—¿Cómo demonios caí en esto? —continúa quejándose el grandullón llorón—. Si los putos rusos no me asesinan, lo hará tu padre en cuanto me vea.
—Cállate, pareces un niño llorón —siseo, para que no nos oigan.
—¿Qué? ¿A poco se te hace algo normal robarle a la Bratva?
—Con un demonio —chasqueo—, ¿para ellos qué son, quinientos mil dólares? Nada, seguro los recuperan en unas horas con otro cargamento robaron.
—Nosotros les estamos robando, ellos hasta un dólar te hacen que les pagues, y con intereses.
—Nosotros no vamos a devolver nada. Aparte, no me dijiste que ese dinero era de un cargamento que le robaron a la mafia italiana. No creo que mi padre se moleste cuando sepa que le ayudé a recuperar el dinero de uno de sus cargamentos robados.
—No debí haber soltado la lengua delante de ti, qué idiota fui.
—¿Apenas te das cuenta de que eres un gran idiota?
Siempre hago este tipo de cosas, pero ahora me estoy arriesgando a lo grande. Gente que le debe dinero a mi padre o que hace apuestas y pierden en sus clubes, debiéndole sumas de dinero, yo los hago pagar. ¿Cómo? Los amenazo o termino robándoles cuando veo que tienen autos, joyas y dinero.
Londres está lleno de lugares que le pertenecen a la mafia italiana; yo visito esa zona algunas noches. Cuando me entero de que algún tipo le debe a la organización, terminan conociendo a la princesa de la mafia italiana.
Muchos de ellos creen que mi padre me envía para cobrarles, pero no es así; yo me encargo de hacerlo por mi propia cuenta. Mi papá todavía no se entera de mis pequeñas escapadas, y espero mi secreto siga oculto. Si no, se me acabará mi diversión y con ello mis demonios se encerrarán de nuevo y terminaré volviéndome loca.
—¿Lista? —me susurra el grandullón cuando se coloca a mi lado.
La adrenalina me hace sentir invencible, pero también consciente de cada detalle. Todo puede cambiar en un instante.
—Siempre. —Le doy una mirada rápida, asegurándome de que esté preparado.
Preparada con mis dos armas en mis manos, abrimos la puerta, esta hace un ligero crujido. Nos deslizamos dentro, el pasillo oscuro envolviéndonos. Cada paso resuena en el silencio, un recordatorio de lo que está en juego. Miro a mi alrededor, buscando cualquier señal de peligro. Todo parece tranquilo, pero no puedo confiarme.
—Por aquí —indica el grandullón, nos movemos hacia una sala, supongo que él sabe dónde guardan el dinero.
Nos detenemos frente a otra puerta. Siento cómo el corazón me late con fuerza en el pecho. Este es el momento de la verdad. Respiro hondo y abro la puerta de un empujón. La habitación está iluminada por una tenue luz amarilla, y el olor a dinero y cigarrillos viejos impregna el aire.
—Allí está —dice el grandullón, señalando una caja fuerte en la esquina.
Me acerco rápidamente, sacando las herramientas de mi chaqueta. Mientras trabajo en la cerradura, escucho el sonido de pasos acercándose. Mi corazón se acelera aún más, pero trato de mantener la calma.
—¡Apresúrate! —susurra él, el pánico evidente en su voz.
—Lo tengo. —La cerradura cede con un clic, y abro la caja fuerte.
No me dejo atraer por esa cantidad de billetes que hay adentro de la caja, no caigo en ell. A mí el dinero no me ciega como a estas ratas. Comienzo a llenar la mochila, mis movimientos rápidos y eficientes.
—¡Alto! —La voz resonante de un guardia nos hace congelarnos.
Me giro, mi mano ya en la empuñadura de mi arma. El guardia nos mira con una mezcla de sorpresa y furia. No hay tiempo para pensar. Actúo por instinto, disparando un tiro que le da en la cabeza y lo derriba cayendo al suelo.
—¡Hay que irnos ya! —grito. —Primero guarda el resto en la maleta que traes mientras yo vigilo en la puerta por si alguien más viene.
El grandullón, todavía temblando, mete el resto del dinero en su maleta, sus movimientos torpes y apresurados. La tensión en el aire es palpable, y cada segundo que pasa parece estirarse eternamente.
—¡Date prisa! —presiono, la urgencia en mi voz innegable.
Finalmente, él cierra la maleta con un tirón brusco y nos dirigimos fuera de allí. Nos deslizamos por el pasillo oscuro, nuestras respiraciones rápidas y entrecortadas.
—Demonios, ¿dónde deje las llaves de mi auto? —pregunta el grandullón, su voz un susurro lleno de miedo mientras busca en los bolsillos de su pantalón.
—Mantén la boca cerrada y sigue caminando —digo, sin mirarlo.
Salimos a un callejón trasero y corro hacia el auto, él detrás de mí. Abro la puerta del conductor y me deslizo al volante, ingreso la llave encendiendo el motor. Él apenas tiene tiempo de subir antes de que acelere.
