Capítulo — Desayuno, confesiones y viejas amigas.El hall del hotel tenía ese perfume clásico de café recién hecho y madera pulida, mezclado con el rumor suave de las conversaciones tempraneras. Nicolás, siempre atento, se adelantó a abrirle la puerta a Anahir. No fue una galantería forzada, sino instintiva. Sin decir palabra, le tomó suavemente la cintura para ayudarla a pasar. Ella no se apartó. De hecho, se sintió cómoda, natural, como si fuera algo habitual, aunque pocas veces lo habían hecho.Lejos de incomodarla, esa cercanía le arrancó una pequeña sonrisa que guardó para sí.Al llegar al comedor, vieron a Ana y Franco Martínez ya sentados junto a la ventana. Ana fue la primera en ponerse de pie, radiante, como si llevase toda la mañana esperando ese momento.—¡Anahir! Por fin te conozco. Nico me ha hablado maravillas de vos —dijo, dándole un abrazo cálido que Anahir no esperaba, pero que agradeció.Franco, por su parte, se limitó a esbozar una sonrisa amable y extendió la mano
Cuando las dos amigas volvieron a la mesa, solo quedaba en el aire la certeza de que Nicolás no estaba solo en esto. Mientras compartían el desayuno y la conversación fluía con naturalidad, Nicolás aprovechó un momento de calma para mirar a Silvia y, sin rodeos, le hizo la invitación: —Silvia, ya que estás acá… Me encantaría que vengas a la boda. Es en unas horas, será algo sencillo, nada lujoso, pero importante para nosotros. Silvia soltó una risa cómplice. —Si no me invitabas, me autoinvitaba —dijo con total desparpajo—. No iba a dejar a mi amiga sola en un momento tan especial. Vos sabés que estas cosas se viven con las personas que valen. Anahir la miró enternecida. Nicolás, observando la complicidad entre ellas, no pudo evitar preguntar: —Se nota que son buenas amigas, ¿no? —Las mejores —respondieron al unísono, mirándose y riendo. La calidez de ese instante dejó claro que Silvia era más que una amiga; era familia elegida. Poco después, cuando terminaron el desayuno, Nic
Capítulo — Camino al juzgado La mañana avanzaba serena, con un cielo azul que dejaba colarse algunos rayos tímidos de sol. Dentro de la casa, Edinson terminaba de acomodarse el saco mientras Sofía revisaba unos documentos. Ambos llevaban rato en silencio, hasta que Edinson, con el ceño fruncido y voz contenida, rompió la calma.—Sofía… —dijo, mirándola de reojo—. Anoche, mientras cenábamos, lo supe.Sofía levantó la mirada, atenta.—¿De qué hablás?Edinson se apoyó en el borde de la mesa.—Nicolás. Es el hijo del empresario Franco Martínez. Lo reconocí por la forma de hablar, por sus gestos. Es igual que su padre cuando era joven. Y lo confirmé cuando, sin querer, dejó caer un par de datos sobre su infancia.Solo ate cabos.Sofía tragó saliva y lo miró atenta .—¿Estás seguro?—Completamente —afirmó él, con firmeza—. Pero, por ahora, no le digamos nada a Anahir por ahora. Prefiero observar,el me habló y le creo.Sofía asintió, aunque en su interior compartía la preocupación.—¿Creés
Capítulo — La bodaLa camioneta de Nicolás se detuvo suavemente frente al modesto, pero encantador Juzgado de Paz en Maldonado,un lugar pintoresco como un Cuartel de Blandengues ,con unos ventanales grandes y una luz natural que hace que el lugar sea único. Aunque no era una iglesia majestuosa ni un salón lujoso, había algo especial en aquel lugar. Tal vez era la luz cálida de la mañana que se filtraba entre las nubes, o tal vez era el aire distinto que se respiraba cuando el corazón empezaba a latir más fuerte de lo habitual.Anahir bajó de la camioneta y al posar la vista en la entrada, se detuvo sin poder disimular su sorpresa. Frente a ella, sobre la pequeña explanada y tras las puertas de vidrio, se distinguía el escritorio que haría de altar, pero no era un mueble cualquiera. Nicolás había transformado ese espacio sencillo en algo íntimo y delicado. Un mantel de lino blanco caía sobre la madera con gracia, y sobre él descansaban flores frescas, en tonos suaves, como si la prima
