-6 de Marzo de 2017-
— ¡Ya se la saben mi gente: carteras y celulares al frente! Nadie se quiera pasar de pendejo porque me lo despacho aquí mismo… — gritó un tipo que olía a solvente y mezcal barato.
La gente que viajaba en aquella “combi” que corría de San Cristóbal a Ciudad Azteca abrió sus bolsas y mochilas rápidamente. Con las manos temblorosas, comenzaron a extraer del interior sus pertenencias, mientras procuraban mirar al piso para no hacer enojar a los asaltantes.
Un niño comenzó a llorar. Su madre le tapó la boca de inmediato, aunque no fue lo suficientemente rápido para el criterio de uno de los maleantes, que, sin remordimiento alguno, apuntó su arma a la cabeza del pequeño.
— ¡Calle a ese pinche chamaco o se los carga la chingada! — amenazó sin dejar de apuntar.
Un tercer ladrón bolseaba a la gente para asegurarse de que nadie guardara un poco de dinero en los bolsillos de su ropa. Cuando el transporte se disponía a dar vuelta en la avenida Gobernadora, uno de los ladrones le pegó un cachazo al chofer y le dijo:
—Aquí nos bajamos, pendejo. Síguete derecho por la Vía Morelos. Si nos sigues te perforamos hasta las putas orejas.
El chofer asintió mientras trataba de limpiar la sangre que escurría por su cara producto del golpe. Luego, realizando una maniobra en exceso complicada que provocó un choque en plena Vía Morelos, derrapó la combi en el pavimento y abrió sus puertas de golpe. Los tres maleantes bajaron de un brinco y emprendieron la carrera internándose en la avenida Gobernadora.
— ¡Policía! ¡Policía! — exclamó una señora que vendía tamales en la esquina. — ¡Esos son los rateros que nos han estado “dando vuelta” esta semana! ¡Agárrelos!
Un par de policías gordos con una torta de tamal en la mano y un atole en la otra se miraron decepcionados el uno al otro. Dejaron su “desayuno” en la banqueta y se pusieron en marcha tras los ladrones. Era una cacería prácticamente imposible: los asaltantes eran jóvenes y atléticos, posiblemente tenían menos de 25 años. Corrían a gran velocidad y solo volteaban hacia atrás para burlarse de los obesos agentes de la ley que trataban de darles alcance. Uno de ellos sacó uno de los celulares robados de la mochila y dijo:
—¡Chequen este fon, mijos! ¡Es de los chingones!
—¡Ay cabrón! ¡Por este me cae que si nos aflojan dos mil “varos” en el tianguis de la “SanFe”! — contestó otro.
—¡A huevo! Mira, le voy a sacar una foto a esos pinches “tiras” puercos — añadió.
Y entonces sucedió algo muy peculiar: una poderosa explosión hizo presencia en el lugar. Los tres maleantes salieron despedidos por el impacto, igual que si hubieran pisado una clase de mina terrestre. La cabeza de uno de ellos se estrelló con un poste de luz. El impacto fue devastador y su muerte fue instantánea.
El segundo colisionó con un puesto de tacos de carnitas y el aceite hirviendo del cazo le cayó en el rostro y el pecho. Gritó por algunos segundos. Luego falleció.
El tercero era el que llevaba el celular en la mano. Un trozo del display del teléfono estaba incrustado en su garganta. Además, la poderosa onda de la explosión lo había impulsado con enorme fuerza hacia atrás, haciéndolo caer sobre un montón de desperdicios cuya función era notificar que había un bache justo a media calle. Un pedazo de varilla le perforó el pecho; el inerte trozo de metal fue quien le quitó la vida.
La gente pronto se arremolinó para ver los cadáveres. Eran demasiados curiosos, y uno de ellos, accidentalmente, empujó los restos del teléfono celular con el que el asaltante había tomado la foto hacia una coladera cercana.
***
—Javier, estamos transmitiendo en directo desde Ecatepec de Morelos, donde tres presuntos asaltantes murieron a causa de una explosión, no conocemos los detalles exactos, pero…
—¡Hazte a un lado, esclava neoliberal! — exclamó una voz chillona que sin el menor reparo empujó a la reportera de televisión enviándola lejos de la escena. El camarógrafo de la televisora, sin saber qué hacer, decidió enfocarse en los rostros “consternados” de la policía.
