—Me llamo Samantha, pero puedes llamarme Sam —se presentó ella, con una radiante sonrisa.
—No voy a llamarte de ningún modo. Vete y no vuelvas, no quiero tener problemas en mi trabajo por tu culpa.
—Yo no quiero causarte problemas, todo lo contrario. Puedes contar conmigo si necesitas algo, lo que sea. Considérame tu aliada. —Se bajó de la mesa y caminó hacia la puerta—. ¿Puedo invitarte a cenar?
—No.
Se lo ponía difícil, pensaba Sam, caminando de regreso al hotel. La opción de secuestrarlo era bastante atractiva, no podía negarlo, pero seguía siendo la última. Contarle la verdad y decirle quién era también estaba por el final. Temía que él no se lo tomara bien y escapara. Podía ser alguien más, pero en esencia seguía siendo el mismo y Vlad Sarkov era el hombre más desconfiado que había conocido. Decidió que seguiría con el plan de acercamiento que tenía hasta ahora.
El encargado del restaurante había dicho que Vlad era el último en dejar el trabaj
En un remoto rincón de la playa, detrás de unas rocas y lejos de los ojos de los curiosos, hasta donde ellos sabían, los cuerpos de Sam y Juan se balanceaban al ritmo de las olas. Era la unión sutil de dos personas que acababan de conocerse, porque podía ser Vlad, pero era diferente, era alguien nuevo. Aún así, la sensación de estar en territorio conocido era potente, hasta Juan lo sentía de ese modo. Eso lo intrigaba. Y por mucho que deseara cooperar para saciar la sed de venganza que dominaba a la agraviada mujer, sabía que no estaba bien, así que se negó. Ella pareció más triste que cuando le contó sobre la homosexualidad de su novio.“¿Bailarías conmigo entonces?”, le preguntó ella.Él no sabía bailar, no tenía ganas de bailar.Le dijo que sí. La abrazó y empezaron a dibujar en la arena algo parecido a un triángulo, moviéndose en un suave ritmo de vals. Así estuvieron en un instante que pareció eterno y fugaz al mismo
Sam se levantó temprano. Anduvo a hurtadillas por la habitación para no despertar a Vlad. Le dejó una nota en la mesita de noche avisándole que saldría de compras. Su novio necesitaba ropa. Prendas sobrias como usualmente usaba, algunas casuales y otras que a ella le gustaran. Se dio una vuelta por la tienda de disfraces para adultos también.Horas después entraba al hall del hotel cargada de bolsas. Saludó a las recepcionistas ataviadas con túnicas blancas a la usanza griega y caminó hacia los ascensores. Un hombre apareció en su campo de visión y se le interpuso.La radiante sonrisa que lucía Sam desde que se despertara entre los brazos de Vlad se desvaneció como un suspiro.—Samantha… Estás viva.La sorpresa en el rostro de Markus era tanta como la que había en el suyo, como si hubiera visto un fantasma.—¿Por qué no lo estaría? La señora sólo me dio unas vacaciones. —Pulsó el botón par
—Por Dios, Sam… ¡Por Dios, Sam! —exclamaba Augusto, aferrándose la cabeza.El interrogatorio había concluido. Sam no era buena mintiendo, sobre todo cuando las mentiras empezaban a enredarse unas con otras, cada una más grande y retorcida que la anterior. Bastó un poco de presión por parte de sus padres para que lo acabara contando todo, sin censuras. Todo lo ocurrido con los Sarkovs desde su llegada a la mansión era conocido ahora por ellos.—¡Por Dios, Sam, por Dios! —seguía exclamando su padre, yendo de un lado a otro en la sala.Majo nada había dicho. Oyó todo en silencio y se quedó con la vista fija en la alfombra, pensando.Sam suspiró. Dar el paso que había dado, y que tanto le había costado, era abrumador. Sus secretos habían sido expuestos, habían dejado de ser secretos. La vergüenza, la tristeza y el dolor se peleaban por su atención. Había Sam para todas esas emociones y muchas más. Lo que no po