—Así que tú las tenías, ¿en qué momento me las sacaste del bolsillo? —reclama mientras toma aire. Unos disparos suenan, uno llega a dar en el espejo de mi lado. —¡Mierda, esos espejos eran nuevos, acababa de comprarlos! —se queja.
Los hombres de la Bratva no pueden seguirnos, veo por el otro espejo como salen varios guardias del edificio. Todos armados y tirando disparos a nuestra dirección, pero ninguna bala nos toca.
Hago mi maniobra con el volante y piso hasta el fondo el acelerador para alejarnos de ese lugar esquivando las balas.
El grandullón sigue refunfuñando sobre el espejo roto, mantengo los ojos fijos en la carretera, cada músculo de mi cuerpo tenso y listo para reaccionar. La adrenalina aún corre por mis venas, y cada giro que tomo me recuerda lo viva que estoy y lo genial que se siente sentirse de esta manera.
—No puedo creer que estemos vivos —dice el grandullón, su voz aun temblando.
—Agradéceme, sigues vivo por mí. Si no ahora tendrías la cabezota perforada con una bala —le digo, sin apartar la vista del camino.
El coche avanza a toda velocidad por las calles desiertas de Londres, las luces de los postes parpadeando sobre nosotros. Finalmente, tras varios minutos de maniobras cuidadosas, reduzco la velocidad y me meto en un callejón oscuro, un atajo para regresar más pronto al club.
—Joder, hija del Diablo tenías que ser —masculla.
Cuando pronuncia esas palabras, mi corazón se llena de orgullo, no por quién lo diga, sino porque yo me siento orgullosa y poderosa de llevar sangre Mancini en mis venas. Este es mi maldito mundo.
Una vez que nos aseguramos de que nadie nos sigue, giro rumbo al club. Minutos después, estamos de vuelta en el estacionamiento. Corro hacia la puerta de ese sitio y me voy a la bodega que hay atrás. De allí saco mi scooter eléctrico que dejé aquí la última vez que vine.Me dirijo a la puerta y en el camino me encuentro al grandullón que viene ingresando en el club. En eso, me quito la mochila y se la lanzo.—¿Qué se supone que haga con esto? —pregunta luego de atraparla.—Entrégales todo el dinero a los hombres de mi tío Iván, sin que sepan realmente cómo lo conseguiste.—Es obvio que ellos me van a interrogar. Me preguntarán cómo demonios tengo una suma de dinero como esta en mis manos. Pensarán que desfalqué a una rata rusa.—No sé, invéntate algo —hago un ademán, luego me giro y comienzo a caminar para irme.—¡Hey, niña! ¿A dónde vas? —dice en tono alto.Ya no teme que nos oigan porque estamos en territorio que le pertenece a la mafia italiana.—De vuelta a mi prisión —respondo, e
Me observa con esos ojos grises mientras cruza sus brazos. No es del tipo de hermano que quisiera darme unas nalgadas o tirar de mi oreja por haberme portado mal. Adamo es obediente, pero lleva sangre Mancini, y he visto el fuego en su mirada cuando se trata de tomar el mando. Fue hecho para ser líder, y no quiero quitarle su lugar; solo lucho por lo que me corresponde como una Mancini.—Antonella, sabes que no puedes escapar siempre —la voz severa de Adamo me hace considerar mantener el respeto que le tengo.Lo miro a los ojos. Sin duda, está disfrutando de su tarea como hermano mayor regañón. Alessio siempre ha sido muy protector conmigo, tanto que nunca me apoyaba en mis aventuras. Es por eso que usaba a Santino; él me ayudó a convencerlo en muchas ocasiones.—¿Escapar? ¿Quién dijo que estoy escapando? Solo estoy tomando una pequeña excursión nocturna —respondo con una sonrisa sarcástica, aunque por dentro mi corazón late como un tambor.—Tu padre no está muy contento —continúa, ig
—No te hagas la difícil, chiquita, sé que tú también me extrañaste —dice el rubio con una sonrisa torcida—. Sabes que siempre eres bienvenida aquí.Chiquita ha de tener la polla, maldito imbécil. Hago un gesto de asco, lo ignoro y giro mis ojos hacia mi hermano.—¿Por qué estamos aquí, Adamo? —pregunto, tratando de mantener la calma. Aprieto mis manos en puños para no sacar mi daga y enterrársela a ese presumido.—Tengo asuntos importantes que conversar con Rosso —responde Adamo antes de que Rosso pueda hablar. Miro a ambos hombres, que intercambian miradas, algo ocultan—. Mientras tú, te vas a quedar quieta y me vas a esperar.—Odio esperar —resoplo.—No me importa —su voz es rígida, sigue molesto conmigo. Terminé por cabrear a mi hermano, no quería que eso pasara, pero tampoco voy a pedir disculpas.Sigo a los gorilotas y a mi hermano hasta uno de los vehículos en los que llegaron. Afortunadamente, el rubio presumido se fue en otra camioneta. Minutos después llegamos a lo que es un
