Camile ha pasado por mucho.
Desde pequeña, ser la hija de George Staton, un magnate de la industria aeronáutica y automotriz, solo le ha dado puros dolores de cabeza y decepciones.
Primero; todo el mundo la adulaba y buscaba su aprobación en todo, cosa que le fastidiaba. Y segundo; no había podido tener una relación normal y auténtica con ningún muchacho a causa de su fortuna. Siempre resultaba que estaban con ella por conveniencia y no por amor.
Hasta que decide, que podría utilizar aquello a su favor...
¡¿Y por qué no?!
Hacer lo mismo que hacen los hombres de su círculo.
Decidió que buscaría un acompañante masculino para satisfacer sus necesidades y el trato estaría estipulado a través de un contrato donde ella pagaba, mandaba e imponía, y la otra parte, como cualquier sumiso, debería de cumplir sus caprichos dentro y fuera de la cama. De aquella manera, simplemente se ahorraría unas cuantas lágrimas y millones de dólares al evitar que pusieran a merced de la prensa su intimidad.
Henry Ross era un muchacho fuerte en todos los sentidos. Mientras terminaba la universidad con honores, trabajaba de pasante en una compañía tercerizada que llevaba los números a varias empresas multinacionales.
Era apuesto... demasiado.
Obstinado, orgulloso y brutalmente honesto.
Cuando su camino se cruza con una joven empresaria tozuda, altanera y caprichosa, todo dentro de él se desbarata y aunque no quería admitirlo, aquella mujer con cara de niña pero carácter de ogro, lo impresionó tanto que en sus adentros, le gustó.
Sin embargo, la imagen que había forjado en su mente de aquella mujer que inesperadamente lo había contratado de asistente, con un sueldo que le hacía demasiada falta a su familia, cayó en picada a un fango de decepciones que lo alteró por completo por todo lo que le ofrecía.
Como todo hombre con principios, Henry rechazó aquella tentadora oferta en la que su jefa no solo le ofrecía su dinero, sino también su cuerpo por su sola compañía.
«¡¿Quería que fuera su prostituto?!», se había preguntado internamente mientras procesaba la propuesta que le estaba haciendo Camile, para luego marcharse furioso de su despacho, dando por hecho que no aceptaría aquella estupidez.
Pero todo da un vuelco, cuando las cosas en su hogar se desmoronan y Henry necesita con urgencia dinero. Mucho dinero.
—Sabía que volverías —dijo Camile, sin despegar su vista de los documentos que estaba revisando—. Siéntate, Ross.
Henry, presionando los puños y tragando con dificultad por la impotencia que le generaba tener que aceptar aquello, de mala gana hizo lo que su jefa le pidió.
—¿Qué es lo que tengo que hacer exactamente? —fue al grano. Las medias vueltas no iban con él.
—Es más sencillo de lo que crees, Henry —este hizo una mueca irónica y ella se puso de pie, rodeando el escritorio y recostando sus caderas sobre el mueble, frente al susodicho—. Seguirás trabajando aquí como mi asistente, y recibirás el salario que te corresponde por ello. Cumplirás con tu horario normal, a menos que necesite me acompañes a algún evento. En cuanto a lo otro, percibirás un sueldo independiente de varios ceros y harás exactamente lo que se te diga. Sin preguntas, sin protestas. Yo pondré las reglas, yo daré las órdenes y tú cumplirás.
—¿No le saldría más barato conseguirse un novio? —preguntó con sorna y ella sonrió con un matiz de tristeza en sus ojos color pardo.
—Créeme que me ha salido bastante caro todos los novios que he tenido, Henry. Con la cantidad de dinero que he tirado para reparar esos errores, comprarías una casa para cada miembro de tu familia, un coche para cada uno y el pago completo de una carrera universitaria en las mejores escuelas del país para tus hermanos.
