Sam tenía siete años y todos decían que era un ángel cuando la veían. Llevaba un largo vestido de pulcro blanco y su cabello castaño ondeaba bajo una corona de flores, de las mismas que sacaba de su canastito y lanzaba, dando brincos por doquier. Era el matrimonio de su tío y ella no paraba de reír, viendo los coloridos pétalos danzar por los aires.
Es un ángel, decía su abuela, que desconocía que era ella la que se comía las galletas que guardaba celosamente en el frasco de la cocina, es un ángel, decían sus padres, que no sospechaban que Sam usaba los patines prohibidos cuando ellos no estaban; es un ángel, decía el novio, sin sospechar que esa pequeña inocente lanzaría, años más tarde, su lujoso auto a la piscina.
Y ella seguía riendo, brincando y lanzando flores. Gozaba de la libertad que otorgaba la falta de conciencia moral, la falta de culpa y la incipiente distinción entre el bien y el mal. Sam no era un ángel, ser llamada de tal m
¿Qué era lo peor que podía pasar? Eso se preguntaba Sam conduciendo el auto camino a la ciudad donde vivía su abuela, con Vlad de copiloto. Que la avergonzara frente a su familia, eso era obvio, eso era lo que el demonio ansiaba. Sin embargo, tenía la certeza de que no iría muy lejos. A él tampoco le convenía que sus vergüenzas quedaran al descubierto. La retorcida relación laboral que mantenían era un secreto guardado bajo mil llaves y debía seguir siéndolo, tanto para los Sarkovs como para los Reyes. Así que tenía que respirar y relajarse o acabaría sin dedos de tanto comerse las uñas. Era un pésimo hábito. Su abuela le decía que las uñas se le acumulaban en el estómago y le perforarían el vientre y moriría destripada como un pescado. Dejó de comerse las uñas. Y pescado también.Ahora los malos hábitos regresaban y en el peor momento.—¿Qué le diré a mi familia? ¿Cómo lo presentaré con ellos?—Diles que soy tu novio.
Sam se levantó de un brinco. Vlad la imitó. Él ya había visto al padre en las fotografías del informe que Markus le había entregado. No era para nada un hombre intimidante, no como el suyo al menos. Pese a eso, el hombre lo miraba como si mirara a una cucaracha.—Hola, padre —saludó ella, con la voz cargada de seriedad.Su padre, Augusto Reyes, era un hombre alto, más alto que ella y que Vlad. Era deportista, le encantaba correr en maratones. Y era asiduo al drama, sacado de una novela. Sus ojos pardos derrochaban desdén. No era bueno ocultando sus emociones, Sam había heredado esa transparencia.—¿Y este chico? ¿Vive contigo debajo del puente?El pálido rostro de Sam se fue tiñendo de rojo, como si la estuvieran cociendo en agua hirviendo.—No puedes soportar que no haya vuelto suplicando perdón y rogando por tu ayuda ¿Verdad?—Todo cae por su propio peso, Sam. Tarde o te
Una vez a Sam la confundieron con su prima en la escuela. Eso la enfadó, ellas no se parecían en nada y su prima era mayor. Ya más grande, en una fiesta, la creyeron una actriz famosa y hasta un autógrafo le pidieron. Ella no tuvo el corazón de sacarlos de su error y firmó con una dedicatoria. Ahora, mientras le lamía, besaba y chupaba los abdominales de acero a su jefe, él la llamaba con el nombre de alguien más, con el nombre de la mujer que ella sospechaba que él amó o amaba todavía; el nombre que estaba grabado en la piel que besaba.Se quedó quieta bajo las sábanas. Si él estaba dormido, no se atrevía a sacarlo de su sueño. Se le hizo un nudo en la garganta.—Violeta, ven aquí. —Vlad deslizó las sábanas, encontrándose con los ojos de cervatillo de Samantha.Al instante se sobresaltó, apartándose hasta el otro extremo de la cama. "Sí que se ha decepcionado", pensó Sam. Sin embargo, lo que se agitaba en el fondo de los
