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4 - Tomando el poder

—¿Cómo demonios caí en esto? —continúa quejándose el grandullón llorón—. Si los putos rusos no me asesinan, lo hará tu padre en cuanto me vea.

—Cállate, pareces un niño llorón —siseo, para que no nos oigan.

—¿Qué? ¿A poco se te hace algo normal robarle a la Bratva?

—Con un demonio —chasqueo—, ¿para ellos qué son, quinientos mil dólares? Nada, seguro los recuperan en unas horas con otro cargamento robaron.

—Nosotros les estamos robando, ellos hasta un dólar te hacen que les pagues, y con intereses.

—Nosotros no vamos a devolver nada. Aparte, no me dijiste que ese dinero era de un cargamento que le robaron a la mafia italiana. No creo que mi padre se moleste cuando sepa que le ayudé a recuperar el dinero de uno de sus cargamentos robados.

—No debí haber soltado la lengua delante de ti, qué idiota fui.

—¿Apenas te das cuenta de que eres un gran idiota?

Siempre hago este tipo de cosas, pero ahora me estoy arriesgando a lo grande. Gente que le debe dinero a mi padre o que hace apuestas y pierden en sus clubes, debiéndole sumas de dinero, yo los hago pagar. ¿Cómo? Los amenazo o termino robándoles cuando veo que tienen autos, joyas y dinero.

Londres está lleno de lugares que le pertenecen a la mafia italiana; yo visito esa zona algunas noches. Cuando me entero de que algún tipo le debe a la organización, terminan conociendo a la princesa de la mafia italiana.

Muchos de ellos creen que mi padre me envía para cobrarles, pero no es así; yo me encargo de hacerlo por mi propia cuenta. Mi papá todavía no se entera de mis pequeñas escapadas, y espero mi secreto siga oculto. Si no, se me acabará mi diversión y con ello mis demonios se encerrarán de nuevo y terminaré volviéndome loca.

—¿Lista? —me susurra el grandullón cuando se coloca a mi lado.

La adrenalina me hace sentir invencible, pero también consciente de cada detalle. Todo puede cambiar en un instante.

—Siempre. —Le doy una mirada rápida, asegurándome de que esté preparado.

Preparada con mis dos armas en mis manos, abrimos la puerta, esta hace un ligero crujido. Nos deslizamos dentro, el pasillo oscuro envolviéndonos. Cada paso resuena en el silencio, un recordatorio de lo que está en juego. Miro a mi alrededor, buscando cualquier señal de peligro. Todo parece tranquilo, pero no puedo confiarme.

—Por aquí —indica el grandullón, nos movemos hacia una sala, supongo que él sabe dónde guardan el dinero.

Nos detenemos frente a otra puerta. Siento cómo el corazón me late con fuerza en el pecho. Este es el momento de la verdad. Respiro hondo y abro la puerta de un empujón. La habitación está iluminada por una tenue luz amarilla, y el olor a dinero y cigarrillos viejos impregna el aire.

—Allí está —dice el grandullón, señalando una caja fuerte en la esquina.

Me acerco rápidamente, sacando las herramientas de mi chaqueta. Mientras trabajo en la cerradura, escucho el sonido de pasos acercándose. Mi corazón se acelera aún más, pero trato de mantener la calma.

—¡Apresúrate! —susurra él, el pánico evidente en su voz.

—Lo tengo. —La cerradura cede con un clic, y abro la caja fuerte.

No me dejo atraer por esa cantidad de billetes que hay adentro de la caja, no caigo en ell. A mí el dinero no me ciega como a estas ratas. Comienzo a llenar la mochila, mis movimientos rápidos y eficientes.

—¡Alto! —La voz resonante de un guardia nos hace congelarnos.

Me giro, mi mano ya en la empuñadura de mi arma. El guardia nos mira con una mezcla de sorpresa y furia. No hay tiempo para pensar. Actúo por instinto, disparando un tiro que le da en la cabeza y lo derriba cayendo al suelo.

—¡Hay que irnos ya! —grito. —Primero guarda el resto en la maleta que traes mientras yo vigilo en la puerta por si alguien más viene.

El grandullón, todavía temblando, mete el resto del dinero en su maleta, sus movimientos torpes y apresurados. La tensión en el aire es palpable, y cada segundo que pasa parece estirarse eternamente.

—¡Date prisa! —presiono, la urgencia en mi voz innegable.

Finalmente, él cierra la maleta con un tirón brusco y nos dirigimos fuera de allí. Nos deslizamos por el pasillo oscuro, nuestras respiraciones rápidas y entrecortadas.

—Demonios, ¿dónde deje las llaves de mi auto? —pregunta el grandullón, su voz un susurro lleno de miedo mientras busca en los bolsillos de su pantalón.

—Mantén la boca cerrada y sigue caminando —digo, sin mirarlo.

Salimos a un callejón trasero y corro hacia el auto, él detrás de mí. Abro la puerta del conductor y me deslizo al volante, ingreso la llave encendiendo el motor. Él apenas tiene tiempo de subir antes de que acelere.

—Así que tú las tenías, ¿en qué momento me las sacaste del bolsillo? —reclama mientras toma aire. Unos disparos suenan, uno llega a dar en el espejo de mi lado. —¡Mierda, esos espejos eran nuevos, acababa de comprarlos! —se queja.

Los hombres de la Bratva no pueden seguirnos, veo por el otro espejo como salen varios guardias del edificio. Todos armados y tirando disparos a nuestra dirección, pero ninguna bala nos toca.

Hago mi maniobra con el volante y piso hasta el fondo el acelerador para alejarnos de ese lugar esquivando las balas.

El grandullón sigue refunfuñando sobre el espejo roto, mantengo los ojos fijos en la carretera, cada músculo de mi cuerpo tenso y listo para reaccionar. La adrenalina aún corre por mis venas, y cada giro que tomo me recuerda lo viva que estoy y lo genial que se siente sentirse de esta manera.

—No puedo creer que estemos vivos —dice el grandullón, su voz aun temblando.

—Agradéceme, sigues vivo por mí. Si no ahora tendrías la cabezota perforada con una bala —le digo, sin apartar la vista del camino.

El coche avanza a toda velocidad por las calles desiertas de Londres, las luces de los postes parpadeando sobre nosotros. Finalmente, tras varios minutos de maniobras cuidadosas, reduzco la velocidad y me meto en un callejón oscuro, un atajo para regresar más pronto al club.

—Joder, hija del Diablo tenías que ser —masculla.

Cuando pronuncia esas palabras, mi corazón se llena de orgullo, no por quién lo diga, sino porque yo me siento orgullosa y poderosa de llevar sangre Mancini en mis venas. Este es mi maldito mundo.

 

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