La habitación de Vlad Sarkov estaba a oscuras. Su silueta se dibujaba contra la cortina. Hasta hace poco había estado mirando por la ventana.
Sam cerró la puerta tras de sí. No avanzó mucho más.
—¿Estás enfadada, Sam?
—No —dijo ella, soltando una risita.
—¿Estás ebria?
Volvió a negar y a reír también.
Vlad se le acercó a paso lento. Le rodeó la cintura. El aroma a alcohol que de ella emanaba le inundó la nariz. Alcohol desinfectante.
—¿Qué te pasó?
—Me caí. Tenga, esto se lo envía su madre. —Le entregó una carpeta y le rodeó el cuello.
Sin soltarla, Vlad se estiró para alcanzar el interruptor junto a la puerta. La carpeta contenía los exámenes hechos a Samantha. Estaba bien, sólo algo golpeada.
Y no dejaba de reír.
—Amo la morfina —susurró ella—. Es lo mejor del mundo.
Vla
Domingo por la tarde. Vlad se daba una ducha luego de su juego de golf con Evan. Debía haber estado muy aburrido como para finalmente acceder a ir y, como era golf, seguía aburrido. Le había ganado, por supuesto, pero era una victoria fría, insípida, intrascendente. Y, pese a su hastío, que no perdía oportunidad en verbalizar, Evan seguía insistiendo en invitarlo. A veces creía ver, bajo esa sonrisita socarrona, que ni él mismo se divertía, pero ahí estaban, caminando bajo el implacable sol para ir detrás de unas diminutas pelotas.“¿Algún día te hartarás de invitarme?”, le preguntaba Vlad. “Tal vez”, le respondía él, “cuando deje de creer que existen los milagros”.Milagro sería que lo dejara en paz de una vez por todas. Razones de sobra tenía su padre para pensar que pudiera haber algo entre ellos si, de un día para otro, el extraño chico se le había pegado como goma de mascar en la escuela. Y a Vlad ni siquiera le agradaba mucho. Ahora,
—Amo… no tan fuerte.—¿Por qué? No me digas que te dan miedo las alturas.—No… lento es mejor.Vlad mantuvo el lento vaivén del columpio, idéntico al que ella tenía antes de interrumpirla. Sí, era mejor, pudo comprobar, con todo el cuerpo de Sam al alcance de sus manos, rozando el suyo en cada lenta subida. Ella inhalaba a través de sus rojos labios entreabiertos y sus piernas seguían firmemente apretadas. Para Vlad era tan claro que estaba excitada como que el sol era amarillo.—¿Te gustan mucho los columpios, Sam?—Ella me recomendó una mecedora… pero sólo hallé esto.—¿Ella? ¿De quién hablas?—De la gurú del sexo, amo Vlad... —Soltó un gemido, su cabeza se inclinó hacia atrás y arqueó la espalda.Vlad se apresuró a besarla, disfrutando de aquella exaltación que la hacía fluir como agua pura de manantial, como la lava ardiente que rebals
El nuevo modelo de computador que se presentaba en el evento de lanzamiento tenía la ventaja de poseer un procesador de última generación, una gran memoria, ser el más liviano con tales características y prometía transferir archivos desde y hacia memorias externas a la velocidad de la luz. Sam no necesitaba ser astrofísica para saber que eso era una exageración. Como oferta por el lanzamiento, la empresa fabricante prometía un suculento descuento para quienes compraran al por mayor, por un mínimo de cien unidades. Eso era lo que atraía a tantos CEOS y directores de empresas.Sam se esforzaba por fotografiarlos cuidando que la pantalla del computador mostrara la alta definición y calidad de la imagen, eso le habían pedido. Agradecía que su cámara estuviera a la altura.Un golpe en el trasero la sobresaltó. Al volverse, indignada y lista para sacrificar su preciosa cámara partiéndosela a alguien en la cabeza, se encontró con el robot mesero,