Satisfecha con su actuación, la chica que había interrumpido la transmisión del noticiero y empujado a la corresponsal tomó el control de las acciones; iba vestida completamente de negro, con botas de trabajo algo gastadas, un pantalón demasiado apretado que amenazaba con cortarle la circulación, una sudadera con capucha que tenía unas curiosas orejas de gato en la cabeza y un extraño “antifaz” a la altura de los ojos.
—¿Cómo están mis adorables gatos? ¿Súper bien o qué? ¡Genial! Bueno, pues aquí estamos otra vez, siguiendo los detalles de este nuevo caso de ajusticiamiento civil. ¿Pueden creerlo? ¡Es la décima vez en que vemos volar “ratotas” en pedazos!
Su compañera, cuya función era sostener el teléfono celular que realizaba la transmisión de streaming negó con la cabeza. La “reportera” con el “disfraz” de gato hizo una mueca en señal de disculpa y continúo hablando:
—¡En fin! Como les decía es la décima vez en estos tres meses, que un grupo de ladrones es asesinado por una misteriosa bomba. Aún no sabemos dónde estaba la chingada bomba, pero, gatitos, puedo asegurarles que no era algo grande. Estos sujetos murieron producto del impacto contra otros elementos del entorno y no por causa propia de la explosión.
La cámara dejó de enfocar a la chica con vestimenta de gato y realizó acercamientos a los cadáveres. El primero apenas y estaba herido. Solo un charco de sangre delataba su estatus de fallecido; había muerto producto de golpe con un poste de luz.
El segundo tenía la cara y el pecho llenos de ampollas. Sin duda había sido quemado en vida por alguna especie de líquido hirviente.
Finalmente, el tercero de ellos yacía inconsciente en el suelo, con el pecho atravesado por una varilla oxidada que se alzaba orgullosa en medio de un bloque de concreto. Seguro era uno de esos artefactos ecatepenses diseñados para evitar carros estacionados enfrente de las casas.
—¡Qué pedo con los muertos! ¿No creen? Fue el último robo de estas “ratas”. Si los reconoces, denúncialos… ¡Jajaja! ¡Obvio no! A estos ya se los cargó la chingada… No lo olviden “gatitos”, es el décimo caso, sigan conectados al canal de “Gato Negro” para más información sobre estos interesantísimos casos de ajusticiamiento civil. Si no lo has hecho aún ¡Suscríbete a mi canal Gatonegro.tv! ¡Hasta la vista, kitties!
La transmisión había terminado. La chica encargada de grabar sintió un espasmo en su estómago. Tenía nauseas, aun no se acostumbraba a este tipo de cosas.
—Tranquila, gatita, ya están muertos. — argumentó “Gato Negro”.
—Ya bájale a esa onda de gatos. Está bien para el canal, pero no para la vida real. Vámonos antes de que la policía venga a interrogarnos.
—En serio, necesitas calmarte un poquito. Somos comunicólogas, ¿ok? Si queremos un trabajo de corresponsales, hay que hacer este tipo de cosas. Además, ¿de qué te quejas? Tenemos 400 000 suscriptores, todo mundo quiere patrocinarnos. Con esos cheques vamos a pagar nuestros posgrados en Quebec. Un año más de Ecatepec y nos olvidamos de todo.
—Como sea — agregó la camarógrafa decepcionada. Guardó su teléfono en uno de los bolsillos de su chamarra y se encaminó hacia su motoneta sin aguardar a su amiga.
— ¡Espérame! — exclamó “Gato Negro” mientras se acomodaba el pantalón. La ropa apretada no era precisamente lo suyo, pero aun en pleno siglo XXI, el sexo vendía.
Subieron al pequeño scooter color negro y se perdieron entre el gentío que llenaba la avenida: curiosos, familiares de los asaltados, policías, periodistas y algunos paramédicos. Nadie se mostraba demasiado apurado por retirar los cadáveres de la escena.
Tal vez la sociedad Ecatepense, harta de tantos abusos por parte de los criminales, sin querer —o tal vez queriendo— estaba disfrutando de aquel macabro acontecimiento.
