Capítulo 39 La verdad de AnahirLa noche estaba en calma, pero dentro de Anahir, nada lo estaba.Sentada sobre la alfombra del living, rodeada por planos viejos, carpetas y su cuaderno de apuntes, repasaba sin querer su historia. No era solo el proyecto lo que intentaba recuperar. Era su vida. Su dignidad. Su nombre.Se abrazó las piernas, enroscando los dedos en la manga del buzo, mientras miraba sin mirar los papeles esparcidos.La maqueta de la obra seguía sobre la mesa. Casi intacta. La había hecho cuando aún creía que estaba construyendo su futuro antes de Fabricio. Ahora la miraba y sentía que, si hubiera prestado atención, habría visto que algo no estaba bien desde el principio con ese hombre.“¿Qué fue lo que vi en él?”Se lo preguntó en voz baja.Era cierto, le dolió la traición. Pero lo que más le dolía ahora era su propia ingenuidad. Casi tres años de relación… y todo había sido un disfraz.“¿Estaba enamorada? ¿O estaba ciega?”El recuerdo la golpeó de lleno. Pensó en la p
Capítulo 40 — La decisión de NicolásEl viaje de regreso desde Bellavista había sido largo y silencioso. Nicolás dejó a Anahir en su apartamento se limitó a mirarla antes de que bajara de la camioneta. No hubo grandes palabras, pero cuando ella le dedicó una sonrisa, leve y sincera, algo dentro de él hizo un clic.Esa sonrisa.Esa maldita sonrisa que desarmaba cualquier defensa.Nicolás la vio caminar hasta la puerta y desaparecer. No supo cuánto tiempo se quedó detenido en la camioneta, pero cuando por fin arrancó, supo que esa imagen iba a perseguirlo toda la noche.No tardó en llegar a su apartamento en Punta del Este, cerca de la obra donde estaba el proyecto Cinco Estrellas. El viento costero traía olor a sal, y a lo lejos las luces del puerto parpadeaban, indiferentes a la tormenta de emociones que cargaba Nicolás.Se quitó las botas, dejó la campera colgada y se recostó sin pensarlo en el sillón. Ni siquiera intentó llegar a la cama.Esa noche, el sueño no tardó en vencerlo.So
Capítulo — Lunes de piezas en juego El lunes amaneció con un cielo plomizo sobre Punta del Este. La brisa marina arrastraba olor a cemento fresco y salitre. En la obra, la estructura del Cinco Estrellas parecía un esqueleto imponente aún en proceso de convertirse en gigante.A las siete en punto, entre el ir y venir de obreros habituales, apareció Gerardo.Ropa gastada, casco sin marcas, y una actitud que simulaba a la perfección la de cualquier peón con ganas de unas horas extras. Pasó sin levantar sospechas, se presentó con naturalidad y, como Raúl había calculado, Nicolás apenas le dedicó una mirada rápida desde la escalera metálica.—¿El nuevo? —preguntó Nicolás a uno de los capataces oficiales.—Sí, entró esta mañana. Lo manda Raúl —dijo el encargado, sin darle mayor importancia—. Lo vamos a poner con los chicos de armados.—Perfecto —respondió Nicolás, volviendo a su libreta.Gerardo bajó la mirada y se mezcló con el resto, justo como debía. Sin destacar, sin apurarse. La tramp
Capítulo — El mate, el beso y la trampa La mañana en Punta del Este tenía ese aire de humedad pegajosa que siempre precede a la lluvia. Las nubes bajas parecían aplastar las calles y las grúas sobre la obra se mecían con la brisa pesada del océano. La estructura del Cinco Estrellas respiraba movimiento, pero a la vez, cierto desorden. Los obreros entraban sin apuro, los andamios ya tenían las primeras marcas de la sal del mar, y en medio de ese panorama apareció Anahir, caminando con la determinación de quien no tiene miedo a embarrarse las botas.En sus manos llevaba el termo y el mate que Nicolás había olvidado en su casa de Bellavista. No era solo un objeto, era su carta de regreso, su bandera de resistencia. No iba a permitir que la corrieran de su territorio así nomás. Aunque la hubieran suspendido, aunque algunos pensaran que estaba fuera de juego, ella era de las que vuelven sin permiso.Caminaba decidida cuando lo vio.Fabricio, de pie en la escalera metálica, como si se hubi
