RICHARD
Mientras ella me gritaba que me iba a matar yo pensaba, ya me estás matando. Lo hacía al desnudarse delante de mí, lo hacía cada vez que me miraba, lo hacía incluso cuando no estaba a mi lado.
Dejar de besarla sobre el muelle me costó Dios y su ayuda. Quería follarla duro sobre el muelle, luego en el agua y después en la cabaña del lago. Pero quería que probara un poco de su propia medicina. Y también convencerme de que seguía teniendo el control.
—¡Richard Tercero Hernández! —gritó mi madre al vernos empapados en la cocina.
La risita de Lilian hizo eco en la cocina. Se estaba burlando de mi segundo nombre. Todo el mundo lo hacía cuando lo escuchaba y ella no iba a perder la oportunidad.
—Fue ella —repliqué, señalando a Lilian.
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LILIAN La línea divisoria entre nuestro falso noviazgo y la amistad se desdibujaba cada vez más. Habíamos pasado del sexo casual, a amigos con beneficios y luego a solo amigos en un parpadear. No sabía si el hecho de que me abrazara a su pecho significaba lo mismo para él que para mí. Con él me sentía protegida y hasta llegué a creer que me quería realmente. Y no de la forma de amigos, sino como una novia de verdad. Entonces le pregunté: —¿Qué haces, Richard? —Estoy abrazando a mi amiga —Su confirmación me descompuso en miles de piezas. Eso era para él: la amiga que le contó su patético pasado. Maldije en silencio por haber dejado que entrara en mi vida, que invadiera espacios de mi corazón que había clausurado muchos años atrás. Me aparté de él y me levanté de la cama. No podía seguir permitiendo que “nuestra amistad” se profundizara. Me dolía, me lastimaba como espinas clavadas en el pecho.
Lentamente, se separó de mí, dejándome con una enorme sensación de inestabilidad. Sentía que flotaba en el aire como una hoja hasta que dijo: «Así no quedarán dudas».La sangre se heló en mis venas. De estúpida creí que él deseaba ese beso tanto o más que yo, pero Richard solo estaba fingiendo. Él solo... actuaba.Me aparté de él y salí corriendo. No me detuve hasta llegar a la habitación. Me encerré en el baño y devolví en el inodoro la porción de torta que acababa de comer.Cuando escuché dos toques en la puerta, entré en pánico. ¿Qué le iba a decir? Richard, pensé que querías besarme y se me rompió el corazón al saber que estabas fingiendo. No, no diría eso. ¿Qué tan estúpida sería si lo hiciera?
RICHARD En el mismo momento que el taxi se alejó de su edificio, la comencé a extrañar. Después de lo de Kate, juré nunca enamorarme y estaba luchando con uñas y dientes para no hacerlo de la enigmática Lilian White. Esa mujer me volvía loco. Unas veces era tierna y vulnerable y otras una fiera vengativa. Y lo peor era que me gustaban sus dos versiones.Llegué a mi apartamento y me tumbé en la cama. Esos fueron los tres días más tensos que había vivido alguna vez y estaba agotado. No tanto por el falso noviazgo, sino por la jodida abstinencia y el juego de solo amigos. Sé que dije aquella noche que sería solo su amigo, pero eso no era lo quería y, la verdad, me daba miedo analizar qué era lo que en verdad quería con esa mujer.Me maldije varias veces por haber permitido que la situaci&oacut
Mis ojos saltaban del menú a la pareja de tórtolos —y no hablo de Elizabeth y Charles, precisamente—. Harry y Lil hablaban entre susurros y se toqueteaban las manos como un par de críos enamorados. Estaba que lo mataba a golpes.Yo elegí el salmón ahumado, Elizabeth y Charles la especialidad del Chef: pato confitado crujiente. Y Lil no pidió nada, el remilgado pidió por ella. Nada más y nada menos que Caviar. No le fue suficiente con alardear de su generosa fundación, también tenía que gastar miles de dólares en ella. Lo odiaba como nunca había odiado a nadie en la vida.Mi plato quedó casi limpio y estuvo cerca de terminar abierto en dos, al imaginar que era el rostro de Harry. Necesitaba alejarme por un momento, calmarme antes de hacer algo estúpido. Me levanté de la silla y caminé hasta el baño. Mientras me miraba en el e
LILIAN Mi corazón quedó devastado cuando vi a Richard salir de ese auto. No podía creer que había roto su promesa de abstinencia con ella y no conmigo en Texas. Porque tuvimos oportunidades, varias, y él ni parecía interesado. ¿Qué podía esperar? Su reputación lo antecedía. Me sentí herida, traicionada. Sentimientos que había experimentado muchos años atrás. Lloré todo el trayecto del bar al apartamento. Estaba enojada más conmigo que con él por haber sido tan idiota de ilusionarme con algo que nunca podría existir. Simplemente él y yo no éramos compatibles.Decidí entonces cortar por lo sano, echarle veneno a las raíces que se habían sembrado en mi pecho para que se secaran. Richard Hernández no tenía permiso de habita
RICHARD Tardé demasiado tiempo en despegar los pies del suelo, en darme cuenta de lo estúpido que fui. Fallé en mis palabras y en la ausencia de ellas. Me sentía tan herido que quise herirla a ella también. Hacía todo mal. Siempre arruinaba todo con Lil.Necesitaba arreglar las cosas con ella, pero no sabía cómo. Tenía que hablarlo con alguien y, con Charles fuera de las opciones, solo me quedaba una persona.Empujé mi orgullo hacia mis pies y llamé a Raiza. Le dije lo que pasó, todo, con pelos y señales. Ella gritó tan fuerte que por una milésima casi destruye mi tímpano. «Debes arreglarlo, como sea». Lo dijo más como una amenaza que como un consejo, pero yo no sabía arreglar nada, solo sabía empeorar todo.Pensando que ya no había soluci&oac
LILIAN No podía creer que amanecí envuelta en los fuertes brazos de Richard Hernández. Lo que hizo conmigo esa noche me hizo dudar de que en verdad fuera de este mundo. Me hizo y me deshizo como quiso, estuve a su merced y hasta dejó de importarme si me decía que lo nuestro sería solo sexo. Ese tema no lo tocamos, nos olvidamos de todo lo que habíamos hablado y solo nos concentramos en el placer.Una vez fuera de esa burbuja de pasión y lujuria, a la luz del día, la confusión me abordó. ¿Qué significaban las palabras de Richard? ¿Qué implicaba necesitarme de más de una forma? Debí preguntarle antes de tener sexo con él por horas. Pero es que no podía resistirme, cuando él me tocaba me olvidaba de quién era y de lo que quería.—Una larga noche
Veinte minutos y cinco segundos, seis, siete, ocho… estaba súper-híper-mega-extra aburrida. ¿Qué se suponía que haría sola hasta el día siguiente? Me resistí por quince largos minutos a la idea de llamar a Rich, pero claudiqué al final.—Alessandra. ¿Eres tú, bebé? —respondió al tercer tono.—No me digas bebé, suena a una frase sacada de un libro de romance juvenil.—¿Qué tiene de malo el romance? —No sabía si era una pregunta capciosa, pero igual respondí. —En realidad, no lo sé. Solo no me gusta.—Tu voz es tan extraña. Suenas nasal.—Tengo un resfriado mortal —dramaticé.—Es una lástima que esté a miles de kilómetros de ti.—¡Qué sarcástico e