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La flama de la vela se apagó en el mismo instante que el frío aire entró a la carpa militar de color negro. El general gruñó en alto al quedarse en completa oscuridad dentro de aquella carpa, observando la poderosa tormenta que se había desatado fuera de la carpa y maldijo con rudeza antes de tomar la caja de cerillos.

Con dificultad encendió una vez más la vela, observando la llama de fuego que bailaba al ritmo del aire. Tres soldados entraron por la abertura de la carpa, interrumpiendo la soledad del general mientras sus cuerpos goteaban gruesas gotas, estaban  completamente empapados por la tormenta nocturna que se había desatado repentinamente. 

—¡Saluden!—gritó uno de los tres hombres, llevándose la mano a la frente. Siendo imitado por los otros dos hombres que lo acompañaban.

—Descansen—dijo el general, levantándose de su asien

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