Quedo parada frente a la puerta del despacho de mi padre. Respiro hondo antes de llamar. Cuando escucho su voz del otro lado y me autoriza a pasar, giro el pomo y empujo lentamente la puerta.Lo primero en lo que mis ojos se fijan es en la espalda firme y ancha de mi padre. Su figura imponente y autoritaria siempre ha sido lo que roba la atención de muchos. Su presencia emana poder y control absoluto, como si el mismísimo aire a su alrededor se sometiera a su voluntad.Hoy lleva puesto un traje oscuro, perfectamente cortado a medida, que realza su complexión atlética y su postura erguida. Solo le falta su saco, el cual veo de reojo en el respaldo de su silla. Sus ojos, de un tono gris acerado casi idéntico al mío, se fijan en mí cuando se gira.—Ya era hora —su voz profunda resuena en la habitación.Si fuera otra persona, estaría temblando de miedo, pero como es mi padre y lo conozco, sé que esa postura ante mí es solo un recordatorio de la autoridad que ejerce como cabeza de esta pod
Su semblante se suaviza, pero noto un gesto de preocupación. Lo que menos quiero es darles problemas; sin embargo, ellos no entienden que yo necesito hacer esto. De esta manera, me siento viva; de lo contrario, sería como un mueble más de esta casa. —Entiendo, papá —asiento sin dejar de mirarlo a los ojos—. Pero tú también debes comprender que, por más que intentes alejarme de este mundo, solo lo estarás complicando, porque es imposible que me aleje. Tú y mis hermanos pertenecen aquí y yo llevo la misma sangre. Por lo tanto, soy igual a ti, papá. Tú más que nadie debes entenderme. Espero que eso le abra los ojos, pero entiendo que tiene sus miedos. Por supuesto que el diablo de Italia tiene temores, lo cual lo hace débil ante sus enemigos, y por ello no me quiere cerca de ellos. Rodea el escritorio y llega a mí, levanta ambas manos y acuna mi rostro entre ellas. —Te entiendo más de lo que te imaginas y es por eso que te quiero lejos de toda esa m¡erd@ —suelta aire con pesadez—.
Después de que papá se fue, mamá me pidió que desayunara con ella. Algo en su actitud me ha tenido inquieta. Desde que la puerta se cerró tras él, la noté ausente, como si su mente estuviera en otro lugar.Sí habló conmigo, incluso me preguntó sobre el internado, cómo me había ido, si la superiora fue dura conmigo después de lo que hice, de escaparme. No me dieron tiempo ni deberle la cara, eso fue todo lo que le respondí.—Mamá, ¿estás bien? —intento averiguar, busco en sus ojos alguna señal de algo.Deja la pequeña taza de porcelana sobre la mesa del jardín, levanta la vista y me dedica una de esas sonrisas cálidas que siempre me da. Luego aprieta mi mano con suavidad.—Estoy bien, mi niña —responde, pero noto cómo su mirada se desvía hacia el jardín, aunque no se levanta de su lugar.No me siento convencida.—No lo parece. Desde que llegué, te noto diferente, como si algo te preocupara. Si es por lo que hice, te aseguro que...—Tranquila, mi niña —me interrumpe suavemente—. No te e
—Es horrible. Las mujeres no deberían tener hijos. ¿Por qué los hombres no nacieron con ese defecto? —comento, después de escuchar todos los detalles de la operación que Asha tendrá cuando llegue el momento. Hago una pausa y añado con una sonrisa irónica—. ¿Y si deciden nacer antes? Tal vez salgan como su tía, rompiendo reglas desde antes de llegar al mundo.—Eso jamás. —Alessio corta mis palabras de inmediato—. No permitiré que sean como tú.—Lo quieras o no, lo llevan en la sangre. —Le devuelvo la sonrisa arrogante que él me lanzó antes—. Hermanito, ¿no has escuchado lo que dice la gente? Lo que no puedes soportar, en tu casa lo has de encontrar.—No digas estupideces —replica, con la mandíbula tensa.—Ale —interviene Asha, recordándole que no estamos solos.—Por favor, chicos, basta de discusiones e insultos —dice mi madre, pero su tono no tiene la firmeza de siempre. Algo la inquieta, la apaga.¿Estará preocupada por mi padre? Aunque apenas se despidió de él, no puedo evitar pregu