***
Cuando llegaron los peritos de la policía ministerial, la escena del crimen era un completo desastre. Las víctimas habían tomado sus pertenencias de la bolsa en la que los criminales habían guardado “el botín”. Los cadáveres habían intentado ser movidos del lugar por los familiares indignados, y las manchas de sangre ya habían sido lavadas por los comerciantes que se negaban a interrumpir su actividad comercial por unos simples “muertitos”.
El agente González hizo amago de indignarse por la situación, pero se limitó a dejar que la gente del servicio médico forense recogiera los cadáveres. Tomó algunas declaraciones y fotografías por mera cuestión de rutina y dejó el lugar a una increíble velocidad acompañado por dos de sus compañeros.
Uno de los policías municipales del cuadrante 38 observaba con gran indignación y consternación la indiferencia de los agentes ministeriales. Resopló fuerte y dijo para sí mismo:
—Pinches culeros…
—¿Qué la pasa, Vázquez? — preguntó su jefe de cuadrante, mirándolo de reojo mientras revisaba su celular.
—Pues nada mi comandante, lo que pasa es que no entiendo por qué no hacemos nada contra el pinche “musulmán” este… ¡Es un cabrón terrorista! ¿Por qué no andamos buscándolo? — cuestionó.
—Mira Vázquez, le voy a explicar con “manzanitas” para que me entienda. Desde que el “musulmán” como usted le dice, apareció, la incidencia delictiva bajó el 15 por ciento. ¿Se imagina? ¡Ni a madrazos hubiéramos conseguido eso nosotros! Además, la popularidad del señor Alcalde nunca ha sido más alta. Ahora si se ve el trabajo social: las despensas, el bacheo, las becas… ¿A quién chingaos le importa entonces que se mueran unos cabrones rateros? — preguntó el jefe de cuadrante.
—Bueno, pues eso sí es cierto…— aceptó tímidamente el oficial Vázquez sin convencerse demasiado.
—Además, el jefe está contento. Yo estoy contento, y usted, debería estar igual. Ahora nomás atiende casos de violencia doméstica y drogadictos de barrio. Esta chingón, ¿a poco no?
—Pus si…— suspiró el municipal un poco más tranquilo.
—Entonces, ¡No la haga de a pedo! Agarre su pinche patrulla, dé un rondín y hágase amigo de la ciudadanía. Ahorita hasta hacer eso podemos…
El oficial Vázquez asintió y le hizo una seña a su compañero. Se subieron a la patrulla y condujeron en silencio durante un buen rato. Dieron algunas vueltas por las calles sin detectar actividad criminal, y al final decidieron ir a cenar unas hamburguesas en un puesto callejero de la calle Tlaxcala.
Cuando acabaron de devorar un par de hamburguesas cada uno, el agente Vázquez le dio un sorbo grande a su refresco y dejó escapar una lagrima. Su compañero le tocó el hombro y preguntó:
— ¿Está bien, Vázquez?
—Sí, estoy bien, pero es que… ¡no chingue! Uno de los muertitos de hoy era mi sobrino… era un muchachito de 19 años. Si ya sé que era rata, pero pues, igual es familia, ¿a poco no?
Su compañero se encogió de hombros y se limitó a responder con una voz apenas audible:
—Resignación, mi amigo Vázquez, resignación…
***
Sentada frente al monitor de su computadora, Lucy analiza con gran atención las estadísticas de su blog: “Gato Negro” ha recibido 50 mil visitas a lo largo del día. Eso es por mucho su mejor marca desde el lanzamiento de su bitácora virtual.
Sonríe. El camino a la fama está marcado, solo es necesario mantenerse en él y seguir caminando. Ojala todo el mundo se enterara de esto... lamentablemente es imposible, revelar su identidad al mundo la pondría en grave riesgo. Suspira y observa el teléfono. Solo hay una persona que puede comprenderla: Claudia.
Marca rápidamente su número en el viejo teléfono con forma de gato. Se lo sabe de memoria, no en vano han sido mejores amigas desde que estudiaban el cuarto año de primaria. “Claus” es de las pocas cosas que Ecatepec le ha regalado en su vida…
—¿Lucy? — contesta una voz grave —, ¿ya viste lo que salió en la fanpage de Denuncia Ciudadana?