Por un instante, pensé que podría patear los traseros de estos imbéciles, pero me doy cuenta de que no es así cuando una mujer de casi dos metros de estatura y con más de cien kilos de músculos sube al mismo ring donde estoy esperando a mi contendiente.—¿Qué es eso? —murmuro en dirección a Alan.No aparto mis ojos de esa enorme roca que, aunque algo me indica que pertenece al género femenino, su apariencia robusta y grotesca me deja pensando lo contrario.—Es una mujer al igual que tú —responde. —Ah no, se me olvidaba, tú no eres una mujer, tú eres una mocosa —sonríe el viejo verde.—No entrenaré con ella —replico.No sé qué tipo de entrenamiento está acostumbrada a tener, no creo que sea el mismo tipo de combate que yo haya aprendido desde más joven. Me hará papilla y solo les daré espectáculo a estos imbéciles. Lo que tanto quiere ver mi adorado perrito.—¿Qué, acaso tienes miedo? —pregunta con una ceja levantada.—Por supuesto que no —contesto de inmediato. —Pero no puedes compara
—¡Qué feliz estoy de verte de nuevo! —me dice Ivy, y entonces me abraza del mismo modo que cuando llegó.En el instante en que ella me aprieta un poco, el dolor en mi costado me sofoca e intento reprimir un quejido doloroso, pero se me escapa un pequeño gruñido.—Yo también estoy contenta de verte —respondo, trato de que no se dé cuenta de mi reacción anterior.Deshace el abrazo y se aparta. Me mira con esa mirada que conozco a la perfección.Me observa por unos segundos, como si tratara de leerme la mente. Me toma desprevenida y estira la mano para alzar mi sudadera de un lado, precisamente en la parte de mi costilla lastimada.—¡Antonella, tienes un moretón! —exclama con pánico reflejado en su rostro. —¿Quién te lo hizo? ¿Fue en ese entrenamiento? —Frunce el ceño. —Dímelo, no me mientas.—No es nada —contesto, tirando de la parte baja de mi sudadera para cubrirme de nuevo.—¿Cómo que no es nada? Es necesario que un médico te revise, podría empeorar.—Solo es un simple cardenal —rued
—No exageres, Adamo —digo después de unos minutos. Tuve que intervenir, ya que parecía capaz de cortarle la cabeza aquí mismo al perrito de Alan.—Adamo —Ivy le toca el brazo luego de colocarse a su lado. Cuando tiene un poco de su atención, añade—: No hagas una locura, por favor.Mi hermano la mira por unos segundos que parecen una eternidad, con una mirada que hace que el entorno se sienta más pesado. Estoy segura de que sigue molesto con ella.—Suéltalo, hermano —insisto mientras pongo mi mano sobre la suya, que sigue presionando el cuello de Alan.Más que nada, quiero cortar ese tenso contacto que se ha formado entre esta parejita. Si fuera en otras circunstancias, dejaría que le diera un escarmiento al imbécil de mi guardaespaldas.Finalmente, lo suelta de un modo violento que hace que Alan se tambalee un poco hacia atrás, pero no pierde el equilibrio. Se sigue manteniendo de pie mientras tose y toma respiraciones profundas.—Es hora de volver —demanda Adamo, y luego se gira y se
Quedo parada frente a la puerta del despacho de mi padre. Respiro hondo antes de llamar. Cuando escucho su voz del otro lado y me autoriza a pasar, giro el pomo y empujo lentamente la puerta.Lo primero en lo que mis ojos se fijan es en la espalda firme y ancha de mi padre. Su figura imponente y autoritaria siempre ha sido lo que roba la atención de muchos. Su presencia emana poder y control absoluto, como si el mismísimo aire a su alrededor se sometiera a su voluntad.Hoy lleva puesto un traje oscuro, perfectamente cortado a medida, que realza su complexión atlética y su postura erguida. Solo le falta su saco, el cual veo de reojo en el respaldo de su silla. Sus ojos, de un tono gris acerado casi idéntico al mío, se fijan en mí cuando se gira.—Ya era hora —su voz profunda resuena en la habitación.Si fuera otra persona, estaría temblando de miedo, pero como es mi padre y lo conozco, sé que esa postura ante mí es solo un recordatorio de la autoridad que ejerce como cabeza de esta pod
Su semblante se suaviza, pero noto un gesto de preocupación. Lo que menos quiero es darles problemas; sin embargo, ellos no entienden que yo necesito hacer esto. De esta manera, me siento viva; de lo contrario, sería como un mueble más de esta casa. —Entiendo, papá —asiento sin dejar de mirarlo a los ojos—. Pero tú también debes comprender que, por más que intentes alejarme de este mundo, solo lo estarás complicando, porque es imposible que me aleje. Tú y mis hermanos pertenecen aquí y yo llevo la misma sangre. Por lo tanto, soy igual a ti, papá. Tú más que nadie debes entenderme. Espero que eso le abra los ojos, pero entiendo que tiene sus miedos. Por supuesto que el diablo de Italia tiene temores, lo cual lo hace débil ante sus enemigos, y por ello no me quiere cerca de ellos. Rodea el escritorio y llega a mí, levanta ambas manos y acuna mi rostro entre ellas. —Te entiendo más de lo que te imaginas y es por eso que te quiero lejos de toda esa m¡erd@ —suelta aire con pesadez—.