8. Decisión

Scarlett

Lloré un poco más cuando otro trueno retumbó, acompañado de la luz cegadora de un rayo. Me quedé congelada bajo el banco en la parada de autobús, agradecida por estar sola en ese momento ya que no habría por qué avergonzarse si nadie me veía de esta forma, aunque también tuve el pensamiento de que quizás esa soledad era mala suerte. Allí estaba, sola en una parada de autobús solitaria, y solo a mí me aterraban tanto los truenos. Era paradójico, el miedo a los truenos era mi tormento, pero también tenía miedo a que alguien pudiera aprovecharse de mi vulnerabilidad en ese estado. Sabía que tenía que moverme, encontrar un refugio más seguro, pero los truenos seguían golpeando mis tímpanos, mi corazón latía desbocado, y me quedé inmovilizada, empapada por la lluvia y por mi propio miedo.

Otro sollozo escapó de mí y las lágrimas fluían sin control, como si el cielo hubiera liberado no solo su tormenta eléctrica sobre mí, sino también mi tormenta interna. Me encontré llorando como
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