Sólo sonidos de platos y cubiertos se oían en el comedor de los Sarkovs. Podría pensarse que era un desayuno silencioso más si no fuera porque nadie intercambiaba miradas. La cansada expresión de Anya no lograba ocultarse tras el maquillaje, hasta más anciana se veía. Vlad miraba el puesto vacío frente a él. Allí debía ir Ingen. El niño se había sentado prácticamente al otro extremo de la enorme mesa con tal de no tenerlo cerca. Y miraba su comida con furia, todo lo miraba con furia. No pasaría mucho hasta que la ira que anidaba en él se desbordara. Vlad no se extrañaría si acababa apuñalándolo con un tenedor, sobre todo cuando lo empuñaba y se quedaba mirándolo fijamente, hipnotizado con su brillo. Se estaba convirtiendo en un niño diabólico.Su familia parecía estar derrumbándose en el silencio.—¡Buenos días! —saludó Sam, con su voz melodiosa y una radiante sonrisa.El siniestro comedor pareció iluminarse con su presenc
—En serio, Sam, es como si hubieras resucitado —le dijo Kel.Aunque Sam ya no era una sirvienta, la ayudaba en sus labores igual que antes. Vlad estaba trabajando, Ingen en la escuela, no tenía trabajo como fotógrafa, no había nada más que pudiera hacer y el aburrimiento era perjudicial para el cuerpo y la mente, así se lo había dicho su abuela cuando aprendía a tocar flauta china. La mujer cambiaba constantemente de pasatiempos, sus intereses eran sumamente volubles, pero le gustaban bastante los instrumentos exóticos.Sam no había heredado su talento para la música, no señor. Sus padres la habían hecho tomar clases de piano a temprana edad, pero su coordinación le hizo imposible llegar a producir algo bueno para la salud auditiva. Ni hablar de su voz, Sam no cantaba, aullaba. Eso no la detenía de ir al karaoke de vez en cuando con sus amistades. Los verdaderos amigos eran los que seguían a su lado luego del karaoke. Cuando iba con Félix,
Vlad estaba sentado a la cabeza de la larga mesa con los directivos. Lucía radiante y descansado. Nadie imaginaría que hubiera estado bebiendo hasta altas horas de la madrugada. La única hora que saldría con Sam acabó por alargarse, un trago llevó a otro y ella terminó bailando sobre la mesa. La Sam ebria y feliz era muy diferente de la Sam ebria y furiosa.Era atrevida, un cervatillo salvaje. Recordar el seductor striptease que ella le había dedicado casi podía hacerlo sonrojarse. Sin embargo, allí estaba, el frío, despiadado, altivo e indiferente Vlad Sarkov, con la vista fija en las gráficas y sus curvas ascendentes, concentrándose por alejar de su mente las enloquecedoras curvas de su novia. Nadie imaginaría los sucios pensamientos que él tenía, mezclándose con las cifras de las utilidades de su división en las empresas Sarkov. El hecho de que estuviera pensando en una mujer ya les parecería extraño.Nadie se atrevía a decírselo, pero
Sam hojeaba la revista de modas, sin prestarle mucha atención. Todos sus sentidos estaban enfocados en Anya Sarkov. La mujer la había invitado a tomar un té a la terraza y Sam no pudo negarse, en parte porque era la madre de su novio y también porque no deseaba hacerla enfadar. Sin embargo, la razón más importante era otra. Estaba segura de que la mujer estaba al tanto de las oscuras andanzas de su esposo y quién sabía de qué más.—Los diseños de Jean Lu fueron un éxito en la semana de la moda de París. Mi boutique traerá la colección con modelos exclusivos, podríamos ir de compras.Sam la miró boquiabierta. Esa sí que era una propuesta inesperada.Se recuperó prontamente, intentando actuar con naturalidad.—Claro, señora. Yo con gusto la acompaño.—Necesitas algo especial para ir a la cena de la empresa la próxima semana ¿Vlad ya te invitó?—No, señora.Él ni siquier
—Ay Vlad, esto es tan rico…—Puede serlo mucho más.La mujer, con las piernas enrolladas fuertemente en la cadera de Vlad, dio un grito, en parte por el inmenso placer que le causaba tenerlo tan adentro y también por lo que se estaba clavando en la espalda. Era duro y grueso. Vlad aumentó la frecuencia de sus embestidas. Ella dejó de gritar cuando su boca se dedicó a succionar el cuello del hombre. Él gruñó, embistiéndola con más fuerza. Otros gritos, gemidos y gruñidos se unieron al escándalo, agudizado por una avalancha de juguetes que les cayó encima. Eran ruidosos. Cualquiera que los hubiera oído creería que se trataba de una escena del crimen, estaban matando a alguien ahí dentro.Diez minutos después, la supuesta muerta se asomó por la puerta del estrecho armario, con las ropas revueltas y el cabello negro y rizado enmarañado. Se apresuró a cerrarla cuando vio que había alguien afuera.