LXXIV Regreso

—Por Dios, Sam… ¡Por Dios, Sam! —exclamaba Augusto, aferrándose la cabeza.

El interrogatorio había concluido. Sam no era buena mintiendo, sobre todo cuando las mentiras empezaban a enredarse unas con otras, cada una más grande y retorcida que la anterior. Bastó un poco de presión por parte de sus padres para que lo acabara contando todo, sin censuras. Todo lo ocurrido con los Sarkovs desde su llegada a la mansión era conocido ahora por ellos.

—¡Por Dios, Sam, por Dios! —seguía exclamando su padre, yendo de un lado a otro en la sala.

Majo nada había dicho. Oyó todo en silencio y se quedó con la vista fija en la alfombra, pensando.

Sam suspiró. Dar el paso que había dado, y que tanto le había costado, era abrumador. Sus secretos habían sido expuestos, habían dejado de ser secretos. La vergüenza, la tristeza y el dolor se peleaban por su atención. Había Sam para todas esas emociones y muchas más. Lo que no po

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