—No te hagas la difícil, chiquita, sé que tú también me extrañaste —dice el rubio con una sonrisa torcida—. Sabes que siempre eres bienvenida aquí.Chiquita ha de tener la polla, maldito imbécil. Hago un gesto de asco, lo ignoro y giro mis ojos hacia mi hermano.—¿Por qué estamos aquí, Adamo? —pregunto, tratando de mantener la calma. Aprieto mis manos en puños para no sacar mi daga y enterrársela a ese presumido.—Tengo asuntos importantes que conversar con Rosso —responde Adamo antes de que Rosso pueda hablar. Miro a ambos hombres, que intercambian miradas, algo ocultan—. Mientras tú, te vas a quedar quieta y me vas a esperar.—Odio esperar —resoplo.—No me importa —su voz es rígida, sigue molesto conmigo. Terminé por cabrear a mi hermano, no quería que eso pasara, pero tampoco voy a pedir disculpas.Sigo a los gorilotas y a mi hermano hasta uno de los vehículos en los que llegaron. Afortunadamente, el rubio presumido se fue en otra camioneta. Minutos después llegamos a lo que es un
Por un instante, pensé que podría patear los traseros de estos imbéciles, pero me doy cuenta de que no es así cuando una mujer de casi dos metros de estatura y con más de cien kilos de músculos sube al mismo ring donde estoy esperando a mi contendiente.—¿Qué es eso? —murmuro en dirección a Alan.No aparto mis ojos de esa enorme roca que, aunque algo me indica que pertenece al género femenino, su apariencia robusta y grotesca me deja pensando lo contrario.—Es una mujer al igual que tú —responde. —Ah no, se me olvidaba, tú no eres una mujer, tú eres una mocosa —sonríe el viejo verde.—No entrenaré con ella —replico.No sé qué tipo de entrenamiento está acostumbrada a tener, no creo que sea el mismo tipo de combate que yo haya aprendido desde más joven. Me hará papilla y solo les daré espectáculo a estos imbéciles. Lo que tanto quiere ver mi adorado perrito.—¿Qué, acaso tienes miedo? —pregunta con una ceja levantada.—Por supuesto que no —contesto de inmediato. —Pero no puedes compara
—¡Qué feliz estoy de verte de nuevo! —me dice Ivy, y entonces me abraza del mismo modo que cuando llegó.En el instante en que ella me aprieta un poco, el dolor en mi costado me sofoca e intento reprimir un quejido doloroso, pero se me escapa un pequeño gruñido.—Yo también estoy contenta de verte —respondo, trato de que no se dé cuenta de mi reacción anterior.Deshace el abrazo y se aparta. Me mira con esa mirada que conozco a la perfección.Me observa por unos segundos, como si tratara de leerme la mente. Me toma desprevenida y estira la mano para alzar mi sudadera de un lado, precisamente en la parte de mi costilla lastimada.—¡Antonella, tienes un moretón! —exclama con pánico reflejado en su rostro. —¿Quién te lo hizo? ¿Fue en ese entrenamiento? —Frunce el ceño. —Dímelo, no me mientas.—No es nada —contesto, tirando de la parte baja de mi sudadera para cubrirme de nuevo.—¿Cómo que no es nada? Es necesario que un médico te revise, podría empeorar.—Solo es un simple cardenal —rued
—No exageres, Adamo —digo después de unos minutos. Tuve que intervenir, ya que parecía capaz de cortarle la cabeza aquí mismo al perrito de Alan.—Adamo —Ivy le toca el brazo luego de colocarse a su lado. Cuando tiene un poco de su atención, añade—: No hagas una locura, por favor.Mi hermano la mira por unos segundos que parecen una eternidad, con una mirada que hace que el entorno se sienta más pesado. Estoy segura de que sigue molesto con ella.—Suéltalo, hermano —insisto mientras pongo mi mano sobre la suya, que sigue presionando el cuello de Alan.Más que nada, quiero cortar ese tenso contacto que se ha formado entre esta parejita. Si fuera en otras circunstancias, dejaría que le diera un escarmiento al imbécil de mi guardaespaldas.Finalmente, lo suelta de un modo violento que hace que Alan se tambalee un poco hacia atrás, pero no pierde el equilibrio. Se sigue manteniendo de pie mientras tose y toma respiraciones profundas.—Es hora de volver —demanda Adamo, y luego se gira y se