—Entonces... —el semblante del joven se suavizó—. Yo también tengo unas cuantas condiciones —ella lo miró enarcando una ceja—. Nada de terceros. No me gustan esos juegos... ni fetiches, ni esas cosas del sado.
—¿Y si quiero utilizar juguetes? —preguntó ella divertida, solo para molestarlo porque tampoco le iban esas cosas. El esbozó una sonrisa que le pareció demasiado sensual y sintió como las piernas le temblaban.
—No creo que quiera hacerlo, después de que mis manos la hayan tocado —Camile se atoró con su propia saliva y se sonrojó al extremo. Él se cruzó de brazos, observándola esta vez con curiosidad—Es la primera vez que hace esto, ¿cierto?
—Creo que contigo, Ross, es mi primera vez en todo...
UNA ALOCADA IDEA—Gina, por favor encárgate de buscarme una nueva asistente;ya sabes cuales son mis condiciones —dije, mientras caminaba a toda prisa desde el elevador hasta mi oficina.Gina era mi mano derecha, pero siempre teníauna secretaria privada que se encargaba de todos mis asuntos particulares.—Sí, señorita Staton —respondió, caminando a mi lado ytratando de seguirme el paso mientras anotaba todo en una tableta—. Si cumple con los requisitos;¿puede ser un asistente varón?—En absoluto, Gina —negué—.Los hombres no toleran que las mujeres les den órdenes y no me veo pidiéndole a un tipo, que me haga cita con la depiladora —repliqué burlona y Gina simplemente asintió. Tenía apenas mi edad, pero parecía mucho mayor. Tanto por aquellas gafas enormes que ocultaban sus bellos ojos azules y el traje de abuela que disimulabalaenvidiable figura que tenía.—Perfecto —habló, mientras ingresamos a mi despacho y amb
¿QUIÉN ES HENRY ROSS?Henry RossDespués de haber chocado con aquella menuda mujer que creó cierta tensión en mi cuerpo, me había marchado de Staton Company directamente a la oficina contable donde laboraba desde hace dos años.La paga no era mala, y la experiencia que adquirí a lo largo de ese tiempo no tenía precio. Mi jefe era bastante considerado con mis problemas personales por lo que no se me había cruzado la idea de buscar otro trabajo. Sabía que podría encontrar uno mejor con un sueldo más elevado, pero por mi situación, necesitaba estar en un ambiente donde comprendieran lo que pasaba en casa y me dieran los permisos que necesitaba.Las cosas seguían el curso habitual, hasta que una semana después, George, mi jefe, me comunicó que ya no podría seguir trabajando para su empresa.Al momento, no comprendí nada. Las razones que me daba, eran meras excusas, pero no podía ni quería entrar en conflicto con él
LA PROPUESTACamileCuando vi a Henry enfundado en aquel traje Dolce azul cielo de tres piezas, y la camisa blanca a medio abotonar, bajo la chaquetilla que definía su estrecha cintura y su torso amplio, sonreí de manera estúpida sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.Por su semblante, pude adivinar que no estaba para nada a gusto, pero con el correr de los minutos y un poco de champagne de por medio, fue aflojando la tensión que tenía su cuerpo.Mentiría si no dijera que disfrutaba como mis ex amigas me veían con envidia por andar del brazo del hombre más atractivo del evento. No había dudas de aquello. Henry era demasiado guapo para su propio bien y aquellas mujeres lo veían de la misma manera en que lo hacía yo: con deseo.Todo iba de maravilla. Henry intercedió en varias ocasiones por mí, cuando conversamos con el inversionista español y conseguí que aceptara reunirse conmigo la siguiente s
