamente su escudo.—¿Quién es Nahe? Te oí pronunciar ese nombre extraño, porque me imagino que es un nombre —apenas mencioné aquel nombre, a Elizabeth le cambió la mirada, pero aquella luz en sus ojos se apagó rápidamente y la rabia resurgió.—¡Voy a a
—Lo que sucedió aquella noche no lo tengo muy claro —manifestó aun mostrando dudas antes los hechos—. Tengo fe de que hallaremos respuesta, pero lo más importante para mí en este momento es que estás a mi lado —Adrián me besó en la frente. —Quería venir de antemano, pero decidir tomar un baño; no quería tocarte con todas estas suciedades que traje de afuera —no dije nada, a decir verdad, Adrián no me dejó tiempo de hablar, apenas entre abrí los labios, fue más que suficiente para que él posara los suyos sobre los mío. Quitando seguidamente la faja de mi bata, me rodeó por la cintura y me aferró a él con fuerza. Sus manos se fueron deslizando por mi espalda mientras su boca cálida abandonaba la mía para recorrerme el cuello con ferocidad.—Adrián —pronuncié su nombre en voz baja, él entendió mi débil protesta y me elevó entre sus brazos para llevarme a la cama.Adrián se desnudó, bajó la luz de las velas, su silueta fantástica se iba mostrando ante mis ojos pudorosos que aún no se acos
Estefanía.Antes de la partida de Adrián.El padre Arístides había ido a la finca por petición de Rodolfo. Sus visitas se iniciaron semanas antes de qué Adrián partiera hacia España; Rodolfo decidió que no estaba de más llamar al padre por lo sucedido en la hacienda, la muerte del esclavo había sido espantosa y sin contar los sucesos extraños que se habían venido dando después del trágico incidente. Guillermo Aristiguieta se había sumado a la inspección, causando qué mi angustia se acrecentara, no deseaba qué más personas apreciadas fueran dañadas por las fuerzas malignas que rondaban los Álamos.Rodolfo y Adrián llevaron al sacerdote hacía las barracas para pedirles qué bendijera la tumba del desdichado.—¡No basta solamente con bendecirlo! —dijo el hombre sin inmutarse. —Deben desterrar lo qué quedó de él y quemar sus restos —todos los presentes quedamos sin habla, y la imagen qué me acompañaba desde niña de Pedro muriendo, regresó; sus gritos aún me despertaban por la noche.—¿Es n
Rodolfo se quedó observando por la ventana mientras se servía otro trago, quería ahogar su arrepentimiento, su cobardía del pasado qué ahora le pasaba factura, sus dos hijos se habían enamorado. Si tan solo hubiera declarado la verdad desde un principio, si no le hubiera prohibido a su madre revelar aquel secreto, las cosas no serían tan complicadas como lo eran ahora.Los pensamientos torturadores de Rodolfo se disiparon cuándo tocaron a la puerta de la biblioteca, para anunciarle qué el padre Arístides había llegado.—¿Desea un café? —Le ofreció Rodolfo al padre, que ya había tomado asiento.—Si no es molestia.—Claro que no —dijo rápidamente, y seguidamente le pidió a la muchacha que esperaba atenta que fuera por café. La mujer ya había colocado la bandeja sobre la mesa, luego salió del despacho; el párroco tomó la tasa ya servida y se la llevó a los labios.—Disculpe que no lo acompañe con el café, pero hace rato me serví unos tragos de Whisky —el padre Arístides elevó la mirada p
—¡Vaya! Quien diría que esa niña delgaducha que no se separaba de las faldas de doña Ana cuándo iba a misa, se transformaría en una mujer… —el hombre exhaló antes de completar la frase —, tan hermosa, pero sobre todo tan voluptuosa —quedé sin habla con mi rostro erguido mientras Edmundo tomaba su agua; luego giró para salir de la cocina al notar la molestia en mi rostro, pero antes de cruzar la puerta volvió a girar hacia mí.—¡Qué dichoso será el hombre qué monte a tan magistral yegua! —manifestó y luego sonrío dejando ver un diente de oro.—¡Desgraciado canalla! —riñó Rosa, pero la tomé del brazo para que se calmara, hasta que Edmundo salió.—Rosa cálmate —dije apenas el hombre desapareció.—¿Cómo me pides eso niña? ¡Ese hombre te acaba de faltar el respeto! Debes decírselo al patrón.—No Rosa, él tiene demasiados problemas cómo para yo llegarle con otro.—Aun así, debes hacerlo, no me gustó lo qué te dijo.—Si eso te tranquiliza, te prometo qué sé lo diré en el momento más adecuado
Estefanía.La noche había llegado, ya faltaban solamente horas para que terminara este día, y realmente así lo deseaba; desde qué Adrián partió, anhelaba que las horas pasaran volando. Entré en mi recámara, no podía evitar estar triste, hasta los momentos no tenía noticia de él, de que si había llegado bien o si ya enfrentaría a Eva, esa situación me turbaba. Giré y quedé frente a la repisa, recordando aquellas noches de amor cuándo él irrumpía en mi habitación.El pequeño ángel parecía mirarme, entonces me acerqué y tiré de la flecha hasta que el pasaje secreto se abrió, la nostalgia se apoderó aún más de mí y entré recordando cómo Adrián llegaba a mí a través del pasadizo; antes de entrar por completo tomé una lámpara para examinar la pequeña ruta. Me adentré, era poco profunda, solamente unos cuantos pasos para llegar a la habitación de mi madrina, pero noté algo qué me llamó la atención, en el piso había una marca circular grande y algo profunda, me agaché para apreciar mejor el d
España, 19 de diciembre de 1707.Isabel ya sonreía y todo en la casa estaba en total normalidad, poco quedaba de la muchacha triste que había llegado aquel 16 de septiembre; ahora se le notaba más plácida. Sin embargo, aunque me gustaba verla sonreír, me costó aceptar que su notoria felicidad era por el nuevo extraño, un aristócrata recién llegado de viajar por toda Europa. Todos, incluyendo mi padre, estaban fascinados por el joven o mejor dicho por el pretendiente de mí prima; no podía evitar sentir celos, ya Isabel no jugaba conmigo en el jardín, ni me contaba historias fantásticas de guerreros en batallas, por el contrario, me había ganado una reprimenda y una paliza por parte de mi padre, por haberle derramado el agua a Damián Alameida, ese era su nombre.Recuerdo qué Isabel no me hablaba, por varios días estuvo molesta conmigo; mi madre trató de justificar mi actitud alegando que eran celos de primo; tenía razón, pero también era verdad qué Damián era un ser malvado, eso lo intu