—No, no he visto nada, estaba revisando las estadísticas del blog. De hecho apenas iba a empezar a checar las del canal cuando decidí marcarte para darte las buenas noticias de que tuvimos 50 mil visitas hoy en el blog y…
—Si, como sea — interrumpe Claudia restándole importancia al asunto — Lo que realmente interesa en estos momentos es que veas esa maldita imagen, porque después de mostrarse ahí, se regó como pólvora por toda la red. ¡Está en todos lados, Lucy!
—¡“Calm down”! ¿De qué carajo hablas, Claus? — pregunta “Gato Negro” tratando de entender un poco la situación.
—¡QUE VEAS LA PUTA IMAGEN! — grita su amiga y camarógrafa con una voz marcada por la desesperación.
Lucy menea la cabeza y deja el teléfono sobre su escritorio. Abre el navegador de internet e ingresa a la red social donde Denuncia Ciudadana tiene su fanpage. Lo primero que ve es una foto de diez cartuchos de bala tirados en un suelo adoquinado. En una de las esquinas de la imagen, hay un hashtag que dice #tupuedesserel11…
Es una amenaza, clara y precisa. Va para todos los ladrones de Ecatepec. Por curiosidad, lee los comentarios. La misma imagen ha aparecido como cabecera en el perfil de muchas personas. Los rumores dicen que son los perfiles de algunos “rateros” locales. Muchos han cerrado sus cuentas. Otros tantos solo borraron sus fotografías.
“Gato Negro” mira la imagen y tamborilea los dedos sobre un libro que tiene cerca. Sonríe y vuelve a levantar el auricular de su teléfono.
Claudia está desesperada. Sin hacer caso de sus gritos, Lucy se aclara la garganta y dice en voz alta:
— “Cyber bullet”, le llamaremos “Cyber bullet”…
-3 de Marzo de 2017-Persianas cerradas. Luz apagada. Puerta con seguro. El ambiente perfecto ha sido dispuesto.Andrés respira hondo y truena los dedos sobre el tablero de su computadora. Está listo para seguir trabajando. Con gran parsimonia y lentitud, prende el CPU de su equipo. La máquina arranca de inmediato, sin animaciones de carga ni algún logotipo aburrido parpadeando.La pantalla, aunque encendida, se muestra completamente negra. Solo un pequeño guion blanco centelleante rompe la monotonía del ambiente virtual.Sin aguardar ni un segundo más, Andrés comienza a teclear frenéticamente un código que parece no tener ni pies ni cabeza. Solo toma breves descansos para tomar un sorbo de refresco de naranja o comer un bocado de uno de sus platillos preferidos: pizza fría.De pronto, tras cuatro horas de trabajo continúo, una sonrisa
-7 de Septiembre de 2017- —¡“Hello” gatitos!, ¿cómo están? ¿Listos para la acción o qué? Ya han pasado 5 meses —poco más, poco menos— desde que “Cyber Bullet” está limpiando las calles de Ecatepec de gente indeseable… ¡Genial! ¿No lo creen? ¿Qué les parece si le damos un repaso a los diez casos que van hasta el momento? ¡A rasguñar la noticia! — exclama una excesivamente animada “Gato Negro” mientras una cámara digital semiprofesional la graba desde un tripie. “Claus”, su mejor amiga, guionista y camarógrafa observa desde la oscuridad. Se pregunta porque Lucía nunca se apega estrictamente al guion. Antes de comenzar a grabar asegura haber comprendido todo y estar de acuerdo con la secuencia que debe llevar la transmisión, mas cuando la cámara empieza grabar, todo comienza a suceder de forma muy distinta… Por ejemplo, en estos momentos se encuentra parloteando cosas sin sentido sobre lo difícil que es vivir en
-7 de Septiembre de 2017-Reclinado en su sillón de descanso, con una taza de café hirviendo entre las manos y unos imparables escalofríos recorriéndole la piel, el diputado local José Luis Valadez intenta relajarse y reflexionar un poco sobre lo que le ha sucedido el día de hoy.Toma un sorbo de café. Se quema la lengua e instintivamente deja caer la taza al suelo. El oscuro líquido corre veloz entre las hendiduras de la alfombra y deja una espantosa mancha café sobre el rostro de la bailarina persa que está dibujada en el tapete.Pasa saliva y se soba la frente. Mira con tristeza sus pantuflas y se lamenta por haberlas mojado. Son italianas, de cuero de venado y cubiertas con el pelaje de un joven zorro. Cuestan más que el salario mínimo de cuatro meses de un obrero ecatepense.Se atusa el bigote y promete ser más cuidadoso. Estira las piernas y logra ponerse en pie tras esquivar el pequeño desastre cafetero. Ya mañana que limp