LA DECISIÓNHenrySalí como alma que lleva el diablo de la oficina, y ni que decir de Staton Company.¿Pero qué carajos tenía en su cabeza aquella mujer?Se había chiflado por completo al proponerme semejante barbaridad, semejante estupidez.¿Cómo se le ocurrió que yo fuera precisamente la persona a quién le ofreciera aquello?¡Ahhh! Tenía ganas de retorcerle el pescuezo a esa insufrible mujer que para variar, me atraía locamente.Desde que había compartido la cama con ella, en mi interior se instaló un extraño sentimiento que me hacía añorarla. Pero como bien había aprendido a lo largo de mi vida, las cosas nunca eran color rosa y la vida siempre golpeaba de manera cruel a los que se descuidaban de la realidad. Por esa razón, jamás me perm
EL INICIO DE TODOCamileEsa mañana, cuando había llegado a la empresa, una inexplicable ansiedad me carcomía en mis adentros.Ayer Henry se había marchado furioso por la propuesta que le había hecho y eso, aunque quisiera negarlo, me deprimía.Extrañaría todas nuestras mañanas en las que, mientras él se esmeraba en explicarme sobre economía, yo simplemente me deleitaba con su compañía, con su presencia y ese rostro perfecto que casi nunca dejaba vislumbrar una sonrisa.Henry, para ser un joven de mi edad, apenas sonreía y a veces hasta se mostraba tosco y reacio a hacer vida social con otras personas de aquí. Sin embargo, no hacía falta ser demasiado inteligente para darse cuenta que había recibido una muy buena educación.¿Sería posible que sus padres hubieran sido de una clase privilegiada y hayan sufrido una crisis económica?Sus modales eran exquisitos, como si hubiera tenido una maest
UN EXQUISITO ENCUENTRONuestros cuerpos ardían por la pasión desbordada que nuestra piel emanaba, por los deseos y las ganas reprimidas que había guardado por él desde el momento en que lo vi.Comencé a desprender su camisa de manera desesperada, apartándola de su cuerpo como pude. Mis manos recorrieron su torso duro, bronceado y perfecto, bajando lentamente por su abdomen plano.De repente, me detuve y vi en sus ojos la confusión. Lentamente aparté mis piernas y me puse de pie, alisando mi vestido. Me volteé dándole la espalda, y sobre el hombro le lancé una mirada sensual.—¿Puedes? —pregunté, apartando mi cabellera para dejar a su vista la cremallera de la prenda. De inmediato, sentí sus manos firmes y seguras, bajando lentamente el cierre del vestido, mientras las yemas de sus dedos rozaban de manera leve la piel de mi espalda
CONFESIÓN Y DECEPCIÓNMientras caminaba a través del pasillo, divisé una tenue luz desde el salón del piso. Mi corazón comenzó a taladrar a mi pecho ante la posibilidad de que no se hubiera ido, de que no me hubiera dejado después de que claramente, aunque me costara admitirlo y aun peor, aceptarlo, habíamos compartido más que nuestros cuerpos, más que un simple deseo arrasador.Caminé apresurada hacia esa pequeña fuente de luz, arrastrando la tela de la sábana matrimonial que cubría mi diminuto cuerpo.El salón era amplio y solo contaba con pocas cosas porque no pasaba casi tiempo aquí.En el centro tenía un enorme sofá color marfil con una mesita en frente; y un mobiliario con el televisor y un equipo de audio un poco más retirado. A cada lado del sillón, habían dos mesitas de cristal
SENTIMIENTOS ENCONTRADOSHenrySalí desesperado de la habitación y del piso de Camile.Oírla decirme que necesitaba que sanara las heridas que otro dejó, me hizo ver que nuestra historia, desde el principio, desde el momento en que acepté esa estúpida propuesta, estaba mal y estaría peor si no reaccionaba.Sabía de antemano que mis sentimientos estaban expuestos desde el primer día en que la vi, y cuando la tuve en mis brazos, supe que los sentimientos de Camile, también estaban involucrados en este absurdo trato.Así, me era imposible seguir.No quería enamorarme para luego terminar destrozado otra vez. No, de nuevo.Y Camile podía lograr aniquilarme por completo si así lo deseaba.Aunque durante nuestro encuentro en la cocina, traté de apartar mis miedos, mis temores más pr