Una de la mañana y seguía dando vueltas en la cama. Fue entonces cuando escuché la llamada de Rich. Mariposas volaron en mi estómago y se instalaron en mi pecho. Él provocaba eso en mí… y muchas cosas más.
—Esto es una locura, Lil. Extrañarte debería estar vetado en mi vocabulario, pero lo hago. Jodidamente, te extraño —dijo. Tapé mi boca, ahogando un grito. Para mí eso fue casi una declaración y una promesa—. ¿Lil?
—Aquí estoy —pronuncié segura, tratando de no sonar aturdida.
—¿Estabas pensando en mí? —preguntó, con esperanza.
—¿Quieres la verdad? Nunca dejo de hacerlo.
—Te necesito, Lil. Quiero tocarte, besar tus labios, desnudarte y… ¡Dios! Esto es peor que un castigo, es una letanía.
—Pobre nene llorón &mdas
RICHARD —El famoso Richard Hernández en persona —se mofó Ariel. Que por cierto no era una chica, sino un idiota al que su madre quiso ponerle ese estúpido nombre de princesa Disney.—¿Dónde dejaste a Sebastián, princesita? —dije, para molestarlo.—Hombre. Solo estaba bromeando.—Yo también —respondí sin mirarlo. Como si fuera un masoquista buscando que lo maltratara, se sentó a mi lado.—Entonces los rumores son ciertos ¿te dejaste engatusar por una mujer? ¿Es linda? ¿Le gusta que la follen duro? Porque podemos compartir —Apreté mis puños y conecté uno directo en su mandíbula.—¡No vuelvas a hablarme! —Tiré un billete de veinte en la barra para pagar mi cerveza y sal&iacu
Faltaba un día para que llegara Lil y no tenía muchas opciones más que dormir. En eso estaba cuando me levanté de la cama, sobresaltado. Creí oír voces en el apartamento y una era muy parecida a la de Lilian. Primero pensé que estaba alucinando, pero luego la vi en la sala junto a Kate. No entendía un carajo. ¿Qué hacía usando mi camisa? ¿Qué hacía Kate en mi apartamento? Todo se salió de control, estaba perdiendo a Lil y no sabía qué hacer. No podía ni pensar. Titubeé un segundo, pero luego corrí fuera del apartamento y solo alcancé a ver las puertas del ascensor cerrarse, con Lil desplomada en el suelo, llorando. Quería matar a Kate.Entré de nuevo al apartamento, llamé a Albin, el vigilante del estacionamiento, y le dije que no la dejara salir. Metí mis piernas en unos pan
LILIAN Los primeros días lejos de él fueron una tortura. Lloraba hasta quedarme dormida y lo maldecía por eso. Todo era su culpa, hizo que me enamorara de él y luego me rompió el corazón. Los días se fueron transformando en semanas y, aunque el dolor seguía clavado en mi pecho, ya había dejado de llorar. Tenía que seguir adelante con mi vida. Richard no era el único hombre en el mundo y no iba a permitir que fuera el único en mi corazón. Estaba decidida a olvidarlo, pero no estaba preparada todavía.Una noche, mientras contaba ovejitas para quedarme dormida, recibí un mensaje de Harry. Me invitaba a cenar en un lujoso restaurant de la ciudad. Lo primero que pensé fue en decirle no, porque era muy pronto para mí, pero después dije: ¿Por qué no? Harry era tierno, divertido, respetuoso
RICHARD Pensar en ella en brazos de otro hombre me enfermaba. En ese momento pensé que el amor era un asco, que te convierte en nada, en escoria inservible. ¿Para que existe el jodido amor? ¿Para qué sirve? Para un carajo.Esquivé un golpe a mi derecha, luego otro a mi izquierda. Estar en el ring era adrenalina pura y necesitaba eso. Necesitaba estar ahí para desquitar el dolor, para arrancar la pena y destrozar a alguien más a punta de golpes. El ding de la campana sonó, anunciando que había vencido al segundo oponente de la noche.—Vaya, vaya. El hijo pródigo vuelve a casa —dijo una voz que jamás olvidaría.—No soy tu hijo y mucho menos esta es mi casa —gruñí, sin mirarlo.—No seas majadero, Richard. Sabes que eres bienvenido siempre.Me giré y en
LILIANLa cabeza me iba a estallar. Arrastré los pies por la habitación con los ojos entre abiertos. Un martilleo constante pululaba en mi cabeza como un castigo a mi torpeza. Juré que nunca más me emborracharía así.—Elizabeth McColl, mujer bendita de Dios. Hazme uno de tus mejengues sanadores —Le supliqué en la puerta de su habitación, esperando contar con su bondad.—Eso te ganas por emborracharte —gruñó al abrir la puerta—. Te buscamos por una hora y te encontramos dormida en el suelo de un baño.—¡Oh mi Dios! ¿Cómo hicieron?—grité, apenada.—Charles te cargó. Estabas demasiado ebria.—Lo último que recuerdo fue a Ariel haciendo el ridículo en el karaoke.—Hubiera querido olvidar eso —dijo Lissy.
RICHARD —¡Oh Dios! —gritaba la morena, frenéticamente, mientras la follaba duro sobre la mesa de pool.Esperaba que siendo el Richard de antes olvidaría a Lil, pero era peor el remedio que la enfermedad. No podía desligarla de mi mente ni de mi jodido corazón. Siempre estaba presente. Aunque del antiguo Richard no quedaba mucho; porque sí, seguía teniendo sexo con diferentes mujeres, pero ya no les ponía reglas, si querían quedarse acurrucadas en mi pecho toda la noche, las dejaba; si querían que nos viéramos de nuevo lo hacíamos. Ya no hacía falta proteger mi corazón, ya estaba hecho mierda.Y cuando pensé que no podía dolerme más el corazón, la vi. Caminaba en el aeropuerto con aquel andar sensual que tenía su sello de exclusividad, ese que me volvía loco y
LILIAN Dicen que cuando uno muere —o está muriendo— ve una película en la cabeza, un resumen de su vida o algo parecido. Yo no vi nada, solo oscuridad. No había una luz esperándome al final, no había cielo o infierno, solo tinieblas. Sentía que mi cuerpo estaba suspendido como el humo en el aire y quería que la muerte llegara como un huracán y me arrastrara a un lugar de dónde no pudiera volver. Y el huracán llegó, pero no me arrastró, me salvó. Richard Hernández me salvó. Lo supe al despertar. Una de las doctoras que me atendió me dijo que un rubio de ojos grises me trajo y que de no ser por él hubiera muerto.Recuerdo haber dicho que había matado a mi bebé. Recuerdo gritar que no me ayudaran, que no me salvaran, que no lo merecía. Recuerdo tan vívidamente t
Me dieron el alta bajo mi responsabilidad. Firmé los documentos, me vestí y salí del hospital. El camino en el auto se tornó pesado e incómodo. Había palabras por decir, asuntos sin resolver, pero no era el momento. No quedaba espacio para nosotros.Escalofríos me abordaron a medida que avanzaba dentro del apartamento en penumbras. Los recuerdos de lo que ahí había pasado seguían frescos en mi memoria como una pintura recién hecha. El más leve sonido penetraba en mis oídos y me perturbaba: mi respiración pesada, la de Richard, mis pasos, los suyos y, sobre todo, la voz dentro de mi cabeza que gritaba ¡Asesina!Retuve un gemido entre mis labios apretados. No era momento de flaquear, no era mi momento. Estaba ahí por Lissy y debía ser fuerte por ella.—Espera aquí —le pedí a Richard entre susurros. Él le dio u