Vlad revisó la agenda que compartía con Samantha. Era de mañana. A las once tenía una reunión en la empresa y luego estaría libre. Ella estaría ocupada toda la tarde.—¿Tienes trabajo de fotógrafa?Sam le dejó el café sobre el escritorio.—No, voy a salir con un amigo.—¿Cuál amigo?—Ken, de INVERGROUP. Usted ya lo conoce.—Apenas y lo he visto un par de veces —dijo él, bebiendo un sorbo de café.Si lo decía el todopoderoso Vlad Sarkov, Sam no era nadie para contradecirlo. Sam no era nadie.—Ten cuidado con él, parece un tipo raro.El diablo hablando de maldad. Ella hubiera esperado que le dijera que no tenía permiso para ir. Era una burra, como decía su prima. Burray además ilusa.Su cita era en el cine. Mientras Sam miraba la cartelera, Ken compraba palomitas.—¿Vemos una de terror
Era la quinta ronda de cervezas en el bar. Los ojos de Evan ya se iban poniendo adormilados.—Necesito algo más fuerte —dijo Sam, pidiendo una ronda de whisky.Estaba fresca como lechuga.—Eres una chica que sabe beber —dijo Evan, arrastrando la lengua.Cada vez que él se distraía, Sam vaciaba su vaso en la maceta que había tras ella. Por fortuna lo que crecía allí era una planta de plástico. Un crimen sin víctima. En cuanto a Evan, no podía decir que él fuera una víctima, ella no lo estaba forzando a beber y él se estaba riendo bastante.—Lamento lo de antes. No quise decir que usted y el amo Vlad no eran amigos. Yo sé que, en el fondo, él lo quiere mucho.Muy, muy en el fondo.—Claro que sí… Vlad es mi hermano ¿Entiendes eso?... Es mi hermano de alma —dijo, aferrándose el pecho—. Por eso no podía dejar que te besuquearas con cualquiera, tú… tú debes besuquearte sólo con Vlad… —Empinó el codo, vaciando su vaso. Pidió otro.
—¿A esto le llamas informe? ¿Quién escribió esto? ¿Un chimpancé? ¿Desde cuándo empresas Sarkov contrata chimpancés? —Vlad lanzó la carpeta sobre su escritorio.Las hojas terminaron repartidas por el piso. Con una paciencia de santa, Elisa las recogió una por una y las volvió a meter en la carpeta.—Fue revisado por el director de marketing. Le pediré que lo corrija.—Envíale una carta de amonestación ¿Ya tiene alguna?—Esta sería la tercera.—Entonces que sea una carta de despido. Encárgate del resto y no me molestes.Elisa dejó la oficina con pasos apenas perceptibles. Cerró la puerta a su espalda y caminó la poca distancia que la separaba de su escritorio. Dejó el informe en la trituradora de papel que había bajo él y llamó a recursos humanos para concretar el despido. El puesto vacante sería ocupado por quien le seguía en jerarquía y, por cómo se veía la cosa, estaría d
Tres semanas había pasado Sam de regreso en la mansión Sarkov, tres semanas en que Vlad se había conformado con verla a la distancia, cuando se cruzaban por los pasillos, cuando ella esperaba a Ingen luego de la cena para leerle cuentos antes de dormir, cuando la espiaba por la ventana de su habitación mientras ella correteaba con su hermano por el jardín. ¿Así pretendía ella que él mejorara sus calificaciones? ¿Con cuentitos absurdos o carreritas ridículas? Tendría que conversar con su madre para que comprendiera que la maestrita de cuarta la estaba estafando. Y lograr sacarla de la mansión de una vez por todas.—Mira nada más, querido. Éste es el nuevo reporte de las calificaciones de Ingen. —Anya le entregó la hoja, con el pecho inflado y sonrisita triunfadora—. Es el primero en su clase. Tu padre está tan feliz que lo premiará con ese videojuego que él quería.Vlad miró la hoja con incredulidad. Sam tenía un terrible historial criminal
—Sam… duerme conmigo esta noche.Esas cinco palabras iban en contra de todo lo que Vlad pensaba, en contra de lo que consideraba correcto, pero eran lo que sentía. Ya no podía luchar contra ese corazón que golpeaba con fuerza en su pecho.—No puedo hacer eso —dijo Sam—. Ya no soy su sirvienta y ese era el único vínculo que nos unía, yo jamás lo olvidé ¿Acaso usted sí?Vlad le soltó el brazo y ella pudo levantarse.—Sam, te necesito. —Se levantó también.—Pero yo no soy médico, no puedo ayudarlo con su jaqueca.Vlad volvió a aferrarla, ella lo frenó con las manos en el pecho. Su cuerpo irradiaba mucho calor, estaba ardiendo.—Sam, necesito dormir, sólo eso… duerme conmigo.—No tengo ninguna razón para hacer eso, entienda. Puedo darle un masaje, eso lo relajará, pero tendrá que pagarme, yo no trabajo gratis.—Bien, lo que se