Tras su espalda

Mike seguía gritando que lo dejaran pasar, la recepcionista, Samanta, que se notaba asustada, le insistía en que debía esperar autorización, esas eran las órdenes que había recibido, los guardias de seguridad estaban ocupados tratando de contener a la prensa en la entrada de la empresa y los trabajadores observaban toda la escena, consternados. ¿Cómo es que todo esto se había salido de control a tal medida?.

Alex me llevaba del brazo, iba abriéndonos paso entre la gente, podría jurar que botaba humo por la nariz, se notaba fúrico.

Por un instante, Mike volteó y nos vio llegar entre la gente. Su expresión pareció haberse iluminado, como si hubiera llegado la presa que tanto ansiaba y sin pudor alguno me señaló, delante de todos.

— ¡TÚ! ¡TODO ESTO ES TU CULPA!. — Rugió con fuerza.

— ¿Qu…? ¿Qué…?. — Musite, temblorosa, en un quejido ahogado, aferrándome a la chaqueta de Alex.

— ¡SÍ! ¡NO TE HAGAS LA INOCENTE! ¡TODO ESTO ES TÚ CULPA, GORDA FOFA Y MANIPULADORA! ¡NO LO RESISTISTE! ¡¿VE
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