Quedo parada frente a la puerta del despacho de mi padre. Respiro hondo antes de llamar. Cuando escucho su voz del otro lado y me autoriza a pasar, giro el pomo y empujo lentamente la puerta.Lo primero en lo que mis ojos se fijan es en la espalda firme y ancha de mi padre. Su figura imponente y autoritaria siempre ha sido lo que roba la atención de muchos. Su presencia emana poder y control absoluto, como si el mismísimo aire a su alrededor se sometiera a su voluntad.Hoy lleva puesto un traje oscuro, perfectamente cortado a medida, que realza su complexión atlética y su postura erguida. Solo le falta su saco, el cual veo de reojo en el respaldo de su silla. Sus ojos, de un tono gris acerado casi idéntico al mío, se fijan en mí cuando se gira.—Ya era hora —su voz profunda resuena en la habitación.Si fuera otra persona, estaría temblando de miedo, pero como es mi padre y lo conozco, sé que esa postura ante mí es solo un recordatorio de la autoridad que ejerce como cabeza de esta pod
Su semblante se suaviza, pero noto un gesto de preocupación. Lo que menos quiero es darles problemas; sin embargo, ellos no entienden que yo necesito hacer esto. De esta manera, me siento viva; de lo contrario, sería como un mueble más de esta casa. —Entiendo, papá —asiento sin dejar de mirarlo a los ojos—. Pero tú también debes comprender que, por más que intentes alejarme de este mundo, solo lo estarás complicando, porque es imposible que me aleje. Tú y mis hermanos pertenecen aquí y yo llevo la misma sangre. Por lo tanto, soy igual a ti, papá. Tú más que nadie debes entenderme. Espero que eso le abra los ojos, pero entiendo que tiene sus miedos. Por supuesto que el diablo de Italia tiene temores, lo cual lo hace débil ante sus enemigos, y por ello no me quiere cerca de ellos. Rodea el escritorio y llega a mí, levanta ambas manos y acuna mi rostro entre ellas. —Te entiendo más de lo que te imaginas y es por eso que te quiero lejos de toda esa m¡erd@ —suelta aire con pesadez—.
Después de que papá se fue, mamá me pidió que desayunara con ella. Algo en su actitud me ha tenido inquieta. Desde que la puerta se cerró tras él, la noté ausente, como si su mente estuviera en otro lugar.Sí habló conmigo, incluso me preguntó sobre el internado, cómo me había ido, si la superiora fue dura conmigo después de lo que hice, de escaparme. No me dieron tiempo ni deberle la cara, eso fue todo lo que le respondí.—Mamá, ¿estás bien? —intento averiguar, busco en sus ojos alguna señal de algo.Deja la pequeña taza de porcelana sobre la mesa del jardín, levanta la vista y me dedica una de esas sonrisas cálidas que siempre me da. Luego aprieta mi mano con suavidad.—Estoy bien, mi niña —responde, pero noto cómo su mirada se desvía hacia el jardín, aunque no se levanta de su lugar.No me siento convencida.—No lo parece. Desde que llegué, te noto diferente, como si algo te preocupara. Si es por lo que hice, te aseguro que...—Tranquila, mi niña —me interrumpe suavemente—. No te e
—Es horrible. Las mujeres no deberían tener hijos. ¿Por qué los hombres no nacieron con ese defecto? —comento, después de escuchar todos los detalles de la operación que Asha tendrá cuando llegue el momento. Hago una pausa y añado con una sonrisa irónica—. ¿Y si deciden nacer antes? Tal vez salgan como su tía, rompiendo reglas desde antes de llegar al mundo.—Eso jamás. —Alessio corta mis palabras de inmediato—. No permitiré que sean como tú.—Lo quieras o no, lo llevan en la sangre. —Le devuelvo la sonrisa arrogante que él me lanzó antes—. Hermanito, ¿no has escuchado lo que dice la gente? Lo que no puedes soportar, en tu casa lo has de encontrar.—No digas estupideces —replica, con la mandíbula tensa.—Ale —interviene Asha, recordándole que no estamos solos.—Por favor, chicos, basta de discusiones e insultos —dice mi madre, pero su tono no tiene la firmeza de siempre. Algo la inquieta, la apaga.¿Estará preocupada por mi padre? Aunque apenas se despidió de él, no puedo evitar pregu