Capitulo :Un brindis,dos alianzas y un beso El restaurante elegido por Nicolás no era lujoso, pero sí cálido y familiar. Cada detalle había sido pensado con esmero: manteles de lino blanco, vajilla elegante sin ser ostentosa, un rincón decorado con flores frescas, iguales a las del juzgado, y un espacio reservado solo para ellos, con vista a un jardín trasero donde el sol de la tarde jugaba entre los árboles.Al entrar, Anahir sintió un nudo en el estómago. No era una simple reserva, ni un almuerzo improvisado. Todo tenía un aire de pequeño refugio, como si aquel lugar hubiera sido creado solo para ellos, para guardar ese instante en el tiempo. Era imposible no notar que Nicolás había planeado cada detalle con delicadeza, pensando en cada persona presente.—No te perdés una, ¿eh? —le dijo en voz baja, mientras ambos se quitaban los abrigos, y su mirada no podía evitar recorrer cada rincón embelesada.—Quería que fuera… especial —contestó él, en voz baja, como si temiera romper el he
Capítulo – El juego de la máscaraFabricio entró sin golpear. Cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia Fátima, decidido a besarla, a recuperar algo de poder donde ya no le quedaba.—Ni lo sueñes —le cortó ella, apartándose de su silla sin perder la compostura.Su rechazo fue seco, elegante y definitivo. Fátima nunca se mezclaba con nadie en su oficina, y mucho menos con alguien como Fabricio, no cuando sabía lo que estaba en juego.—¿Qué te pasa? —gruñó él.—Que esta no es tu madriguera, Castiglioni —dijo sin inmutarse—. Y mucho menos tu refugio. Aquí no. Nunca.Fabricio apretó la mandíbula, pero trató de contenerse. Sabía que necesitaba algo más importante que su orgullo.—Necesito dinero, Fátima. No me vengas con vueltas. Si no me das esa inyección de fondos, nos vamos a pique.Ella, cruzada de brazos, sonrió como quien observa una grieta propagarse por una viga mal calculada.—No tengo dinero para tu trampa, Fabricio. Ni quiero involucrarme. Ya bastante he hecho sosteniéndote en
Capitulo: El Precio del RiesgoFabricio salió del ascensor como un toro desbocado. Cerró la puerta de la oficina de Fátima Lombardi con tanta violencia que una señora en el piso de abajo pensó que había temblado la tierra. Caminaba a grandes zancadas, mascullando insultos entre dientes, con las manos sudadas y el ceño tan fruncido que parecía una grieta a punto de partirle la frente en dos.Fátima lo había rechazado. No solo lo había rechazado, lo había fulminado con una frialdad quirúrgica que le congeló la sangre.“En su oficina no se mezcla con nadie…” “No me molestes, Fabricio…” “El que firmó hasta el papel higiénico fuiste vos”.Cada palabra lo había perforado como si fuera una varilla oxidada clavándosele en el orgullo. Se sentía expuesto, traicionado, y más solo que nunca.Pero no podía quedarse a lamerse las heridas. No ahora.Entró a la obra media hora después, pateando el polvo del camino como un nene encaprichado. Buscaba algo de caos, algo que le dijera que todavía tenía
Capítulo – La Fuerza del AceroEl cielo apenas clareaba cuando el celular de Nicolás vibró sobre la mesa del comedor. En la cabaña costera donde se habían refugiado unos días, todo parecía tranquilo. El mar dormía, el viento no decía nada. Pero el mensaje cortó la calma como una hoja afilada.“Accidente grave en el sector cinco. Médico ya está en el lugar. La situación es seria. Se requiere tu presencia urgente.”Nicolás se quedó mirando la pantalla como si en esas palabras pudiera encontrar otra interpretación. Pero no había margen. Lo habían hecho. Fabricio había jugado su carta.Salió al pequeño patio, la brisa fresca del amanecer acariciándole el rostro. Anahir estaba sentada en una reposera, con una manta sobre las piernas y los ojos en el horizonte.—Pasó algo —dijo ella antes de que él abriera la boca.Nicolás asintió, tragando la rabia que empezaba a burbujearle en la sangre.—Un accidente en la obra. Me necesitan allá.—¿Grave?—Sí. Lo suficientemente armado como para hacerme