Pequeña lección

Entre apasionados besos y el vaivén de nuestros cuerpos, no sé en qué momento o cómo llegamos al cuarto. Nuestra respiración estaba agitada, y es que no nos habíamos separado en ningún instante. Mi mente estaba nublada, como para pensar con claridad en lo que hacía. En el momento de separarnos, posó sus dos manos sobre mi pecho.

—Eres muy lindo, Steven— sus manos se deslizaron hasta llegar al borde de mi camisa, y la subió por completo hasta dejarme descubierto.

—Es muy vergonzoso que me veas así— desvié la mirada.

—No, no debe ser vergonzoso. Me gusta cómo te ves. Acuéstate en la cama.

—¿Para qué?

—Solo hazlo— tragué
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