Entramos a la novena tienda de ropa, o quizá la décima quinta; ya he perdido la cuenta. No entiendo cómo mi madre y Asha pueden aguantar tanto, caminando y revisando todos estos estúpidos vestidos brillosos y ridículos. No voy a cumplir cinco años, y no es una fiesta infantil, aunque con estos vestidos parece que terminará siendo un circo.—Mira este, Antonella, ¿a poco no es bellísimo? —dice mi madre, sosteniendo un vestido con tanta pedrería que podría cegarte.—Sí que lo es —respondo, esperando que el sarcasmo no haya sido demasiado obvio. —Qué fastidio —murmuro para mí misma.—Dímelo a mí —articula Alan a mi lado, visiblemente agotado. También tiene que soportar esta tortura de ir de compras con dos mujeres obsesionadas con los dichosos vestidos.No me da lástima, al contrario, me da satisfacción de que sufra como yo lo hago.—Al menos tú puedes darte pequeñas escapadas. Yo, en cambio, debo quedarme hasta el final de la tortura —me quejo, dejándome caer en un sofá. Ya no sé si es
—Creo que ya no podré seguirlas por todas esas tiendas que faltan —admite Asha mientras se deja caer en un banco cercano y con una expresión de agotamiento. Me acerco rápidamente y la ayudo a sentarse mejor, rezando en silencio para que sugiera que nos vayamos.—Pensé que sería más fácil encontrarte tu atuendo. Eres muy exigente, Antonella —comenta con un tono de regaño, aunque se ríe al final. —Y luego, tus tallas son tan pequeñas… ni yo media eso antes del embarazo. Ahora soy dos tallas más grandes —añade, haciendo un gesto de horror. Y también me asusto un poco. ¿Es posible que se pueda recuperar las medidas de antes, se puede hacer eso?—Ah, no exageres. ¿Qué importa una talla más o dos? —respondo y hago un gesto con la mano, dejándome caer en el asiento junto a ella.Intento no mostrar mi preocupación por su cambio de tallas, pero noto el espanto en su rostro. Alessio ya me había advertido que Asha estaba sensible, pero temo que se ponga a llorar y terminemos llamando la atenció
Dos malditas horas en esta estúpida tienda. Definitivamente, fue una pésima idea acompañar a mi madre. Lleva más de una hora haciéndome probar cada vestido que elige para mí. Ya perdí la cuenta de cuántas veces he entrado a ese maldito probador.—Madre, ya me quiero ir —suelto un quejido, tirada en el sofá.—Ya acabamos, este es el último. Bueno, ahora solo falta que te decidas por uno. Yo digo que el verde esmeralda, ¿qué te parece?Frunzo la nariz.—¿Por qué tengo que elegir? Agarra el que sea y dile a la zorra del mostrador que lo meta en una de esas ridículamente costosas bolsas con el logo de mierda de la boutique.—Antonella, por favor. No te expreses de esa manera sobre la gente y el lugar —suspira, cansada, y no es por ir y venir entre tiendas, sino por mí. Sí, mamá, te canso rápido. —Solo han sido amables con nosotras.¿Amables? Unos lameculos. La del mostrador solo quiere lamer el culo de mi guardaespaldas, y probablemente otras partes que prefiero no imaginar. Lo sé por las
Muestro una sonrisa con todos mis dientes, obviamente fingida. La mujer solo me mira con los ojos muy abiertos, su rostro enrojecido; no sé si de coraje o vergüenza. Seguro que en este momento desearía que la tierra la tragara, lo cual me haría un favor.—¿Vas a quedarte ahí parada como una estúpida, mirándome sin cobrar el maldito vestido? —insisto, ya que no se ha movido, parece que ni siquiera respira.A mi lado, escucho un carraspeo. Parece que mi “perrito faldero” también se siente incómodo.—Antonella —dice Alan, pronunciando mi nombre con un tono que, por supuesto, no me agrada en absoluto.—¿Qué? —respondo un poco alto, pero sin gritar para que mi madre no me escuche. —Recuerda tu lugar, anciano —le advierto, sin apartar la mirada de la empleada del mostrador. —¿Vas a seguir mirándome con esa expresión de espanto o te moverás a hacer tu trabajo?La mujer parpadea varias veces y finalmente comienza a teclear en la pantalla frente a ella, pasando el código de barras del vestido