-2 de Febrero de 2017-— ¿Estudiaste? — preguntó Andrés con un dejo de esperanza en su voz.—No, nada. Me la pasé toda la noche desbloqueando nuevas armas en el juego de los asesinos — contestó Mateo, su amigo de toda la vida, con una sonrisa amplia y los ojos entrecerrados.Andrés inhalo lentamente y luego dejó escapar el aire recién atrapado en un larguísimo suspiro. Su amigo era su última esperanza de aprobar el “casi imposible” examen de la ingeniera Valdés, la facinerosa maestra de Lenguajes de programación 3.Era un hecho que estaban perdidos: el examen era cien por ciento teórico. Nada de sentarse frente a una computadora y teclear cosas hasta que algo sucediera, no. Esta prueba demandaba un código de cinco páginas escrito de manera perfecta en igual número de hojas de papel, a mano&
-2008-— ¡Apúrate Andrés! Tus abuelitas ya están en el aeropuerto y tú ni siquiera te has cambiado — gritó una voz femenina dulce y alegre.— ¡Voy mami! — respondió el pequeño con su clásico tono agudo y consentido.Era un día maravilloso. El sol entraba suavemente por la ventana, el cielo lucía claro y despejado, y la casa olía a pastel casero recién elaborado.“¡Esto no puede ser mejor!” pensó el pequeño Andrés cuando se despojaba de su pijama de luchadores enmascarados. Cerró los ojos y aspiró lentamente el aroma que venía de la cocina. No solo olía a pastel, sino también a hot cakes…Hoy era su día especial; cumplía siete años y por fin le permitirían tener su propia computadora. “¡Este es el m
-2 de Marzo de 2017-El palacio municipal de Ecatepec de Morelos se alzaba ante él. Se ajustó el nudo de la corbata y caminó con seguridad hacia la puerta de entrada. A solo un par de pasos de distancia. Alejandro, su fiel guardaespaldas, seguía sus pasos. No salía a ningún lado sin él, menos en estos tiempos, donde ser diputado era una profesión excesivamente peligrosa.Apenas entrar a la alcaldía le llovieron números saludos:— ¡Muy buenos días, diputado Valadez! — dijo una señora con gafas que llevaba un paquete de papeles en los brazos.— ¡Señor diputado! ¡Que dios lo bendiga! — exclamó una joven de blusa abotonada hasta el cuello.—Mi muy estimado señor diputado, ¿cómo está? ¿Le traigo un cafecito? — preguntó un tipo bajito
-6 de Octubre de 2017-13:45 por fin. La última clase del día había terminado, y mientras todos sus compañeros apagaban sus computadoras con avidez y desesperación, Andrés y Mateo continuaban tecleando un código enorme que parecía no tener fin. Era un proyecto escolar de proporciones casi épicas: era el brontosaurio de los códigos, y si todo salía bien, el ejecutable derivado de su trabajo podría convertirse en una app para teléfonos móviles de gran uso para todos los alumnos de la vocacional, ya que mostraría en amigables pantallas los horarios de clase de cada uno, el cronograma de eventos culturales y científicos, las calificaciones obtenidas durante no solo el semestre en curso, sino todo el historial académico, así como también algunas minucias como el menú de la cafetería, los costos de los
-12 de Octubre de 2017-— ¡Lola! ¡Venga para acá! ¡Por fin llegó la oportunidad que esperaba! — gritó el comandante Gómez Palacio desde su oficina.A unos metros de allí, una muy joven agente federal apretó los dientes y cerró uno de sus cajones con un golpe. Se levantó con decisión y aspiró muy hondo. Resopló un par de veces para no despotricar contra su comandante, y cuando se sintió más calmada, encaminó sus pasos hacia la oficina del jefe.—Señor, por favor, no me llame “Lola”. Mi nombre es Dolores. Ya es suficiente con ser la única mujer en su agrupación como para que todavía me ponga el apodo de una camionera.El comandante Gómez Palacio la miró de arriba abajo. No le cabía en la cabeza que una mujer tan bonita fuera polic&iacut