La luz del amanecer se filtraba a través de los árboles, llenando el campamento de un resplandor dorado. Kadisha se despertó con el canto de los pájaros, sintiendo una extraña mezcla de calma y ansiedad en el aire. Los acontecimientos recientes aún la perseguían, pero sabía que la vida continuaba, y debían prepararse para lo que viniera. Mientras se vestía, recordó la batalla con la manada de Elias. Aunque habían salido victoriosos, las cicatrices de la lucha aún estaban frescas. Kadisha se sintió agradecida por la fortaleza de su manada, pero la sensación de que los peligros no habían desaparecido persistía en su mente. —Debo hablar con Murdock —pensó, sintiendo que su conexión con él se había fortalecido aún más a través de las dificultades. Sabía que juntos podían enfrentar cualquier desafío. Al salir de la tienda, se encontró con Murdock, quien estaba de pie frente a la fogata, contemplando las llamas. Su mirada era intensa, y Kadisha sintió un cosquilleo en el estómago al acer
El amanecer llegó con un aire tenso, y la manada se preparaba para lo que parecía ser un día decisivo. Kadisha se despertó en su tienda, sintiendo el peso de las horas que se avecinaban. Había hablado con Murdock la noche anterior, y ambos sabían que la situación con Elias seguía siendo crítica. Pero había otra sombra que los seguía: el hermano de Murdock, Jasper, había estado ausente durante más tiempo del que les gustaría. Kadisha salió de la tienda, el frío de la mañana le erizó la piel. A su alrededor, los miembros de la manada se movían con un sentido de propósito. Todos estaban conscientes de que su seguridad dependía de su capacidad para mantenerse unidos y alertas. Se acercó a la fogata, donde Murdock ya estaba sentado, observando las llamas. —Buenos días —dijo Kadisha, intentando inyectar un poco de calidez en el ambiente. Murdock levantó la vista y sonrió. —Buenos días. Estoy pensando en nuestro próximo movimiento. Kadisha asintió, sintiendo que el peso de la preocupació
El sol se alzaba en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y dorados. Kadisha despertó, sintiendo el rayo de luz en su rostro. La noche anterior había sido tensa; la reunión con la manada había revelado tanto temores como determinaciones. Mientras se estiraba, un aire de inquietud se cernía sobre el campamento, como si la naturaleza misma presagiara un conflicto inminente. Cuando Kadisha salió de su tienda, pudo notar que la atmósfera era diferente. Las voces eran más bajas, los gestos más sutiles, como si cada miembro de la manada estuviera consciente de la fragilidad de su situación. Se acercó a la fogata, donde Murdock estaba sentado, observando el horizonte con una mirada perdida. —¿Has dormido bien? —preguntó Kadisha, intentando romper el silencio que los rodeaba. Murdock la miró y sonrió levemente. —Más o menos. Hay demasiado en juego. No puedo dejar de pensar en Elias. —Lo sé —respondió Kadisha, sintiendo que su corazón se encogía. Desde que habían escucha
El sol comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de naranja y rosa. La manada, exhausta pero llena de una nueva esperanza, se reunió en un claro cerca del lago oculto donde Kadisha y Murdock habían pasado el día juntos en el agua. Las sombras del enfrentamiento con Elias aún rondaban en sus mentes, pero había una sensación de unidad que parecía haber fortalecido los lazos entre ellos. Kadisha se sentó en un tronco, observando a su alrededor. El grupo había comenzado a preparar un pequeño campamento temporal. Las risas y las conversaciones animadas llenaban el aire, un contraste bienvenido con la tensión de la batalla. Murdock se acercó a ella, llevando un par de ramas que había recogido para el fuego. —¿Cómo te sientes? —preguntó, sentándose a su lado. Su mirada era intensa, y Kadisha sintió que el calor de su presencia la envolvía. —Siento que hemos superado algo importante, pero no puedo evitar preocuparme por lo que viene. —respondió Kadisha, con un susur