Capitulo— Compras, secretos y la promesaLa tarde cayó con lentitud sobre Punta del Este, dejando tras de sí un cielo color plomo y un aire cargado de sal y presagios. Después de salir de la obra, Anahir y Nicolás caminaron juntos por las callecitas del centro. Ella se aferraba al termo y al mate vacío, como si fueran una excusa para sostenerse. Nicolás, en cambio, caminaba con una serenidad fingida, sabiendo que, sin proponérselo, la había recuperado, aunque fuera un poco.El recorrido terminó en una pequeña boutique. Anahir dudó al entrar, pero Nicolás, con una sonrisa cómplice, la empujó suavemente a cruzar la puerta. En la vidriera, un conjunto de chaqueta y pantalón blanco la esperaba como si hubiera sido diseñado para ella.—Ese —señaló Nicolás—. Eso es para vos.Seguro te queda hermoso.Anahir lo miró de reojo, fingiendo desinterés, pero en el fondo, sintió una punzada de ilusión.Eligieron juntos: una chaqueta de lino con bordados sutiles en dorado, un pantalón de vestir que le
Capítulo — Desayuno, confesiones y viejas amigas.El hall del hotel tenía ese perfume clásico de café recién hecho y madera pulida, mezclado con el rumor suave de las conversaciones tempraneras. Nicolás, siempre atento, se adelantó a abrirle la puerta a Anahir. No fue una galantería forzada, sino instintiva. Sin decir palabra, le tomó suavemente la cintura para ayudarla a pasar. Ella no se apartó. De hecho, se sintió cómoda, natural, como si fuera algo habitual, aunque pocas veces lo habían hecho.Lejos de incomodarla, esa cercanía le arrancó una pequeña sonrisa que guardó para sí.Al llegar al comedor, vieron a Ana y Franco Martínez ya sentados junto a la ventana. Ana fue la primera en ponerse de pie, radiante, como si llevase toda la mañana esperando ese momento.—¡Anahir! Por fin te conozco. Nico me ha hablado maravillas de vos —dijo, dándole un abrazo cálido que Anahir no esperaba, pero que agradeció.Franco, por su parte, se limitó a esbozar una sonrisa amable y extendió la mano
Cuando las dos amigas volvieron a la mesa, solo quedaba en el aire la certeza de que Nicolás no estaba solo en esto. Mientras compartían el desayuno y la conversación fluía con naturalidad, Nicolás aprovechó un momento de calma para mirar a Silvia y, sin rodeos, le hizo la invitación: —Silvia, ya que estás acá… Me encantaría que vengas a la boda. Es en unas horas, será algo sencillo, nada lujoso, pero importante para nosotros. Silvia soltó una risa cómplice. —Si no me invitabas, me autoinvitaba —dijo con total desparpajo—. No iba a dejar a mi amiga sola en un momento tan especial. Vos sabés que estas cosas se viven con las personas que valen. Anahir la miró enternecida. Nicolás, observando la complicidad entre ellas, no pudo evitar preguntar: —Se nota que son buenas amigas, ¿no? —Las mejores —respondieron al unísono, mirándose y riendo. La calidez de ese instante dejó claro que Silvia era más que una amiga; era familia elegida. Poco después, cuando terminaron el desayuno, Nic
Capítulo — Camino al juzgado La mañana avanzaba serena, con un cielo azul que dejaba colarse algunos rayos tímidos de sol. Dentro de la casa, Edinson terminaba de acomodarse el saco mientras Sofía revisaba unos documentos. Ambos llevaban rato en silencio, hasta que Edinson, con el ceño fruncido y voz contenida, rompió la calma.—Sofía… —dijo, mirándola de reojo—. Anoche, mientras cenábamos, lo supe.Sofía levantó la mirada, atenta.—¿De qué hablás?Edinson se apoyó en el borde de la mesa.—Nicolás. Es el hijo del empresario Franco Martínez. Lo reconocí por la forma de hablar, por sus gestos. Es igual que su padre cuando era joven. Y lo confirmé cuando, sin querer, dejó caer un par de datos sobre su infancia.Solo ate cabos.Sofía tragó saliva y lo miró atenta .—¿Estás seguro?—Completamente —afirmó él, con firmeza—. Pero, por ahora, no le digamos nada a Anahir por ahora. Prefiero observar,el me habló y le creo.Sofía asintió, aunque en su interior compartía la preocupación.—¿Creés