Sam tenía siete años y todos decían que era un ángel cuando la veían. Llevaba un largo vestido de pulcro blanco y su cabello castaño ondeaba bajo una corona de flores, de las mismas que sacaba de su canastito y lanzaba, dando brincos por doquier. Era el matrimonio de su tío y ella no paraba de reír, viendo los coloridos pétalos danzar por los aires.Es un ángel, decía su abuela, que desconocía que era ella la que se comía las galletas que guardaba celosamente en el frasco de la cocina, es un ángel, decían sus padres, que no sospechaban que Sam usaba los patines prohibidos cuando ellos no estaban; es un ángel, decía el novio, sin sospechar que esa pequeña inocente lanzaría, años más tarde, su lujoso auto a la piscina.Y ella seguía riendo, brincando y lanzando flores. Gozaba de la libertad que otorgaba la falta de conciencia moral, la falta de culpa y la incipiente distinción entre el bien y el mal. Sam no era un ángel, ser llamada de tal m
¿Qué era lo peor que podía pasar? Eso se preguntaba Sam conduciendo el auto camino a la ciudad donde vivía su abuela, con Vlad de copiloto. Que la avergonzara frente a su familia, eso era obvio, eso era lo que el demonio ansiaba. Sin embargo, tenía la certeza de que no iría muy lejos. A él tampoco le convenía que sus vergüenzas quedaran al descubierto. La retorcida relación laboral que mantenían era un secreto guardado bajo mil llaves y debía seguir siéndolo, tanto para los Sarkovs como para los Reyes. Así que tenía que respirar y relajarse o acabaría sin dedos de tanto comerse las uñas. Era un pésimo hábito. Su abuela le decía que las uñas se le acumulaban en el estómago y le perforarían el vientre y moriría destripada como un pescado. Dejó de comerse las uñas. Y pescado también.Ahora los malos hábitos regresaban y en el peor momento.—¿Qué le diré a mi familia? ¿Cómo lo presentaré con ellos?—Diles que soy tu novio.
Sam se levantó de un brinco. Vlad la imitó. Él ya había visto al padre en las fotografías del informe que Markus le había entregado. No era para nada un hombre intimidante, no como el suyo al menos. Pese a eso, el hombre lo miraba como si mirara a una cucaracha.—Hola, padre —saludó ella, con la voz cargada de seriedad.Su padre, Augusto Reyes, era un hombre alto, más alto que ella y que Vlad. Era deportista, le encantaba correr en maratones. Y era asiduo al drama, sacado de una novela. Sus ojos pardos derrochaban desdén. No era bueno ocultando sus emociones, Sam había heredado esa transparencia.—¿Y este chico? ¿Vive contigo debajo del puente?El pálido rostro de Sam se fue tiñendo de rojo, como si la estuvieran cociendo en agua hirviendo.—No puedes soportar que no haya vuelto suplicando perdón y rogando por tu ayuda ¿Verdad?—Todo cae por su propio peso, Sam. Tarde o te
Una vez a Sam la confundieron con su prima en la escuela. Eso la enfadó, ellas no se parecían en nada y su prima era mayor. Ya más grande, en una fiesta, la creyeron una actriz famosa y hasta un autógrafo le pidieron. Ella no tuvo el corazón de sacarlos de su error y firmó con una dedicatoria. Ahora, mientras le lamía, besaba y chupaba los abdominales de acero a su jefe, él la llamaba con el nombre de alguien más, con el nombre de la mujer que ella sospechaba que él amó o amaba todavía; el nombre que estaba grabado en la piel que besaba.Se quedó quieta bajo las sábanas. Si él estaba dormido, no se atrevía a sacarlo de su sueño. Se le hizo un nudo en la garganta.—Violeta, ven aquí. —Vlad deslizó las sábanas, encontrándose con los ojos de cervatillo de Samantha.Al instante se sobresaltó, apartándose hasta el otro extremo de la cama. "Sí que se ha decepcionado", pensó Sam. Sin embargo, lo que se agitaba en el fondo de los
Vlad revisó la agenda que compartía con Samantha. Era de mañana. A las once tenía una reunión en la empresa y luego estaría libre. Ella estaría ocupada toda la tarde.—¿Tienes trabajo de fotógrafa?Sam le dejó el café sobre el escritorio.—No, voy a salir con un amigo.—¿Cuál amigo?—Ken, de INVERGROUP. Usted ya lo conoce.—Apenas y lo he visto un par de veces —dijo él, bebiendo un sorbo de café.Si lo decía el todopoderoso Vlad Sarkov, Sam no era nadie para contradecirlo. Sam no era nadie.—Ten cuidado con él, parece un tipo raro.El diablo hablando de maldad. Ella hubiera esperado que le dijera que no tenía permiso para ir. Era una burra, como decía su prima. Burray además ilusa.Su cita era en el cine. Mientras Sam miraba la cartelera, Ken compraba palomitas.—¿Vemos una de terror