XLVII Sin vergüenzas

—Amo… no tan fuerte.

—¿Por qué? No me digas que te dan miedo las alturas.

—No… lento es mejor.

Vlad mantuvo el lento vaivén del columpio, idéntico al que ella tenía antes de interrumpirla. Sí, era mejor, pudo comprobar, con todo el cuerpo de Sam al alcance de sus manos, rozando el suyo en cada lenta subida. Ella inhalaba a través de sus rojos labios entreabiertos y sus piernas seguían firmemente apretadas. Para Vlad era tan claro que estaba excitada como que el sol era amarillo.

—¿Te gustan mucho los columpios, Sam?

—Ella me recomendó una mecedora… pero sólo hallé esto.

—¿Ella? ¿De quién hablas?

—De la gurú del sexo, amo Vlad... —Soltó un gemido, su cabeza se inclinó hacia atrás y arqueó la espalda.

Vlad se apresuró a besarla, disfrutando de aquella exaltación que la hacía fluir como agua pura de manantial, como la lava ardiente que rebals

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