UN EXQUISITO ENCUENTRO
Nuestros cuerpos ardían por la pasión desbordada que nuestra piel emanaba, por los deseos y las ganas reprimidas que había guardado por él desde el momento en que lo vi.
Comencé a desprender su camisa de manera desesperada, apartándola de su cuerpo como pude. Mis manos recorrieron su torso duro, bronceado y perfecto, bajando lentamente por su abdomen plano.
De repente, me detuve y vi en sus ojos la confusión. Lentamente aparté mis piernas y me puse de pie, alisando mi vestido. Me volteé dándole la espalda, y sobre el hombro le lancé una mirada sensual.
—¿Puedes? —pregunté, apartando mi cabellera para dejar a su vista la cremallera de la prenda. De inmediato, sentí sus manos firmes y seguras, bajando lentamente el cierre del vestido, mientras las yemas de sus dedos rozaban de manera leve la piel de mi espalda
CONFESIÓN Y DECEPCIÓNMientras caminaba a través del pasillo, divisé una tenue luz desde el salón del piso. Mi corazón comenzó a taladrar a mi pecho ante la posibilidad de que no se hubiera ido, de que no me hubiera dejado después de que claramente, aunque me costara admitirlo y aun peor, aceptarlo, habíamos compartido más que nuestros cuerpos, más que un simple deseo arrasador.Caminé apresurada hacia esa pequeña fuente de luz, arrastrando la tela de la sábana matrimonial que cubría mi diminuto cuerpo.El salón era amplio y solo contaba con pocas cosas porque no pasaba casi tiempo aquí.En el centro tenía un enorme sofá color marfil con una mesita en frente; y un mobiliario con el televisor y un equipo de audio un poco más retirado. A cada lado del sillón, habían dos mesitas de cristal
SENTIMIENTOS ENCONTRADOSHenrySalí desesperado de la habitación y del piso de Camile.Oírla decirme que necesitaba que sanara las heridas que otro dejó, me hizo ver que nuestra historia, desde el principio, desde el momento en que acepté esa estúpida propuesta, estaba mal y estaría peor si no reaccionaba.Sabía de antemano que mis sentimientos estaban expuestos desde el primer día en que la vi, y cuando la tuve en mis brazos, supe que los sentimientos de Camile, también estaban involucrados en este absurdo trato.Así, me era imposible seguir.No quería enamorarme para luego terminar destrozado otra vez. No, de nuevo.Y Camile podía lograr aniquilarme por completo si así lo deseaba.Aunque durante nuestro encuentro en la cocina, traté de apartar mis miedos, mis temores más pr
CRISTOPHER WILLIAMSCristopher WilliamsDespués de una nueva discusión sobre mi estilo de vida y oírle a mi padre reprocharme por los lujos que seguía manteniendo sin tener un céntimo en el bolsillo, había entrado al pequeño estudio de mi apartamento a meditar sobre cómo resolvería de una vez mi situación.De inmediato y completamente excedido por los insultos y reclamos de papá, me serví un escocés y tomé asiento en el mullido sillón detrás del escritorio macizo que adornaba la habitación.Volver a ver a Camile después de mucho tiempo, había removido en mi memoria todos los sucesos que desencadenaron en nuestra ruptura y en la ruina total de mi familia.Mi misión era simple y sencilla: seducir a Camile Staton, hija del magnate George Staton, quien por cierto, me detes
LOS SENTIMIENTOS DE HENRYHenryLas cosas se me estaban yendo por completo de las manos.Camile y yo... Camile y yo claramente estábamos jugando con fuego y tarde o temprano, uno de los dos terminaría quemándose.Después de haberme rebatido internamente una y otra vez si estaba bien perseguir los deseos de mi pecho y mis impulsos, no quedaba más que seguir lo que ya había dado pie a que ocurriera.Y lo más horrible de todo, era que me estaba enfermando de amor por alguien que de un momento a otro, me botaría sin duda alguna por las múltiples diferencias que existían entre ambos.Esa mañana, cuando me había asaltado con su habitual arranque de ardor, había cedido a sus deseos sin resistirme demasiado, luego de dos putos y largos días en los que la extrañé a horrores.Sin embargo, no
UNA VISITA PRODUCTIVACamile —Señorita Staton, es un placer al fin conocerla —dijo Daniel Adams, mientras caminaba hacia mí.Era un hombre imponente en presencia, de unos cuarenta años por lo que sabía. Sin embargo, su aspecto dejaba lugar a dudas en relación a su edad. Se conservaba demasiado bien y aparentaba al menos unos diez años menos.Sus ojos azules claros, casi grises, dejaban entrever la astucia en ellos. Él no se encontraba aquí por nada, porque un hombre así, siempre tenía razones para su proceder y me debía de andar con cuidado porque se rumoraba que, además de ser un genio en los negocios, también tendía a jugar sucio con tal de salirse con la suya.—Señor Adams, no lo esperaba hasta el día de la junta —dije sorprendida, poniéndome de pie.&mda
PROBLEMAS—Es hora de que te lleve a casa. Vamos… —susurró luego de un momento y suspiré profundo, abrazándome a su cuerpo. Me tomó de los hombros, apartándome con lentitud y perforando mis ojos pardos con su intenso iris oscuro—. ¿Te encuentras bien? —preguntó y negué con la cabeza, porque era verdad. Por dentro no me encontraba para nada bien—. Perdona si fui tosco, lo lamento… —susurró, llevando un mechón de mi pelo tras mi oreja y cerré los párpados por las sensaciones que despertaba en mí todas sus atenciones, todos sus detalles. Henry era un caballero en todo el sentido de la palabra.—Estuvo bien, no es precisamente por lo que acaba de ocurrir que no me siento… digamos que bien.—¿Me dirás que está ocurriendo? —preguntó más calmado, frotando
TRANQUILIDAD TURBANTECamile Daniel Adams tenía muy bien fraguado ese plan. No había dudas de ello. Si no, ¿cómo se explica que hubiera venido preparado para imponerme a su hermana como avizora de nuestros pasos? ¡Era ilógico que lo supiera! Y lo peor de todo, me daba la ligera sensación de que Gina y esa mujer se conocían a la perfección.—No sabíamos que tenía una hermana, señor Adams —musitó mi amiga, completamente blanca y lívida, mientras sus intensos ojos azules repasaban a la pelirroja que la veía de igual manera. El señor Adams solo sonreía, como si sintiera placer y regocijo al habernos tomado desprevenidos de tal manera.—No era obligación que lo supieran, ¿o sí? —encaró la nueva subgerente y mi amiga solo bajó el rostro, mientr
TRANQUILIDAD TURBANTECamile Daniel Adams tenía muy bien fraguado ese plan. No había dudas de ello. Si no, ¿cómo se explica que hubiera venido preparado para imponerme a su hermana como avizora de nuestros pasos? ¡Era ilógico que lo supiera! Y lo peor de todo, me daba la ligera sensación de que Gina y esa mujer se conocían a la perfección.—No sabíamos que tenía una hermana, señor Adams —musitó mi amiga, completamente blanca y lívida, mientras sus intensos ojos azules repasaban a la pelirroja que la veía de igual manera. El señor Adams solo sonreía, como si sintiera placer y regocijo al habernos tomado desprevenidos de tal manera.—No era obligación que lo supieran, ¿o sí? —encaró la nueva subgerente y mi amiga solo bajó el rostro, mientr