El silencio que siguió a la batalla era casi ensordecedor. Kadisha se sentía envuelta en un manto de emociones contradictorias. La victoria contra Elias había sido aplastante, pero la sensación de alivio que normalmente acompañaba a un triunfo estaba nublada por las preguntas que aún atormentaban su mente. Murdock se acercó a ella, su expresión seria, pero con una chispa de orgullo en sus ojos. —Lo logramos. —dijo, sus palabras llenas de un peso que resonaba en el aire. —Elias no volverá a amenazarnos. Kadisha asintió, pero el nudo en su estómago no se disipaba. —Sí, pero... ¿qué hay de los demás? ¿Qué pasará con nuestra manada? Murdock miró a su alrededor, observando a los miembros de la manada que comenzaban a relajarse después de la intensa lucha. Algunos estaban heridos, otros cansados, pero todos compartían la misma sensación de unidad que había sido forjada en la batalla. —Haremos lo que sea necesario para protegerlos. El aire se sentía pesado, y Kadisha no podía evitar que
La mañana después de la celebración, el sol brillaba intensamente, bañando el campamento de la manada en una luz dorada. Kadisha se despertó con una sensación de esperanza y energía renovada. El acuerdo con la otra manada había sido un gran paso adelante, y su espíritu se sentía elevado. Sin embargo, una sombra se cernía sobre su mente. La amenaza de Elias aún estaba presente, y la sensación de que no podían bajar la guardia persistía en su corazón. Se levantó de su improvisado lecho y salió de la tienda. El aire fresco de la mañana la envolvió, y el canto de los pájaros resonaba en el bosque. Kadisha se dirigió hacia el arroyo cercano, donde el agua fluía con suavidad. Al llegar, se agachó y sumergió sus manos en el agua fría, sintiendo cómo la frescura la revitalizaba. Mientras bebía un poco de agua, escuchó pasos detrás de ella. Al voltear, vio a Murdock acercándose, con una expresión tranquila en su rostro. —Buenos días, Kadisha —saludó, su voz suave y cálida. —Buenos días, Mu
El sol de la mañana se colaba entre las hojas de los árboles, creando un mosaico de luz y sombra sobre el campamento. El aire estaba impregnado de un olor a tierra fresca y rocío, pero también había algo más en el ambiente, una sensación de expectación que flotaba sobre la manada como una brisa suave. Kadisha se despertó temprano esa mañana, sintiendo una ligera presión en su vientre. Había pasado los últimos días con una sensación de cansancio, pero asumió que se debía al esfuerzo de las últimas semanas: la alianza con otras manadas, la planificación constante, la preparación para la posible amenaza que representaba Elias, y la desaparición de Alain, el Beta de Julius, que había añadido una sombra de incertidumbre sobre todos ellos. Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Murdock, quien dormía a su lado. Sus dedos rozaron su vientre, y una sensación extraña recorrió su cuerpo. Desde hacía varios días, su cuerpo había cambiado. No era solo el cansancio, sino una sensación
El frío de la piedra era implacable. Alanis yacía en el suelo húmedo, su cuerpo temblando por la falta de fuerzas y el dolor que había sufrido durante días interminables. Apenas podía sentir sus extremidades, cada centímetro de su piel era un campo de batalla donde la tortura había dejado huellas imborrables. Los golpes, los cortes, el hambre, la sed... todo se mezclaba en un torbellino de sufrimiento que lo arrastraba sin piedad.Estaba encerrado en una celda oscura, fría y silenciosa, salvo por el sonido de su propia respiración entrecortada y el eco lejano del agua goteando desde alguna grieta en la piedra. En algún lugar cercano, el Beta de Julius, su captor y torturador, esperaba el momento adecuado para volver a infligirle más dolor, más sufrimiento. Era un hombre implacable, movido por el odio y el deseo de venganza. Todo lo que había hecho desde que lo atrapó había sido para desquebrajarlo, para arrancar de él cualquier chispa de esperanza.Alanis no sabía cuánto tiempo llevab